Los pequeños niños arrastran la pestilente bolsa a duras penas, un esfuerzo más, ya casi llegan al final del muelle. El mayor mira a su hermana con unos desorbitantes ojos llenos de rabia, ella sonríe y sus ojos transmiten una maligna calma. Poco a poco se acercan a su destino, tiran más fuerte, el viento aúlla mientras las aguas del maldito lago danzan aguardando el sacrificio. Tres meses atrás la pequeña niña había enfermado, noches enteras de agobiante dolor para su frágil cuerpo. Su hermano sollozaba en un rincón mientras el pobre anciano se llevaba las manos al rostro lleno de impotencia y desesperación. El mal caminaba en las afueras de la antigua cabaña, esperaba el momento justo, el momento exacto, su perfecta invocación. Una noche el viejo salió con la lluvia pegándole en el rostro, alzó sus manos al cielo y gritó, gimió e imploró. Fue el lago quien respondió, cientos de rayos iluminaron el cielo y la bestia se sentó en su hombro. No escuches, no mires, calla y cont