Has pensado en que deberías dejar de subir cada pedacito de tu vida a las redes sociales. Pero es que, te resulta tan inevitable. Eres una influencer, así que una selfie en la farmacia, es una prueba para que tus seguidores vean que de verdad te sientes mal.
La cara del farmacéutico no ayudo hoy, el pobre tipo se notaba tan cansado y tu jodiendo que sonría en esa foto que le obligaste a sacar. Bueno, esperas que tu pequeña Luna no haya perdido la cabeza por dejarla descansar de ti un momento.
Cruzas la calle y contemplas tu edificio, es lo suficiente grande y moderno para ti. Tu gata debe morirse de las ganas de volverte a ver, así que entras de lo más sonriente al elevador. ¡Casi lo olvidabas! Debes cojear un poco, uno de tus tobillos esta rojo.
Un simple vistazo a tu aplicación favorita, la cantidad de comentarios y likes siguen subiendo como la espuma. Ruegan a Dios que te pongas bien. Son tan lindos, piensas. Sientes como si todo el mundo pareciera estar a tus pies. El repentino “miau” te saca de tu burbuja.
Hay un gato contigo en el elevador. ¿En qué momento? Ríes divertida, dispuesta a tomarle una fotografía, hasta que te das cuenta de su condición. Está enfermo, no es como tu Luna, ni siquiera se le parece. Parece tener un ojo más grande que el otro, y de su hocico escurre un líquido amarillento.
Tu cara ya no es ni remotamente divertida. Sientes una fuerte sudoración, y asfixia. ¡Dios mío! Como esa vez en que un tipo en la calle se detuvo para pedirte un autógrafo. Piensas en que casi tenían el mismo aspecto, solo que el gato no huele tan mal.
En el tablero puedes ver que todavía te faltan varios pisos para llegar a tu apartamento. Va a ser una maldita tortura, así que lo mejor será detener el elevador. Si consigues sacar de tu espacio al maldito engendro, todo estará bien. No sabes lo que se avecina.
El niño no parece tener más de nueve años, en ese momento ni siquiera puedes hablar, entra con una docena de sus mascotas, tan o más repulsivas que con la primera que te topaste, se acomoda a un rincón dándote la espalda y empieza a contar.
Lo hace muy rápido, demasiado rápido, no se detiene, y acelera de una forma completamente anormal. La velocidad en el elevador empieza a seguirle los pasos, ya no puedes ver nada en el tablero, y puedes sentir como este acelera en su ascenso a una velocidad vertiginosa.
No hay un solo gato contigo, solo un montón de niños. Lloran, gimen, ríen, y tosen, pero el de la esquina no deja de contar. Entonces gritas, gritas muy fuerte, es una pesadilla. Tiene que serlo, estás en tu jacuzzi y has tenido uno de tus ataques porque se te ha mojado el celular.
No puede ser otra cosa, y gritas más fuerte para que se detenga. No lo hace, las gargantas de los críos se abren formando la sonrisa más perfecta y macabra que has visto. Lloras desesperada, y luchas por marcar algún número de ayuda, un último grito, todos te abrazan.
Nadie encontrará rastro alguno sobre el paradero de la reconocida influencer, Kyla Williams. Su llamada, de unos pocos segundos a su representante, sería lo último que sabrán de ella sus seguidores y amigos. Cuando su grito sea revelado y subido a la red, será todo un fenómeno para el mundillo de lo paranormal.
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