Los pies descalzos de
la mujer pisaban la arena en un débil andar, las cálidas aguas alcanzaban a
tocar sus pequeños dedos. Una suave brisa se extendía por todo el litoral y
unas nubes generosas abrían paso a un cielo estrellado y profundo. Pero para
aquel ser, todo eso parecía no tener ninguna importancia.
El caminar renqueante hacía suponer que le costaba coordinar sus movimientos. Una noche pasada de alcohol, quizás. No había problema, nada que no pudiera solucionar el buen dormir o en todo caso, alguna ayuda amiga en una playa atestada de veraneantes.
Una pareja camina con las manos entrelazadas, entre besos y risas se arrojan al mar. Cuando salen, una figura los acompaña y una extraña sensación les invade. Sorprendidos, se dirigen a la tambaleante mujer con curiosidad. Parece herida y siempre hay que ayudar a los demás.
Que pequeñas resultan las cosas junto a la inmensidad del mar. Esas olas, con su infinito ir y venir, espuma… vida y muerte.
Con cada paso, los innaturales movimientos de la mujer llaman la atención de más de uno. El océano ruge con cada encuentro y la figura de nuestro personaje se va transformada más y más, el bulto crece y le cuesta cada vez más caminar. La mar continúa con su incesante ritmo.
El más increíble de todos los castillos de arena ve su final, el niño contempla con tristeza lo que ocurre con su creación. Es inevitable pero no puede dejar escapar un suspiro. La noche avanza y algo le hace romper su concentración. Algo extraño aparece caminando bajo el ritmo de las aguas, una imagen a todas luces incomprensible.
La criatura con cuerpo de mujer avanza lentamente, apenas y puede cargar con su propio peso. Aquel vientre es el problema, no ha parado de crecer. Los ojos del niño se cruzan con los de ella, un pánico inmensurable empieza a recorrer sus venas. El más tímido encuentro.
Ahora el agua le lame las rodillas, se dirige hacia el fondo oscuro del mar abisal. Atrás puede escuchar voces que gritan el nombre del infante, el último de la noche. El bulto ha crecido lo suficiente y el océano poco a poco despoja a aquella monstruosidad de su perfecto disfraz.
El silencio invade y nada se mueve; excepto el mar, inquieto y hambriento. Las olas limpian la arena, lo cubren todo y también encierran a aquello que se oculta bajo esas aguas.
El caminar renqueante hacía suponer que le costaba coordinar sus movimientos. Una noche pasada de alcohol, quizás. No había problema, nada que no pudiera solucionar el buen dormir o en todo caso, alguna ayuda amiga en una playa atestada de veraneantes.
Una pareja camina con las manos entrelazadas, entre besos y risas se arrojan al mar. Cuando salen, una figura los acompaña y una extraña sensación les invade. Sorprendidos, se dirigen a la tambaleante mujer con curiosidad. Parece herida y siempre hay que ayudar a los demás.
Que pequeñas resultan las cosas junto a la inmensidad del mar. Esas olas, con su infinito ir y venir, espuma… vida y muerte.
Con cada paso, los innaturales movimientos de la mujer llaman la atención de más de uno. El océano ruge con cada encuentro y la figura de nuestro personaje se va transformada más y más, el bulto crece y le cuesta cada vez más caminar. La mar continúa con su incesante ritmo.
El más increíble de todos los castillos de arena ve su final, el niño contempla con tristeza lo que ocurre con su creación. Es inevitable pero no puede dejar escapar un suspiro. La noche avanza y algo le hace romper su concentración. Algo extraño aparece caminando bajo el ritmo de las aguas, una imagen a todas luces incomprensible.
La criatura con cuerpo de mujer avanza lentamente, apenas y puede cargar con su propio peso. Aquel vientre es el problema, no ha parado de crecer. Los ojos del niño se cruzan con los de ella, un pánico inmensurable empieza a recorrer sus venas. El más tímido encuentro.
Ahora el agua le lame las rodillas, se dirige hacia el fondo oscuro del mar abisal. Atrás puede escuchar voces que gritan el nombre del infante, el último de la noche. El bulto ha crecido lo suficiente y el océano poco a poco despoja a aquella monstruosidad de su perfecto disfraz.
El silencio invade y nada se mueve; excepto el mar, inquieto y hambriento. Las olas limpian la arena, lo cubren todo y también encierran a aquello que se oculta bajo esas aguas.
Comentarios
Publicar un comentario