Iba camino a casa. Apenas había tráfico esa
noche, nada me cortaba el paso, salvo algunos semáforos en rojo. Llevaba un
rato esperando cuando reparé en la mujer. No tengo ni idea de cuánto tiempo
llevaba parada ahí, mirando hacia mí, pero una vez que me fijé en ella no pude
dejar de mirarla.
Sonreía como una verdadera demente,
saludándome con una de sus manos mientras acariciaba el pelo de un niño con la
otra. El niño, vestía ropa ancha de color marrón y una máscara negra de cabra.
Era un disfraz muy extraño, además de estar completamente descalzo.
Él también me saludaba y estaba plantado
mirándome pero su saludo se sentía forzado, casi incómodo. Sabía que los ojos
de la mujer me estaban atravesando y casi podía sentir físicamente como su
mirada me penetraba. No parpadeaba. Me sentía desnudo y totalmente expuesto.
De repente vi como ella sacaba otra máscara,
era más horrible que la del niño. Parecía hecha de piel, una cara sin parpados,
con una boca inmensa y ojos al revés. El niño saludaba ahora con más fuerza violentamente,
mientras la perversa felicidad de la mujer parecía no dejar de crecer.
Aparté la mirada. Estaba completamente
aterrado. Una vez que la luz cambió a verde no lo pensé dos veces, apreté el
acelerador y conduje lejos sin mirar atrás. Todos los días pienso en ello, las
pesadillas me consumen cada noche y cada mañana me ahogo en recuerdos que me
queman por dentro.
Cuando llegue a mi hogar el horror se desveló
ante mis ojos. Mi mujer tenía profundas cuchilladas en todo su cuerpo y le habían
arrancado la cara. Mi hijo no estaba por ningún lado, en su lugar había una nota dirigida hacia a mí. No hay ninguna palabra
que pueda describir lo que sentí al leerla.
“No puedes decir que no te di la oportunidad
de despedirte.”
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