Y la gran guerra terminó, y el mundo se olvidó de aquellos que dieron su vida por protegerlo.
Hablaron de sacrificio, de honor, pero lo único que hicieron fue usarla como moneda de cambio para saldar las cuentas de la orgullosa nobleza.
Ella nunca se negó ante la propuesta, ambos conocían su destino y aceptaron los dos.
En el gran coliseo él la vio morir impotente, y voló tan alto esperando que el cielo le aplastara con una bofetada. Después tuvo que pelear su batalla personal también, le había hecho una promesa y tuvo que soportar los años que le quedaban al servicio del Imperio.
Jamás fue el mismo. Y pudo ver cómo la gente rápidamente olvidó a esa mujer que tanto por ellos había luchado.
Él había tenido una vida en la que había intentado pasar desapercibido por el resto del mundo, pero el mundo no le había devuelto ese mismo gesto. En cambio ella… le había hecho sentir tan bien.
Pelearon juntos, sangraron juntos, ganaron, perdieron, y lloraron ante la crueldad de los seres humanos. Hasta el último instante su recuerdo siempre fue fiel. Nunca dejo de contemplar, desde la lejanía de aquel risco cercano, al lago donde ella acudía cada día.
Cuando sus huesos ya no le permitieron luchar, por fin encontró la paz.
En las noches de Luna llena, se dice que aún se puede contemplar el fantasma del dragón sobre el risco, esperando ver el rostro de aquella que le hizo sentirse tan vivo.
Comentarios
Publicar un comentario