El ritual había salido perfecto. Sin fallos. Una obra maestra entre los rituales. Suponía. Y eso significaba que no tenía una puta idea de lo que había pasado, pero tenía más o menos la impresión de que algo había pasado. Era el maldito Rey del Mundo.
Para ser sincero, él había esperado algo más espectacular, o al menos algo más truculento. Cuerpos que estallaban envueltos en llamas, gente destripada…o destripándose. O mejor aún: monstruos llenos de tentáculos violadores brotando del suelo. Con respecto a esto último, le encantaba el porno japonés, así que en un rinconcito de su corazón había esperado verlo en directo.
En lugar de eso, la delegada de su aula no paraba de mirarle con los ojos hinchados de rabia. Tendría que desamarrarla algún día, pero eso sería admitir su fracaso, algo que no estaba dispuesto a hacer. “Te vas a joder, marrano”. Pareció escuchar que decía bajo la mordaza. Mierda, después de que le denunciara que iba a hacer con su vida.
— ¿Sabes? Me gustaría tener una conversación civilizada—dijo, mientras aflojaba un poco la mordaza.
— ¡Estúpido cerdo de mierda, voy a…!
No iba a resultar. Inspiro profundamente. Ya estaba al descubierto, así que no había mucho que hacer. Miro hacia un lado, luego hacia otro, esperando tal vez una procesión de nigromantes triunfantes, o una banda de música, o un monstruo tentaculado. Nada. Se lo habían prometido en esos mensajes de texto, volvió a llamar al número, no respondía. Empezaba a amanecer, pronto tendría que tragarse su orgullo y volvería a esa vida vacía, aburrida e insulsa.
— Un momento…—murmuró mientras escrutaba con más atención todo lo que le rodeaba.
Vacío. Todo se había callado, no alcanzaba a escuchar ni el más pequeño sonido. Una señal. Sin entenderlo del todo, se permitió lanzar una carcajada breve y seca que resonó ominosamente en el auditorio de la escuela. Con esa nueva certeza como armadura, se sintió inusitadamente tranquilo y seguro. Como no lo había estado en toda su vida, de hecho.
— Jódete, gordito—susurró una voz a su espalda, mientras un cuchillo de cocina perforó su pulmón.
No había nada de malo en sentir frio de repente. En realidad, faltaban pocas semanas para las vacaciones de verano así que se preguntó si le había subido la presión. Sin embargo, el líquido vital escapándose era tibio a su tacto, y besando el suelo trató de arrastrarse un poco preocupado por no manchar tanto su remera favorita.
— ¿Por qué tardaste tanto? ¿Dónde estabas, carajo?
— ¿Puedes creer que mi papá se olvidó de pagar las cuentas de mi celular? —resopló cansada—No esperaba que te amarrara, en realidad nunca le escribí nada de esto. Lo último que le escribí fue que te pusiera en el pentagrama y…
— Ya déjalo. Pero esta me la debes, ¿eh?
— Le pediré a papá su tarjeta dorada, no se negará después de que le cuente sobre la vergüenza que me hizo pasar.
— Bien, ¿y qué hacemos con él?
— No sé, tú dijiste que te lo ibas a comer, yo paso, estoy a dieta.
— Bueno, eso era antes de verlo bailar en pelotas alrededor de mí en su ritual de mierda. ¿Qué pensaba invocar, al Dios de la masturbación o a Satanás?
— Como sea, mátalo y trágatelo.
Sí que había logrado hacerlo, había abierto una puerta a un nuevo mundo. Eran Ghouls o Quirópteros, esos de su saga anime favorita de la cual tenía en su cuarto un poster gigantesco. Ahora sus preciosas señoras del mal devorarían su cadáver hasta quedar solo huesos, de pronto … se cagó de miedo de solo pensarlo.
— Oigan… y si seguimos otro día, de verdad me está doliendo mucho, quiero vomitar…
— Esto no es uno de tus juegos perversos, gordito. En menos de una hora vendrán los hombres de papá a limpiar esto. Mañana se reportará tu desaparición, pero la policía nunca te encontrará. A tus padres les dirán que…
— Y no tenemos cuernos ni cola, chiquito. Nos gusta la caza, tanto como la carne humana, y eso no nos convierte en un monstruo de revista.
— Recógete el cabello o te mancharas, apúrate que me estoy aburriendo.
— Quítale la remera, voy a empezar por su pancita.
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