Todo comenzó esa noche.
No sé por qué estaba tan enfadada, no recuerdo exactamente el motivo de nuestra
discusión. El hecho es que decidí marcharme, tome mi bolso y salí decidida a
maldecir a cualquiera que se cruzara en mí dirección.
Mi novio se había
mudado hace muy poco, ahora lo único que nos separaba era unas cuantas calles y
una avenida. Había planeado estar con él todo el fin semana. Definitivamente no
salió como yo esperaba y la vuelta a casa fue con los labios apretados y los
ojos en lágrimas.
Un leve bocinazo, un
ladrido lejano, poco o nada alcanzaba a oír. La ciudad dormía, o eso creía. La
noche ya avanzada ahora tenía como único hijo al silencio, y éste poco a poco
había comenzado a engullir cada breve sonido con satisfacción.
Brazos desnudos y un
viento malvado que golpea de repente, empecé a tiritar y recordé que había
dejado mi chaqueta en su habitación. Regresar era sinónimo de perdón y no le
iba a poner las cosas tan fáciles en esta ocasión.
El vaho asomaba de mi
boca al cruzar la avenida. Distraída no pude notar que una mujer se acercaba de
frente y muy aprisa. Baje el ritmo de mis pasos y cambie de acera. La idea era
que pasara de largo pero ese fue otro plan que no resulto.
Para mi sorpresa
desacelero, pero no solo fue eso sino que se movió también a la otra acera con
determinación. Se frotaba los brazos, hacia frio y parecía que se moría por
llegar a casa al igual que yo. Respire hondo y camine un poco relajada al
inevitable cruce de miradas.
Me pare en seco, ella
también. Mis manos se movieron hacia un costado y las de ella también. Intente
retroceder, dos pasos hacia atrás y ella hizo lo mismo también.
Tenía un par de botines
rojos, pantalón negro ajustado y una camisa corta, exactamente igual como yo iba
vestida. Cabello largo y tan negro como la noche, ojos claros, labios gruesos y
en su rostro dibujado el miedo y la confusión.
¿Cómo? No entiendo, les
juro que hasta ahora no entiendo. Era yo.
¡¿Qué quieres?! Fue lo
único que alcance a decir en ese primer momento, el horror subió de nivel al
salir de su boca esas mismas palabras al mismo tiempo.
¡Déjame en paz! Otra vez
lo mismo, la misma frase repetida al unísono. Había pánico en su mirada ¿Cómo era
posible? Empezaba a llorar y podía ver en los ojos de ella como empezaban a
derramarse las primeras lágrimas.
Quise correr, pero
cuando lo intenté me di cuenta que estaba en una calle que no conocía. Estaba completamente
aterrorizada, me di media vuelta esperando que hiciera lo mismo. La mujer o lo
que fuera con que me crucé esa noche comenzó a correr hacia mí.
La adrenalina probablemente
hizo todo el trabajo, jamás había corrido con tanta fuerza en toda mi vida. Me movía
desesperada y sollozando, cuando creía que no me alcanzaría sentía su respiración
pegada a la mía. No podía más.
No sé cómo di con aquel
bar, ni que pasó después. Cuando recobre el conocimiento estaba en urgencias y
con mi novio al pie de mi cama. Se culpó por lo sucedido, me pidió perdón. Le conté
todo lo que me había pasado y no me creyó. Estas en shock, me dijo. Fue un ladrón.
Pregunté varias veces el
cómo me encontraron, el dueño del bar me dio siempre la misma respuesta. Entre gritando
y al primer contacto con él al tomar mi mano me desmayé. Quise seguir con mi
vida normal, olvidar aquella macabra experiencia. Sabe Dios que lo intenté.
La volví a ver seis
semanas después.
Estaba comiendo con unos
amigos en un restaurante. Me asome incómoda hacia la ventana producto de un mal
chiste y la vi, detrás del cristal de la ventana observando expectante. Grite de
terror, nadie me creyó.
Los episodios se repitieron
y a punto estuve de que me tomaran por loca. Mi novio me dejo, los que se suponía
que eran mis amigos terminaron por ignorarme. Entré en una profunda depresión
y no entiendo de verdad como es que todo esto sucedió.
Pude ver su figura
adelgazar cada día mientras la mía aumentaba de manera extraña. Caminaba de vez
en cuando pero conservaba su distancia, nunca volvió a decir nada. No repitió nada de lo que dije como la primera vez. Me horrorizaba, tenía tanto pavor.
Un viaje en el metro y
ella asomándose desde el otro vagón en esa versión raquítica de mí misma. Siempre apareciéndose cuando estaba afuera, siempre vestida igual que yo. Ni siquiera el corte
de cabello funcionó, vano intento, ella replicaba completamente mi aspecto.
No había paz siquiera en mi habitación,
al asomarme a mi ventana estaba allí afuera, en plena calle y con mi pijama. Al salir del trabajo me esperaba en medio de autos y a mitad de cualquier avenida. Se movía y yo con ella, un
solo movimiento y ella repitiendo cada gesto cual reflejo.
He notado ahora algunas
diferencias. Creo que está enferma, su cabello se empieza a caer y la ropa
antes intacta e idéntica a la mía es ahora tan sucia, como podrida. Su cadavérico
cuerpo se encoje cada día más y yo he subido veinte kilos y creo que voy a
reventar.
Mi jefe me ha
despedido, dice que su secretaria no puede tener tal aspecto. Escribo todo esto
a detalle en mi probable último día, imprimiré la hoja y la dejare volando en
la oficina.
Estoy tan cansada. El mal
que habita allá afuera me espera como cada noche amable y tranquila, voy esta
vez con los brazos abiertos. El abrazo será eterno.
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