Último año del Imperio de Karnaron
Tres horas antes de la larga noche de los Akarj
El mundo ha estado en constante cambio, en constante movimiento, Imperios que se alzan, civilizaciones que desaparecen de su faz, y caen en olvido, la muerte última. Las incontables guerras lo han hecho sangrar, pero con el tiempo, las heridas han sanado, solo para volver a ser abiertas; en un ciclo perpetuo de dolor, miedo, envidia y profunda vileza.
Karnaron, ahora agoniza por sus heridas. La conjura para terminar con un reinado que lleva gobernando más de un milenio ha sido un éxito. No queda ni un solo Arconte que se le oponga a la Emperatriz; en el consejo, los de rangos más altos están todos muertos, y la paz que profesa el Prida, mantiene a todos callados y completamente aterrorizados.
Nada queda de la poderosa Deraddon, ni de la hermosa y pacífica Tau Koian, el enjambre se ha llevado consigo a más de la mitad de los planetas del reino. Todos, parte de un complot para asesinar a la emperatriz, por supuesto. Rumores, y rumores de más rumores, que no tienen ninguna prueba o fundamento.
Y no han parado de alimentar a la bestia. La última resistencia, liderada por mi maestro, fue un completo fracaso. Mi Señor, es torturado día tras día, y no hay nada que yo pueda hacer para consolar su sufrimiento. He sido testigo de múltiples atrocidades que se le han practicado; de todas las fuerzas que un hombre pueda tener, arrancadas con suprema maldad de su cuerpo.
Del otrora, magnifico guía espiritual, ahora solo queda un saco de pestilente carne y huesos; arrojado a la oscuridad a la que se ha abrazado a su pecho. Oh, mi pobre Señor, ha enloquecido terriblemente. Su risa escandalosa cesó brevemente la noche que le cortaron la lengua, solo para continuar con más fuerza al día siguiente, en una cacofonía que reverbera pantanosa por todas las paredes de la gran torre de Vor.
Dicen que el destino de Karnaron será el mismo que el de este planeta. No estoy tan seguro, probablemente sea mucho peor. Cuando los Xe’acalla fueron derrotados, la sombra que cubrió Cardikar, se llevó toda la vida del planeta. Hasta la tierra parece pudrirse de la nada, solo queda en pie la gran torre por la que informo cada noche al Prida del estado del Diácono.
Le complacer escuchar que cada día está más loco, juega conmigo incitándome a participar de su perverso ritual. Siempre me niego, aunque sé que pronto cederé, no sé cuándo, pero lo haré, con la esperanza de escapar de aquí, de la inhumana risa de mi señor, de sus aullidos pegados a mi piel, y que pueden sentir los guardias también.
Nos visitan de Bashaa y Or, las naves van y vienen, y algunos son más crueles que otros. Esos se quedan más tiempo, aunque al final siempre terminan largándose, nadie aguanta estar mucho tiempo en este lugar. Aunque nadie ha venido a recoger a los últimos torturadores, los guardias ya no saben que decirles, el tiempo no deja de ponerse peor aquí y las reservas se agotan.
El Prida no ha contestado a mi llamado desde hace tres noches, la señal parece muerta. Es muy extraño, su exquisita malicia se regocijaba cuando me escuchaba hablar sobre las nuevas salvajes heridas infligidas a mi señor. Es mucho peor de lo que parece, y tengo tanto miedo, mucho miedo, soy capaz de lo que sea en este momento.
Mi nombres es Taf’am, humilde siervo del Diácono Imperial, quien es prisionero junto a su señor en la gran Torre de Vor, única construcción que se eleva sobre todo Cardikar. Moriré aquí, no quiero, pero sé que la larga noche ha llegado para no irse jamás. Todos parecen sentirlo, la carcajada monstruosa de mi maestro perfora mi cuerpo.
Han llegado a un punto de no retorno, han ganado y perdido al mismo tiempo, el final está aquí. Millones de almas sucumbirán a la catástrofe, y por supuesto, un nuevo Imperio, como ninguno que haya existido se alzará por encima de todo el universo. No hay espacio para nosotros.
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