Era una comedia barata. La TV no regalaba nada más
interesante que ver y la había dejado correr sin prestarle demasiada atención.
Los días en el trabajo habían ido de mal en peor, a extenuantes horas se había
sumado ahora una incomprensible tonelada de papeles más. No había nada que
hacer, era otra semana sin descanso, otra semana sin poder estar con ella.
Llevaba contando los días en el calendario, mala suerte. Lo
volvía a hacer otra vez. Siempre pones excusas, me había dicho. No era cierto.
Era la tercera vez en la que pues, por circunstancias obvias, no había podido
asistir a la maldita cena con sus padres.
Lo único que quería era escuchar su voz, explicarle una vez
más que no fue mi culpa. Un último mensaje de voz y ya, sino quería hablar
conmigo no iba a molestarla más. Cerré la aplicación y me levanté a la cocina
por un vaso de jugo. Ese olor, no habían pasado ni dos semanas en que había
mandado a arreglar la nevera y ya se había malogrado otra vez. Inútil pedazo de
chatarra, me dispuse a servirme de la jarra cuando las luces se fueron. Carajo,
era lo único que me faltaba.
Me golpeé con cuatro cosas distintas antes de llegar a la
sala donde estaba el móvil. Al parecer era un corte en todo el edificio, abrí
la ventana y la cosa parecía ser sería. Toda la manzana, ni más ni menos. Que
regalo de día me había tocado. Encima ahora el ruido de la nada entre mis
paredes empezaba a sentirme incómodo, nunca me había gustado el silencio. Me
quedé un buen rato escuchando la gamma de cláxones que ofrecían los coches de
la ciudad. Puff, que aburrimiento. Tome mi teléfono y salí a caminar.
Dos jóvenes del piso de enfrente habían sacado su
telescopio, ni con el mejor modelo podrían alcanzar a ver algo en este cielo
mugroso. Flashes en la oscuridad, nunca falta un grupito de esos, ni tampoco
los que aprovechan en dibujar penes de luz. Una señora tratando de encontrar
una moneda que se le cayó, un tipo de traje y corbata tropezando con algo que
no vio, y una horda de perros peleándose por un hueso. Eso era todo, una urbe
que inspira. Sí, una completa pérdida de tiempo.
Ya había renunciado a mi patético intento de “camina y
despeja tu mente”. Lejos de ello me habían estresado aún más. Respiré hondo y
me di media vuelta, a sesenta metros una mezcla de sonidos llamo mi atención.
Distinguí a lo lejos a una pareja en una banqueta, me asome por simple
curiosidad y me convertí en un voyeur en la mejor de sus fantasías.
La mujer cabalgaba al tipo con el culo saltando en duros
movimientos. Debo confesar que fue llevarme la mano a la bragueta en ese mismo
momento. Hacerlo en plena vía pública, pero que guarro y que erótico también.
El último sonido que se escuchó interrumpió la paja que estaba a punto de
comenzar. El sonido de agua cayendo, el rugido ahogado de la vida
desapareciendo.
Fue el paso hacia la locura, pero el libido que sentía me
hizo avanzar. El chico parecía más o menos de mi edad, un poco más joven
quizás, era difícil notarlo con casi la
mitad de su rostro arrancada y toda esa sangre escurriendo. De inmediato un
shock nervioso me paralizó el cuerpo. De
pronto ella se detuvo y giro su cabeza en una forma imposible para verme.
No recuerdo como llegué a casa, no he salido de mi
habitación desde entonces. La verdad es que me siento muy enfermo, el color de
mi piel casi desaparece, todo lo que trago cae en breves minutos al excusado.
No sé si fue un sueño o no. Lo último que recuerdo es una enorme quijada
abriéndose sobre mi cuello.
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