Año 1624 del Imperio de Karnaron
Año 1 del reinado de la emperatriz Fera Feng-Du
Soth'takath parió el universo en un grito que lleva escuchándose eones en el tiempo. Pocos son los que todavía escuchan su clamor, sus suplicas, su alarido que se extiende insoportable lleno de horror.
Yo, he sido bendecido y maldito, al mismo tiempo. El sonido del mundo, desde que era un niño, me ha llenado de dolor. Mi mente, lo ha sentido desde un principio, y mi cuerpo, ha involucionando de manera irreversible sin que nada, ni nadie, pueda evitarlo.
Sin embargo, mi condición nunca fue un obstáculo en el estudio de los secretos del cosmos. Nacido en la nobleza, se me permitió contar con los mejores Kysha en mi educación. Pero esa etapa duró muy poco, porque en el poder del conocimiento los superé a todos. Y no había nadie en todo Karnaron que igualara mi magnificencia, ni siquiera Keir Bremm.
Mis habilidades, aunque admiradas por mi hermana y su madre, eran de un profundo desprecio para mi progenitor. “Nunca llegaras al Consejo mientras yo viva, no avergonzaras más con tu presencia a esta familia”. Sus palabras siempre eran las mismas, me privaron de mi libertad el último año antes de la desgracia. Mi mayor error, confesar la inmensa cantidad de Londinium que tenía Imaur en ese mar de gusanos negros.
Por supuesto que quien se benefició de todo fue mi padre. Todos los favores fueron a caer en sus manos deseosas de alcanzar el poder. No se me vinculó con el descubrimiento, se me negó a una audiencia con el Arconte y se me despojó totalmente de los documentos de mi investigación. Intenté por todos los medios comunicarme con mi amada Jeesa. Pero ella y su madre también habían sido confinadas en las profundidades de la ciudad de Yavanah.
Pude haberme abandonado a mí mismo en esos momentos, arrojarme a la profunda oscuridad para ya no despertar más. Fera lo cambió todo, cuando me confesó lo que haría el Arconte con mi Jessa, el odio se tragó a la razón. Tenía tantas ganas cortar su cuerpo, de aplastar su cráneo, de romper cada uno de sus huesos. Sentía que la Diosa Soth'takath me ponía a prueba y era el momento para mostrar de lo que era capaz.
Vadanella Dei, señora de la ciudad de Yavanah, había sido arrojada como moneda de cambio a esos hediondos miembros del Consejo. Asqueroso grupo de ancianos. Malditos. Depravados. Era una gran mujer, la madre que nunca llegué a conocer. Jessa Dei, mi amada estrella, condenada a ser el nuevo juguete de Turo Atlyr, Arconte del planeta Tafvav, quien administraba una de las flotas espaciales más importante del imperio.
Escapé esa noche con el fin de liberarlas de su destino. Con la esperanza de que sus sonrisas le devolvieran la fe a este desgraciado ser. Pero abrí los ojos solo para ver a mi ciudad morir. A todo lo que se conocía ser borrado por voluntad de la emperatriz. Apenas y pude ver sus cuerpos mutilados a los pies del culpable de todo, Veqrax Dei, y el horror en su rostro al saber que iba a ser desollado con mucha paciencia por los Xe’acalla.
Hui, porque no podía hacer nada. No era capaz, no podía, no sabía, y sentía los pasos incesantes acercarse cada vez más. Mi repugnante cuerpo cedió muy pronto al agotamiento, mis débiles huesos, mis deformes miembros, mi inhumano rostro que no había parado de llorar en ningún momento.
Entonces ella me encontró, y nos refugiamos del dolor que ocurría allá afuera. Se odiaba a sí misma, me odiaba a mí, y yo a ella. Y en todo nuestro rencor y sufrimiento, encontramos la respuesta, ahí dentro, en esa cueva. Les llamé Akarj, en honor al primer hijo de Soth'takath, el planeta muerto que desde su creación, no ha conocido la luz en ningún momento.
Les di mi cuerpo, y ellos me recibieron con los brazos abiertos, la Capitana entendió entonces su poder. Dejamos que el parásito reptara hasta las cuencas de los guardias muertos, se sumergieron, profanaron su cuerpo, se alzaron ansiosos para rendirse al Mesías, al Prida, que con su ayuda conquistaría todo el Imperio.
Porque eran una señal de la Diosa, un regalo para sus fieles. Y hoy, después de tantos años, he vengado a mi pueblo, y me he alzado con la victoria. Fera se ha coronado emperatriz, y el Prida que todos conocen con el nombre de Daethron Urlan es ahora su primer Kysha. Ya no hay nada que temer, pronto anunciaré en la misma sala donde está reunido el Consejo, que mi verdadero nombre es Nahlam Dei.
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