La tetera silba impacientemente, ahoga el bullicio de la
ciudad. Me entrego al aroma del café como en cualquier otra tarde de lluvia.
Miradas que vienen y van desde mi ventana. Sombras que se alejan. ¿Qué
observan? Me llevo las manos al rostro, ahí donde surcan las huellas del
tiempo. Compasión, lástima. Sí, por supuesto.
Tengo 63 años, mis hijos han crecido y en julio seré
abuelo. Estoy canoso. Mi cuerpo no para de quejarse. El calendario marca 31 de
Marzo y el sentimiento aflora. Me sujeta fuertemente, me desgarra y me
lastima. Mi mente gira en espiral y me lleva al más oscuro de mis
recuerdos.
Tenía 8 años y ella apenas 7. Allison se había ganado la
reputación de contar historias increíbles. ¡El chico de cuarto grado tiene una
caja de monedas mágicas! o ¡El bibliotecario tiene una llave que te lleva
a otro mundo! Y yo disfrutaba de cada una de ellas, por más insulsas que fueran
y Sarah también lo hacía. Mi pequeña hermana se movía conmigo dispuesta a
cualquier aventura.
Fue una tarde de lluvia como ésta. Resfriado y con una leve
fiebre mis padres me obligaron a quedarme en casa. Recuerdo que durante la
tarde me sentí bien y junto a mamá fuimos a recoger a Sarah. Muchas cosas
pasaron ese día, muchas de ellas borrosas por la intensidad de los
acontecimientos. Sarah se fue, nos dejó y por un tiempo no entendí realmente lo
que pasó.
La investigación duro semanas, meses, años. Y durante ese
tiempo solo Allison jugaba conmigo, me decía que algún día encontraríamos a la
tortuga negra y Sarah volvería. Nos prometimos a ambos que la rescataríamos. El
tiempo voló, ella creció y yo lo hice también. Nunca encontramos a la tortuga.
Tuvieron que pasar muchos años para digerir completamente
lo que ocurrió. En mi memoria escucho a Allison diciendo lo del niño de cuarto,
también lo del bibliotecario y después… ¡A Sarah se lo comió una tortuga negra
gigante atrás de la escuela! La mayoría de adultos simplemente sonreían y solo
se encogían de hombros. Algunos se molestaban con ella y solo unos pocos habían
tratado de divagar racionalmente en sus declaraciones absurdas.
En la mente frenética de un niño ciertas cosas se vuelven
confusas. Por ejemplo, el niño de cuarto no tenía monedas mágicas, simplemente
una caja llena de chapitas de Coca-Cola. El bibliotecario no tenía una llave dimensional,
apenas una vieja tarjeta con escáner. Y Sarah…la tortuga negra. Tenía razón, la
tortuga se la llevó.
Aquella tarde baje corriendo del auto de mamá al ver
Allison. Éramos un puñado de niños jugando a las escondidas, la parte trasera
de la escuela era nuestra preferida. Y ahí, la enorme tortuga lentamente
alejándose. Una mirada, una mano inocente diciendo adiós y el demonio
engullendo a su presa.
¿Sonreía? No lo recuerdo. El sedán negro desapareció al doblar la calle y a mi hermana nunca la volví a ver.
¿Sonreía? No lo recuerdo. El sedán negro desapareció al doblar la calle y a mi hermana nunca la volví a ver.
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