Solo sonaban sus pasos
mientras caminaba, los golpes de sus tacones, el resto de la calle era silencio
absoluto. Dobló la esquina y tropezó con un tipo que de inmediato se disculpó
por lo sucedido, cuando fijo sus ojos en la mujer no pudo salir de su asombro.
Era la criatura más bella que jamás había visto.
En un instante gotas de lluvia empezaron a golpear el asfalto y la mujer extendió de su mano derecha un paraguas rojo. Todo en ella era perfecto, miró a la dama una vez más y pudo ver unos ojos miel devolverle la mirada mientras unos labios rojos pronunciaban palabras de cortesía.
Se despidió con una sonrisa tan hermosa como indescriptible y observó cómo poco a poco se iba alejando. Ponía un pie delante del otro con elegante lentitud y ritmo danzante. Poco a poco y sin darse cuenta, había comenzado a seguirla.
La dama entra a un bar poco conocido de la ciudad, uno de esos en los que solo entras con una invitación. Luego de vaciar todo lo que tenía en los bolsillos de su pantalón, el tipo entra y la busca con ojos de desesperación.
Logra distinguir su figura de entre todas, se dirige a la barra sonriendo con la cabeza levantada y la mirada hacia el techo. El hombre la observa desde la distancia pedir un whisky, ella gira el vaso en círculos con la mano derecha y al fin sus ojos se posan sobre los suyos.
Levanta la mano haciendo un saludo, se acerca el vaso a la boca y le da un trago, luego le hace un pequeño guiño invitándole a acompañarla. Él la mira durante horas y el alcohol no tarda en hacer efecto. Luces brillantes y saltarinas decoraban el ambiente y en medio de todo estaba ella, que con cual débil movimiento lograba estremecerlo por completo. Poco a poco se podía sentir el libido recorriendo sus cuerpos.
Al final él resolvió salir de ahí, se aferró a ella y la arrastró entre estrechas callejuelas hasta un edificio solitario, ahí comenzó a desvestirla y la noche se perdió entre gemidos de placer. Era la lujuria en persona. Derramaba placer y gruñía de un modo irracional con unos fogosos movimientos pélvicos, mientras la espalda del hombre comenzaba a sangrar presa de sus arañazos.
Entre el chocar de sus vientres algo surge de pronto. Algo parecido a un enorme bastón empujándose desde dentro de su estómago, luchando por salir. Y la dama se revuelve de dolor, pero a la vez ríe, ríe con un placer esquizofrénico. El tipo intenta quitársela de encima pero entonces observa unas púas nacer en la espalda de su amante, unas púas que intentan desgarrar su carne.
Por fin logra soltarse y quiere huir, pero está desnudo, mira atrás para buscar su ropa, la encuentra en el suelo pero ella ha desaparecido. Que importa donde estuviese, se acomoda los pantalones como puede y empieza a correr.
Las luces parpadean y un cántico gregoriano siniestro se escucha en el edificio. Más temprano que tarde se da cuenta que todo ha sido un grave error.
Esta acurrucada junto a la puerta, la mira con su cara en carne viva y llena de protuberancias, aquel bastón que amenazara con brotar de su interior se ha transformado en una kilométrica lengua. Los gritos pueden escucharse desde afuera y poco a poco el silencio ocupa su lugar en la noche.
La noche es fría, oscura, confusa y despiadada. Un joven dobla la esquina y tropieza con una mujer, el resto de la calle es silencio absoluto. Alza la mirada y sus ojos no pueden creer lo que ven. Era la criatura más bella que jamás había visto.
En un instante gotas de lluvia empezaron a golpear el asfalto y la mujer extendió de su mano derecha un paraguas rojo. Todo en ella era perfecto, miró a la dama una vez más y pudo ver unos ojos miel devolverle la mirada mientras unos labios rojos pronunciaban palabras de cortesía.
Se despidió con una sonrisa tan hermosa como indescriptible y observó cómo poco a poco se iba alejando. Ponía un pie delante del otro con elegante lentitud y ritmo danzante. Poco a poco y sin darse cuenta, había comenzado a seguirla.
La dama entra a un bar poco conocido de la ciudad, uno de esos en los que solo entras con una invitación. Luego de vaciar todo lo que tenía en los bolsillos de su pantalón, el tipo entra y la busca con ojos de desesperación.
Logra distinguir su figura de entre todas, se dirige a la barra sonriendo con la cabeza levantada y la mirada hacia el techo. El hombre la observa desde la distancia pedir un whisky, ella gira el vaso en círculos con la mano derecha y al fin sus ojos se posan sobre los suyos.
Levanta la mano haciendo un saludo, se acerca el vaso a la boca y le da un trago, luego le hace un pequeño guiño invitándole a acompañarla. Él la mira durante horas y el alcohol no tarda en hacer efecto. Luces brillantes y saltarinas decoraban el ambiente y en medio de todo estaba ella, que con cual débil movimiento lograba estremecerlo por completo. Poco a poco se podía sentir el libido recorriendo sus cuerpos.
Al final él resolvió salir de ahí, se aferró a ella y la arrastró entre estrechas callejuelas hasta un edificio solitario, ahí comenzó a desvestirla y la noche se perdió entre gemidos de placer. Era la lujuria en persona. Derramaba placer y gruñía de un modo irracional con unos fogosos movimientos pélvicos, mientras la espalda del hombre comenzaba a sangrar presa de sus arañazos.
Entre el chocar de sus vientres algo surge de pronto. Algo parecido a un enorme bastón empujándose desde dentro de su estómago, luchando por salir. Y la dama se revuelve de dolor, pero a la vez ríe, ríe con un placer esquizofrénico. El tipo intenta quitársela de encima pero entonces observa unas púas nacer en la espalda de su amante, unas púas que intentan desgarrar su carne.
Por fin logra soltarse y quiere huir, pero está desnudo, mira atrás para buscar su ropa, la encuentra en el suelo pero ella ha desaparecido. Que importa donde estuviese, se acomoda los pantalones como puede y empieza a correr.
Las luces parpadean y un cántico gregoriano siniestro se escucha en el edificio. Más temprano que tarde se da cuenta que todo ha sido un grave error.
Esta acurrucada junto a la puerta, la mira con su cara en carne viva y llena de protuberancias, aquel bastón que amenazara con brotar de su interior se ha transformado en una kilométrica lengua. Los gritos pueden escucharse desde afuera y poco a poco el silencio ocupa su lugar en la noche.
La noche es fría, oscura, confusa y despiadada. Un joven dobla la esquina y tropieza con una mujer, el resto de la calle es silencio absoluto. Alza la mirada y sus ojos no pueden creer lo que ven. Era la criatura más bella que jamás había visto.
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