Fue descubierto por primera vez como una mancha oscura por los excursionistas a principios de los noventa; y no fue hasta el 2010, cuando el glaciar estaba empezando a desaparecer, cuando por fin fue centro de atención de la comunidad científica.
Una piedra gris, de unos seis metros y medio de ancho por unos catorce de largo, empezó a notarse en su superficie, como una lápida. En poco tiempo estuvo al alcance de los aventureros que, con una caminata no tan extensa, podían contemplar la piedra y sus tallas. Como podrás imaginar, el misticismo se hizo presente.
Todo el mundo que las vio, casi podía estar seguro que se trataba de una piedra de inundación; enormes bloques monolíticos que descansan en los cauces de los ríos, sólo visibles en épocas de gran sequía, dando advertencias y mensajes a través de la oscuridad de la historia, siglos atrás.
Aunque a medida que el hielo se derretía, centímetro a centímetro, las formas y líneas grabadas profundamente en la piedra no eran de ninguna lengua europea. Y las explicaciones de los expertos se volvieron cada vez más vagas; porque eran muchas, las lenguas perdidas por el azote del tiempo.
Después de un acalorado debate que se resolvió con una exorbitante cantidad de dinero, se dio por zanjado el asunto. En poco tiempo había pasado de ser, patrimonio del mundo, a propiedad de un acaudalado coleccionista que no dudo en llevarse consigo su nueva adquisición.
Uno de los operarios, que ayudó a desenterrar al Ídolo, y que respondía directamente, bajo el mando de ese hombre, era yo.
Nunca hubo suficiente entendimiento para conjeturar la naturaleza de nuestro hallazgo. En lo único que podíamos estar seguro, era que no debíamos haber hecho eso.
Encontramos reliquias ceremoniales por todas partes, y por supuesto al monstruo, adornado elegantemente con todas ellas. Enormes cuencos y vasijas, tallados con las lenguas de una docena de civilizaciones de eones pasados, todas con un mensaje claro que, lamentablemente, no vio la luz en un tiempo prudente. Un error fatal.
En la cima del Tenog-Koh, mora el Dios de los que quedaron. Observa, impasible y con ojos estrábicos, la nada. De su boca abierta, mandíbula desencajada, que nunca se cierra, escurren enfermizos fluidos que llegan hasta las tierras agrestes, por los cuales los fieles seguidores se matan entre sí, con tal de un sorbo.
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