Los Barghatianos nunca fueron un problema cuando Eadaldan empezó a unificar el sistema. A decir verdad, fueron los primeros en unirse a su causa, pero claro, a un buen precio. Aunque nunca llegaron a ocupar la posición de las tres grandes casas, obtuvieron multitud de privilegios. Entre ellos, regentes en muchas colonias a lo largo del cinturón de Hella. Pero los planetas bajo su poder no eran escogidos al azar, no importaba su geografía, solo debían de contener una cosa: Berilio. Los Barghatianos llevaban siendo unos especialistas en su extracción desde sus orígenes.
— Faltan sesenta y dos, ¿eh? Bahh… una lástima. ¡Les advertí que no perdieran el tiempo allá afuera! Pero no se van a poner a llorar ahora, ¿o sí?
Silencio.
— Eso pensé. Bien, como algunos ya se habrán dado cuenta, estamos en la Zona 14. ¿Qué, que hacen aquí? Pues matarse y entretener a los mierdecillas que tienen al otro lado de esas pantallas, ¿los ven? — señaló.
— Oye, Barghatiano, ¿Por qué no explicas de una puta vez en que consiste la prueba?
El tipo era gigantesco, y su fantasma todavía más, el Barghatiano rápidamente encendió su ASDA, y antes de que todo el mundo pudiera reaccionar, el fantasma de ese hombre ya le había arrancado la mitad de sus órganos a su propio vector. Hizo una pausa, y se quebró cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Era un Juez después de todo, y tenía el poder de los NIÑOS, hizo que se arrancara los núcleos que tenía en el pecho, y le obligó a firmar un contrato con él. Después de eso, le ordenó que lo cargara en sus hombros.
— ¿Los ven? Los ven, ¿verdad? Fíjense en la tercera pantalla, al fondo. Sí, esa es mi mujer, no está mal para ser una humana — sonrió como un psicópata— una lástima que queden tan pocas barghatianas. ¡Pero ya basta de hablar de mí! Quiero tres piedras por cada uno de ustedes. Ya se habrán cruzado con los cachorros. Son un amor. Los grandes son igual de simpáticos, pero como vas a tener que matar a sus retoños se van a enfadar un rato. Iban a tener una hora, pero lo vamos a dejar a la mitad por culpa de ese imbécil. Ahora lárguense, y rápido. Voy a entretenerme un rato con mi nuevo juguete.
— Tengo marcado el primer punto, corre. Este ocupado o no, pelearemos, así que prepárate—dijo Darla.
— Lo tengo, ¿y ella? —preguntó Keir.
— Tu culpa, un maldito error. No esta lista, déjala—respondió Darla.
— ¿Pero firmaste un contrato con ella? —Ressa le interrumpió, sosteniéndole la mano.
— Puedo hacerlo—dijo ella. Antes de empezar a correr también.
Tuvieron mucha suerte, no tardaron más que unos pocos minutos en ingresar a las cuevas. Había algo allá afuera, algo letal y maligno, porque los gritos no dejaron de escucharse hasta que llegaron a lo profundo de esa montaña. A Ressa la encontraron sentada en medio de pequeños gumbas, la observaban como quien ve a un ser querido moribundo, a punto de fenecer. Y ella le sostuvo la mirada a Keir, y encontró, en medio de todo el REM que atravesaba su cerebro, una salida, una pequeña ventana a un recuerdo de una vida pasada. Un día, una hora, un lugar, al que esperaba nunca jamás volver.
Los gumbas solo habitaban la Zona 14, una de las principales colonias de los Barghatianos, se decía que su caza indiscriminada había llevado a la especie al borde de la extinción. Pero los Barghatianos habían encontrado una forma de convertir sus propios planetas en granjas, y lo acaban de comprobar. Encerrándolos en las más profundas cavernas de sus montañas y vigilándolos por alguna abominación allá afuera, que hacía de guardián.
— ¡A tu izquierda! —exclamó Ressa.
— ¡Lo tengo, tres más a tu derecha! ¡Cuando los haya marcado a todos, comienzas a disparar! —gritó Keir.
Sin un contrato, el ciclo de un fantasma termina en muy poco tiempo. Y antes de que Keir la ayudara, el de Ressa se agotaba. Poco después, declaró que su propio vector le había ordenado que se salvara cuando les atacaron en la arena. Keir le dijo que eso era absurdo. Pero si quería obedecer hasta el final esa última orden, había un precio. Entonces Ressa asintió y se despojó de su único núcleo, ofreciéndole un contrato a Darla.
— Vienen en oleadas, ¿Por qué carajos hay tantos? —chilló Keir.
— ¡Sigue disparando! Pronto se darán cuenta de la posición en la que estamos, y correrán a otro punto, ya casi se termina el tiempo— anunció Darla.
Tenía razón, no tardaron en darse cuenta que sus posibilidades desaparecían con el pasar de los minutos. Era un buen lugar, pensó Keir, y habían llegado primero, los que llegaron después, lo único que alcanzaron a recibir desde su posición fue fuego directo. Nunca tuvieron oportunidad, y los pequeños gumbas menos, trataron de huir, pero en el fuego cruzado cayeron inevitablemente.
— ¿Qué es lo que haces? — preguntó Keir.
— No quiero ver cuando les arranquen las piedras, me encargaré de los cuerpos— dijo Ressa.
— Pero… están muertos— reclamó Keir.
— Déjate de estupideces y ayúdala. Coge todo lo que podamos cargar, necesitamos todo el equipo que podamos vender o acoplar al nuestro. ¡Y date prisa! — declaró Darla.
Con la sangre todavía serpenteando fresca sobre la roca, Ressa arrancó el último núcleo de un fantasma caído y se lo entregó a Keir. Esos ojos, había visto esos ojos en el espejo hace mucho tiempo, pero iba a estar bien. Iba a ayudarlo, como él había hecho con ella, entonces pensó en Aaron, no había podido ayudarlo a él, ¿podía realmente ayudar a alguien? Era una inútil después de todo, y Aaron le había dicho muchas veces que solo servía como muñeca de placer. ¿Por qué le había ordenado escapar entonces? ¿Por qué la había abrazado, antes de plantar batalla con esa cosa, si sabía que era más fuerte que él? Era absurdo, como Keir había dicho. Entonces, ¿Por qué no podía dejar de pensar en ello?
— No se muevan—susurró Ressa.
— Hay una sola entrada ¿Cómo llego aquí sin que nos diéramos cuenta?
— Estamos en su casa.
— ¿Cuántas piedras has tomado? — preguntó Ressa.
— Solo ocho.
— Tomaremos la última de ella, iré al frente— anunció Ressa.
— ¿Te has vuelto loca?
— Cuando me encontraron, tenía abrazado a unos cuantos pequeños. Todavía tengo su olor, no dejara acercarse a nadie más.
Los cachorros median entre treinta y cuarenta centímetros, los gumbas adultos en cambio podían llegar a los seis metros. Y aunque estaban cubiertos de un pelo color fuego, su piel con el tiempo podía endurecerse como una roca. Lo maravilloso de estos habitantes de la Zona 14 eran la piedra de Berilio que les nacía en el pecho, eran sin duda su virtud y su maldición.
— ¡Fuego! — rugió Ressa.
— ¡Carajo! ¿Cómo puede moverse tan rápido? — gritó Keir.
Darla golpeó el suelo con su ASDA, propagando una ola de energía que arrojo al gumba varios metros, tiempo suficiente para que Keir saltara sobre el disparando con sus bioarmas directo a la cabeza. No cayó, hasta que Ressa atravesó la herida que había hecho Keir con su espada.
— Tengo la piedra, hay que darnos prisa, muévanse— ordenó Darla.
Las refriegas en los puntos que había marcado el barghatiano en el mapa, habían sido un éxito. La cantidad de vectores heridos y fantasmas mutilados no paraba de llegar. Darla entregó las piedras y le reclamó por la ultima. Estaba hueca, y era verdad, pero Ressa la había disfrazado bien, y después de discutir un rato no dijo nada más. Las piedras de un gumba adulto no servían para nada en realidad.
Cuando salieron de la montaña, les aguardaba una escolta imperial, por fin saltaron los hologramas de los millones de espectadores, y se horrorizaron, al igual que Darla, cuando contemplaron a las gigantescas arañas dragón que mantenían alejadas. Ressa tembló, pero Keir sostuvo su mano, la abrazó cuando el halo de niebla les rodeó.
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