Después de la gran
guerra, el planeta entero luce negro, los océanos, antes azules, ahora tienen
un color gris y en algunas partes parece que hierve, arrojando al aire fétido
burbujas que se descomponen a no menos de un kilómetro de altura.
Lo que fue en un tiempo primavera, verano, otoño o invierno está olvidado, en su lugar sufrimos un frio paralizante durante las largas noches y un calor insoportable durante el día. Era perfectamente adecuado para las maquinas. Cazaban animales y humanos de la misma manera, cualquiera con carne y sangre para llenar sus vientres metálicos y engrasar sus extremidades.
Los humanos se defendieron lo mejor que pudieron, no tenía caso, habían vendido sus almas a la tecnología, y las mismas armas que usaron se tornaron en su contra.
Luego, tuvimos que revelar nuestra existencia al mundo. Sí, también nos extinguiríamos si no hacíamos algo. Lo único que ganamos fue causar más terror y pánico al colectivo. Un mito, eso éramos, o al menos eso creían los humanos. Siempre estuvimos ahí, caminando entre los suyos desde tiempos inmemoriales y ahora, éramos cazados de igual forma que los humanos.
Nací en 1976, de padres que pensaban que las calculadoras de bolsillo eran la más grande invención en el mundo. La última vez que los vi estaban siendo destripados por un oscuro, él mismo que me convirtió en lo que soy ahora. Que ironía del destino, recuerdo que solía decir que estábamos viviendo tiempos de cambio, que lo más fascinante aún estaba por venir, que el futuro estaba ante nosotros, a nuestro alcance. Cuánta razón tenía.
El futuro llego rápido, y en lugar de mochilas cohete y autos voladores, teníamos robots. Solo les tomo cinco años oponerse al mundo y todo lo que he visto hasta entonces es guerra.
El clan depende de mí para sobrevivir. Los robots han acabado casi con toda la vida, no puedo recordar cuando fue la última vez que vi un pájaro o cualquier otro animal. Es una de esas cosas que nunca tuvimos en cuenta, los animales eran estrictamente para raras emergencias antes de los robots. Ahora celebraríamos una rata.
Nos hemos visto obligados a luchar contra ellos, no es que podamos ganar o algo, pero con su constante caza se ha vuelto imposible sobrevivir. Hace dos semanas perdimos a casi una decena de mis hermanos. Se agotan nuestras esperanzas. Nuestra continua búsqueda por comida es un fracaso y las oportunidades se vuelven aún más escasas con el pasar de los días.
Entonces, justo cuando nuestra voluntad empezaba a desvanecerse la encontré. Maia, así me dijo que se llamaba. Flacucha, de unos 15 años. La encontramos huyendo de un grupo de máquinas. Es ciega. No entiendo cómo es que pudo sobrevivir. Tiene pocos motivos para confiar en mí pero esta tan desesperada como nosotros.
Un pacto, eso hicimos. Nosotros la protegeríamos, un mutuo acuerdo que nos salvaría a ambos de la extinción. Nuestro vínculo empezó a crecer más y más cada día, confiaba en mí y yo en ella.
El escenario de paz dio un giro brusco muy rápido. La inanición produjo divisiones, incluso entre los no muertos. Una tribu del norte había llegado con la intención de quedarse. No eran muchos, pero sí muy fuertes. Rápidos, letales, una amenaza para Maia y para el clan en conjunto.
No paso mucho tiempo para que exigieran su sangre, no eran tan fácil como ellos pensaban. Maia tenía que ser alimentada y cuidada. No podía dejar de comer por semanas como nosotros y nunca debía de faltarle agua. Poco a poco nos dimos cuenta de lo que en realidad paso con su propio clan. Allá, en esas tierras tan lejanas y llanas, la desesperación y la sed de sangre los había llevado al canibalismo, se habían abandonado a sí mismos y se había entregado a la pura maldad. Era solo cuestión de tiempo para que generaran un conflicto entre nuestros miembros.
La última noche fue más fría de lo habitual, más negra, más silenciosa, todo parecía predecir el oscuro destino que nos depararía. Primero mataron a la guardiana de Maia, Illia. Poco o nada pudo hacer, esas bestias eran máquinas de matar. Luego de comérsela intentaron llevarse a Maia con ellos pero fueron sorprendidos por varios miembros del clan. Y la carnicería empezó.
No tardo mucho para que invitados no deseados se hicieran presentes. Llegaban a mares. El ruido de la batalla y el olor a sangre los había atraído, llegaron en medio de la batalla y mataron a la mitad del clan en un instante. Fuimos cazados y asesinados, uno a uno fuimos cayendo, no había ni la más mínima oportunidad.
Entonces escuche su voz, me llamaba. La tenían esas máquinas, gritaba y yo sin poder hacer nada. En un intento desesperado corrí hacia ella con todas mis fuerzas, y la protegí, tal y como jure hacerlo, sin embargo las heridas infligidas en su débil cuerpo me cobraron caro no haberlo hecho a tiempo.
Fui el único del clan en sobrevivir, apenas lo logramos. Nunca volví a ver a un oscuro. Al final creo que fuimos lo último que quedaba de nuestra especie. Maia nunca pudo recuperarse y en menos de lo que esperaba se rindió.
Y aquí estoy, con su cuerpo en mis brazos, bebiendo profundamente el final de la vida.
Lo que fue en un tiempo primavera, verano, otoño o invierno está olvidado, en su lugar sufrimos un frio paralizante durante las largas noches y un calor insoportable durante el día. Era perfectamente adecuado para las maquinas. Cazaban animales y humanos de la misma manera, cualquiera con carne y sangre para llenar sus vientres metálicos y engrasar sus extremidades.
Los humanos se defendieron lo mejor que pudieron, no tenía caso, habían vendido sus almas a la tecnología, y las mismas armas que usaron se tornaron en su contra.
Luego, tuvimos que revelar nuestra existencia al mundo. Sí, también nos extinguiríamos si no hacíamos algo. Lo único que ganamos fue causar más terror y pánico al colectivo. Un mito, eso éramos, o al menos eso creían los humanos. Siempre estuvimos ahí, caminando entre los suyos desde tiempos inmemoriales y ahora, éramos cazados de igual forma que los humanos.
Nací en 1976, de padres que pensaban que las calculadoras de bolsillo eran la más grande invención en el mundo. La última vez que los vi estaban siendo destripados por un oscuro, él mismo que me convirtió en lo que soy ahora. Que ironía del destino, recuerdo que solía decir que estábamos viviendo tiempos de cambio, que lo más fascinante aún estaba por venir, que el futuro estaba ante nosotros, a nuestro alcance. Cuánta razón tenía.
El futuro llego rápido, y en lugar de mochilas cohete y autos voladores, teníamos robots. Solo les tomo cinco años oponerse al mundo y todo lo que he visto hasta entonces es guerra.
El clan depende de mí para sobrevivir. Los robots han acabado casi con toda la vida, no puedo recordar cuando fue la última vez que vi un pájaro o cualquier otro animal. Es una de esas cosas que nunca tuvimos en cuenta, los animales eran estrictamente para raras emergencias antes de los robots. Ahora celebraríamos una rata.
Nos hemos visto obligados a luchar contra ellos, no es que podamos ganar o algo, pero con su constante caza se ha vuelto imposible sobrevivir. Hace dos semanas perdimos a casi una decena de mis hermanos. Se agotan nuestras esperanzas. Nuestra continua búsqueda por comida es un fracaso y las oportunidades se vuelven aún más escasas con el pasar de los días.
Entonces, justo cuando nuestra voluntad empezaba a desvanecerse la encontré. Maia, así me dijo que se llamaba. Flacucha, de unos 15 años. La encontramos huyendo de un grupo de máquinas. Es ciega. No entiendo cómo es que pudo sobrevivir. Tiene pocos motivos para confiar en mí pero esta tan desesperada como nosotros.
Un pacto, eso hicimos. Nosotros la protegeríamos, un mutuo acuerdo que nos salvaría a ambos de la extinción. Nuestro vínculo empezó a crecer más y más cada día, confiaba en mí y yo en ella.
El escenario de paz dio un giro brusco muy rápido. La inanición produjo divisiones, incluso entre los no muertos. Una tribu del norte había llegado con la intención de quedarse. No eran muchos, pero sí muy fuertes. Rápidos, letales, una amenaza para Maia y para el clan en conjunto.
No paso mucho tiempo para que exigieran su sangre, no eran tan fácil como ellos pensaban. Maia tenía que ser alimentada y cuidada. No podía dejar de comer por semanas como nosotros y nunca debía de faltarle agua. Poco a poco nos dimos cuenta de lo que en realidad paso con su propio clan. Allá, en esas tierras tan lejanas y llanas, la desesperación y la sed de sangre los había llevado al canibalismo, se habían abandonado a sí mismos y se había entregado a la pura maldad. Era solo cuestión de tiempo para que generaran un conflicto entre nuestros miembros.
La última noche fue más fría de lo habitual, más negra, más silenciosa, todo parecía predecir el oscuro destino que nos depararía. Primero mataron a la guardiana de Maia, Illia. Poco o nada pudo hacer, esas bestias eran máquinas de matar. Luego de comérsela intentaron llevarse a Maia con ellos pero fueron sorprendidos por varios miembros del clan. Y la carnicería empezó.
No tardo mucho para que invitados no deseados se hicieran presentes. Llegaban a mares. El ruido de la batalla y el olor a sangre los había atraído, llegaron en medio de la batalla y mataron a la mitad del clan en un instante. Fuimos cazados y asesinados, uno a uno fuimos cayendo, no había ni la más mínima oportunidad.
Entonces escuche su voz, me llamaba. La tenían esas máquinas, gritaba y yo sin poder hacer nada. En un intento desesperado corrí hacia ella con todas mis fuerzas, y la protegí, tal y como jure hacerlo, sin embargo las heridas infligidas en su débil cuerpo me cobraron caro no haberlo hecho a tiempo.
Fui el único del clan en sobrevivir, apenas lo logramos. Nunca volví a ver a un oscuro. Al final creo que fuimos lo último que quedaba de nuestra especie. Maia nunca pudo recuperarse y en menos de lo que esperaba se rindió.
Y aquí estoy, con su cuerpo en mis brazos, bebiendo profundamente el final de la vida.
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