Todo comenzó esa noche. No sé por qué estaba tan enfadada, no recuerdo exactamente el motivo de nuestra discusión. El hecho es que decidí marcharme, tome mi bolso y salí decidida a maldecir a cualquiera que se cruzara en mí dirección. Mi novio se había mudado hace muy poco, ahora lo único que nos separaba era unas cuantas calles y una avenida. Había planeado estar con él todo el fin semana. Definitivamente no salió como yo esperaba y la vuelta a casa fue con los labios apretados y los ojos en lágrimas. Un leve bocinazo, un ladrido lejano, poco o nada alcanzaba a oír. La ciudad dormía, o eso creía. La noche ya avanzada ahora tenía como único hijo al silencio, y éste poco a poco había comenzado a engullir cada breve sonido con satisfacción. Brazos desnudos y un viento malvado que golpea de repente, empecé a tiritar y recordé que había dejado mi chaqueta en su habitación. Regresar era sinónimo de perdón y no le iba a poner las cosas tan fáciles en esta ocasión. El vah