Cuando tenía seis más o menos empecé a sospechar que mi padre tenía un doble. Eran situaciones extrañas, de pronto estaba jugando con él a la pelota en el patio trasero y a la vez podía verlo asomarse desde la ventana del segundo piso. A veces se comportaba de forma rara, sus facciones siempre amables y tranquilas podían transformase radicalmente en un mar de arrugas frías y amenazantes. Realmente no lo entendía. Dejaron de ser cosas pequeñas después de un tiempo, empezamos a mudarnos más seguido. Cualquier excusa era válida. No importaba lo que objetara, siempre terminábamos en otra ciudad. Me lo cruzaba en el pasillo muy feliz tarareando una canción y a los pocos segundos, al bajar a la cocina, parado completamente enfadado frente al refrigerador. Mi madre murió en el parto y fue él solo quien se encargó de mí. Por eso era mi héroe, por eso trataba siempre de ayudarlo. Tras años de esperanza de que el doble se marchara entendí que nunca lo haría. Más tarde me di cuenta de a