Ha pasado un buen tiempo, lo siento. No ha parado de sangrar desde entonces. El silencio, ese vacío reconfortante me ha ayudado a sostenerme todo este tiempo. No sé si estoy aquí o allá, estoy muy triste, se siente como el infierno.
Hoy también la lluvia dejo de caer a las seis. Amanece pronto, el tiempo mejora, lo sueños, no. Es muy difícil, sabes. Cada vez es peor el olor, la sangre, esas cosas reptando en mi habitación. Y las voces, que chillan y jamás se esconden.
No tengo nada preparando, por si te lo estas preguntando. Los monstruos de mis historias están aquí, pero no hay nada nuevo con ellos. Los psicópatas duermen, o eso me cuentan las otras criaturas cuando les pregunto qué están haciendo.
Mi mejor momento del día, como ya imaginaras, son esos lapsos de silencio. Lo malo es que siempre llegan para llevarme a la extraña ciudad, mis ojos se cierran y estoy ahí, en una urbe gigantesca de carne que no para de sangrar.
Hace un par de semanas llegue a un hueco enorme, me abrí entre costras y piel húmeda para poder entrar. Adentro hacia mucho frio, todo lo contrario que afuera. Me vi, era yo, jugando con mi propio cuerpo.
Te lo juro. El primero sostenía al segundo en una enorme rueda que iba poco a poco cercenando carne y hueso. Se giró, me vio, no dijo nada. Solo continuo en lo suyo mientras aliviaba mis tripas en ese lugar.
Y encontré la salida gracia a los gritos de la araña. Intento matarme la primera vez que nos encontramos, ahora es más o menos una amiga. Me ha seguido de cerca desde mi primer día en la ciudad. Quizás le desconcierto, o solo espera el mejor momento para devorarme.
Nunca te cansas de caminar en este lugar. Siempre estás buscándote en cada muro de esta ciudad muerta. Y siempre te encuentras transformado en una atrocidad peor que la anterior.
Aquel agujero enorme parece respirar a veces, me he negado a volver a entrar. Siento que ese “yo” es demasiado real, el torturador y el torturado quieren algo de mí, lo siento así. Tengo tanto miedo de un día no despertar.
Debe parecer patético, lo sé. El miedo… nunca llegas a acostumbrarte. En un tira y afloja constante he perdido tanto peso que siento que desaparezco. Ojala fuera el fin, pero me han dicho que es el principio. Ni siquiera estoy cerca entonces. Como sea, volveré a escribirte cuando pueda.
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