Tus ojos se abren nerviosamente,
un agudo dolor martillea en tu cabeza y te esfuerzas por recordar. Ah sí, la
fiesta, tragos van, tragos vienen, y la paliza que te dio el novio de esa mujer.
Sí, un cabrón, pero tú fuiste más al llevarla a ella afuera y cogerla en ese
callejón.
Los planes no salieron
como te esperabas, campeón. Qué más da, al menos le diste uso a ese condón. Te
levantas con la cara punzante de sofocante ardor, nada extraño se refleja en el
espejo y te preguntas que habrá sido de esos rotundos golpes dirigidos con
determinación.
Ningún ojo amoratado,
habrías jurado sentir tu nariz rota. Soy fuerte, eso dices. Una palmadita en el
pecho, no fue nada. Otra de las tantas cosas que no recuerdas.
Tus entorpecidos
miembros casi se doblan en ese giro repentino. Uf, aliviado de los golpes pero
con una inminente resaca. Te recuestas, sientes el alcohol volver, te arrojas
desesperadamente al sanitario y te alivias ahí mismo. Mierda, ¿qué ha sido eso?
Una masa negra sanguinolenta
descansa al fondo del agua. Sí, ha salido de tus entrañas. No puede ser. Será
que tengo algo roto dentro, te preguntas. En tu mente se dibuja la escena del
tipo pateándote en las costillas. Eso, recuerda. Esfuérzate un poco más.
Te enjuagas la sangre
de tu boca en el lavado y notas como poco a poco comienza a incomodarte uno de tus
dientes. Te sacude de un latigazo, y vienen más. Si hay algo peor que una
resaca es el dolor de muelas y el ritual apenas empieza.
Llevas tu mano hacia tu
rostro y sientes que algo no encaja. Había mucha sangre en la acera. Es imposible
de que estés ileso así como así. Tus ojos ahora se fijan en tu camisa, las
manchas rojas te confunden aún más. Vamos, tienes que recordar.
El dolor comienza a
extenderse rápidamente, se vuelve insoportable. No es solo uno y amenaza el
resto, pareciera que están a punto de reventar. Te tomas el maxilar con ambas
manos, el sufrimiento no se aleja. Tu esfínter colapsa en medio de quejidos y
llanto.
El sujeto de camisa a rayas
te sujetó varias veces para que el cornudo te golpeara. Sí, tenía un amigo, ya recuerdas.
Luego tu cabeza chocando varias veces en la pared como pelota de futbol. El cómo
te recuperaste de eso es el detalle, mi buen amigo conquistador.
Buscas pastillas, algún
fármaco que alivie tu dolor. Te ves al espejo nuevamente y observas como un
hilillo de sangre empieza a brotar de tu boca. Es imposible ahora frenar lo
inevitable. Tu mente viaja, estas tirado agonizante y el ser sin forma en el callejón.
Por fin recuerdas.
Te habían dejado morir.
Escogiste a la persona equivocada con que jugar y el tipo se las cobro todas. Te
ahogabas con tu propia sangre, tu vida se consumía. Una mano delgada pero enorme
se posó en tu pecho, tu boca se abrió y algo gigantesco se introdujo en tu
interior.
Escupes más de esa masa
oscura, tu piel se deforma, se acomoda diría yo. El dolor de muelas yace
ausente, una a una caen en tus propias manos y la sangre escurre con ellas. No hay
nada ahora y lo hay todo. Nacen presurosas y se extienden en su delicada forma.
Puedes verlo por ti
mismo, sentirlos. Tan afilados como cuchillos, tan largos como nada que has
visto y sonríes, porque no puedes creer lo que ves. Tan diabólicamente hermosos y tan dulcemente terribles a la vez.
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