Darla nunca había recitado tantas maldiciones en tan poco tiempo, pero ahí estaba, encima de Keir, aplastándole la garganta con una rodilla, esperando que sus malditos bolsillos le devolvieran el preciado regalo de Eadaldan. — ¡Carajo! ¿Dónde está? — No respiro, te juro que… No lo dejo terminar, el siguiente golpe no fue a su amoratado rostro, sino a sus partes mas blandas. Casi celebró su expresión de dolor, no le alcanzó esta vez, le rugió a la cara nuevamente hasta que finalmente Keir sacó de su mecánico brazo una tarjeta. — No puedo creer que hayas puesto en garantía mi ASDA—suspiró resignada. — Pero gané, y… te iba a dar una parte, ehh… quizás un 20%. No un 40%, sí—sonrió, nervioso. La cara de Darla no le gustó, en realidad, no le gustaba nada de ella. Después de todo, era su fantasma. El último, le había dicho cuando lo escogió, ojalá nunca hubiera aceptado. Ya era demasiado tarde, pensó. Tenía un carácter de mierda. El ceño de Darla se acentuó