Fue hermoso, como un accidente de coche, o una herida de bala.
Siete rostros humanos adheridos a siete cuerpos de ciervos deformes, y purulentos. Talía se orinó encima. No la juzgué, apenas y controlaba mi propia vejiga. Kelly comenzó a llorar, sus sollozos eran profundos y jadeantes, parecía que en cualquier momento iba a dejar de respirar.
Cuando comenzó la pandemia nos mudamos a este lugar. Era agradable, aire puro, silencio, nada del caos que había en la maldita ciudad. Kevin me dijo que podía quedarme el tiempo que quisiera y así lo hice; el bosque era precioso, a mi familia le encantó. Todo iba muy bien, hasta que ellos nos comenzaron a acechar.
Primero eran solo uno o dos, rara vez se aparecían, pero cuando lo hacían, se acercaban lo suficiente hasta hacerse notar. Me quede muy confundido la tarde en que Talía llegó corriendo de afuera, gritando que había escuchado a uno hablar. Una serie de noticias extrañas había comenzado a circular en la red. Terribles, cada una peor que la anterior.
Por supuesto que tratamos de mantener la calma, estábamos bien después de todo. Lamentablemente, la situación empeoró. En unos pocos días los vecinos les comenzaron a disparar. Gritaban como si fueran humanos, sus alaridos eran desgarradores, y la caza no se detuvo hasta el día en que asaltaron la camioneta del viejo Jimmy cuando regresaba de la ciudad.
Dicen que antes de morir le había arrancado la cabeza a uno de ellos con su fiel remington. Le devolvieron el favor, nunca lo creí… hasta hoy. Kelly reconoció el rostro de los otros seis, vivían cerca, a las orillas de un lago en el que también habían comenzado a pasar cosas muy raras. Ya no importaba ahora, solo el hecho de que pronto serian diez rostros y no siete.
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