No
hay manera de comprender durante cuánto tiempo nuestra guerra ha rugido
furiosamente. Eones, milenios… simples lágrimas en el océano. El abismo nos lo
ha arrebatado todo, incluso a Él, aquel que puede restaurar el equilibrio. Su resurgimiento,
que fue predicho, jamás ha sucedido, condenándonos a todos a su mismo destino.
La
cosecha nos ha segado, nuestras acciones egoístas han negado su regreso. La
batalla ha sido tan larga, que muchos no recuerdan su comienzo… yo lo recuerdo,
por eso hoy estoy llamándolo. Rasgando en las entrañas de la oscuridad.
Implorando su perdón, anhelando su beso.
Aquellas
bestias lascivas y pendencieras alardeaban de su perfecto ritual. Cobardes
niños con cuerpos de hombre, pequeñas abominaciones. Una pequeña señal para que
de esos labios verrugosos y espumeantes se desatara la ira y la depravación.
Decenas de cuerpos mutilados, miembros devorados, todos danzando y revolcándose
en su propina orina y excrementos.
Solo
uno se levantó, y la luz de la luna se extendió como un lago de pálida sangre. No
era más un hombre, o lo que fuera que decía ser. Era una masa retorcida,
espantosa y repugnante. Tenía los ojos rojos... me hizo entrar. Última voluntad
y último grito. Ahora he regresado de las profundidades para llamar al único. La
corrupción del anfitrión es absoluta, su alma un exquisito alimento.
Comentarios
Publicar un comentario