Cuando el maldito gato apareció por tercera vez en mi puerta, no tuve más remedio que quejarme con el arrendador. Se me especificó muchas veces en el contrato que no admitían en el edificio ningún tipo de animal. Y claro, seguro que unos dólares de más, le habían ganado ciertos beneficios a uno de los vecinos.
Lo curioso es que después de armar un escándalo, se comprobó que ningún animal habitaba el complejo. Y era absurdo, claro. Pero según se me informó, se había registrado apartamento a apartamento sin hallar evidencia alguna de un probable felino. Era indignante, nadie se disculpó.
La cosa se puso peor si cabe, empecé a escucharlo dentro de mi habitación. No había noche que me dejara en paz, además de que se puso muy terrorífico. Una vez conté tres y otra seis, y no, no me refiero a la cantidad de gatos que he visto, han sido el número de ojos que he alcanzado a ver brillar en la maldita oscuridad.
Pueda que creas que estoy loco; bah, quizás lo esté un poco. Ayer, mientras despedazaba a mi víctima número dieciséis me habló. Han sido cosas que… bueno, me han devuelto la fe. Cuando le he visto reírse he notado que ahora no tiene una cabeza sino tres.
Hoy ha amanecido dormido a mis pies. Tiene mucha hambre y yo también.
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