Cuando tenía seis más o menos empecé a sospechar que
mi padre tenía un doble. Eran situaciones extrañas, de pronto estaba jugando
con él a la pelota en el patio trasero y a la vez podía verlo asomarse desde la
ventana del segundo piso. A veces se comportaba de forma rara, sus facciones
siempre amables y tranquilas podían transformase radicalmente en un mar de
arrugas frías y amenazantes. Realmente no lo entendía.
Dejaron de ser cosas pequeñas después de un tiempo,
empezamos a mudarnos más seguido. Cualquier excusa era válida. No importaba lo
que objetara, siempre terminábamos en otra ciudad. Me lo cruzaba en el pasillo
muy feliz tarareando una canción y a los pocos segundos, al bajar a la cocina, parado
completamente enfadado frente al refrigerador. Mi madre murió en el parto y fue
él solo quien se encargó de mí. Por eso era mi héroe, por eso trataba siempre
de ayudarlo.
Tras años de esperanza de que el doble se marchara
entendí que nunca lo haría. Más tarde me di cuenta de algo. Abandonamos cada
pueblo luego de reportadas extrañas desapariciones, nunca me contestaba cuando
le preguntaba. Ninguno de ellos. No podía permitirme vivir tal horror, me lo
imaginaba, lo presentía, lo sabía. El doble tenía que desaparecer de nuestras
vidas. Así que decidí matarlo.
Me prepare mentalmente durante semanas, estaba
harto. No aguantaba más. Abrí lentamente la puerta de la habitación de mi padre
con un cuchillo largo en mi mano. Tenía que hacerlo. ¿Y si me equivocaba? No,
era él. Mi verdadero padre estaba muy feliz abajo viendo el fútbol, incluso
hasta había bromeado hace un rato. Podía distinguir el cuerpo bajo las sabanas,
no podía fallar. No sabía de qué podía ser capaz una vez revelada su identidad.
Era ahora o nunca. Salté a la cama y me senté sobre
el cuerpo del doble. Tenía el mismo rostro que mi padre.
– “¿Qué… qué haces, hijo?”
Apreté el cuchillo fuerte contra su garganta.
– Esta bien, hijo de puta. ¿Quién eres?
Me doy cuenta de que empieza a llenarse de lágrimas.
– “Soy tu padre, tu único padre…”
– ¡Mi padre está frente al televisor! ¡Dime quién
eres!
Se quiebra al escuchar lo último.
– “Un monstruo, soy un monstruo…”
– ¡Maldito! ¿A cuántos has asesinado?
– “Desde que te conocí solo animales, lo juro, yo…”
– ¡Pagarás por todo lo que has hecho, maldito
asesino! Cuando esto haya acabado mi padre y yo…
Su rostro cambia a una mueca de angustia.
– “Siento que te dieras cuenta. Si lo que deseas es
matarme, hazlo, pero prométeme una cosa…”
– ¿Qué?
– “Nunca bajes al sótano. No sé desde hace cuánto tiempo pero ha matado a mucha
gente y él lo hace por puro placer…”
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