Capítulo V
Sibila
El primer monstruo le miraba furioso y hambriento, la enfermedad ya estaba en su cenit, se notaba en sus ojos, su piel, en el ÁBARA a su alrededor, su cuerpo no resistiría más, estaba a punto de romperse. El otro, en cambio, era completamente distinto a todos los monstruos que había visto, estaba hueco, y eso en otro momento hubiera sido una señal para salir corriendo, pero no podía huir esta vez, tenía que ganar tiempo.
Hizo el signo de Kann y llevó su alabarda a toda su longitud. El primer monstruo imitó el mismo signo, pero por supuesto, era imperfecto. Su técnica estaba tan rota como él. Redujo con habilidad el espacio entre ambos elevándose unos metros, y rasgó el aire con su seax. Una muñeca de sombra apareció a su espalda dispuesta a apuñalarla, pero falló. Su ÁBARA era mucho más fuerte, hizo el signo de Kann una vez más, y segó al ente con su propia muñeca de sombra.
Los ojos del monstruo se hincharon bulbosos, deformes, y su mandíbula empezó a desprenderse. No podía dejar que se transformara en un Devorador. Atacó, pero inmediatamente respondió con una fuerza que no venía de ninguno de los signos. La maldición quemaba, carcomía el cuerpo de su anfitrión. Perforó el pecho del monstruo con su alabarda y lo golpeó en el cráneo con una fuerza que habría hecho polvo la piedra, pero no cayó.
Uno de sus brazos se estiró completamente antinatural y la arrojó varios metros. Se levantó, invocó a su muñeca de sombra y le ordenó atacar. Cada corte era perfecto, la muñeca giraba con violencia rodeándole mientras el monstruo, poco a poco, iba perdiendo extremidades una a una. Era hora del acto final. Sibila levitó con el poder de su signo, y desde el aire— con toda su fuerza— se arrojó empalando al monstruo con su alabarda.
Llovió ceniza. Ahora dormía en el otro lado. Si Arlett la viera estaría orgullosa, también el viejo Drac, en cambio a Alayna… le rompería el corazón, pero no podía detenerse a pensar en eso ahora, muchos ya habían elegido su camino, era el momento de que ella eligiera el suyo. Se preguntó si algún día los volvería a ver, pero descarto rápido esa posibilidad, el segundo monstruo ya había lanzado su ataque y se estaba desangrando.
— ¿Tienes miedo? —preguntó el monstruo.
— No se la llevaran—respondió.
Cuando la chica escapó, había respirado aliviada. No podía dejar que se la llevaran, era su única oportunidad, habían perdido a tantos, las cosas… no dejaban de empeorar para ellos, y era tan injusto, tan cruel. Alayna no dejaba de lamentarse sin poder hacer nada, y no paraba de culparse a sí misma, se sentían tan cansados de vivir así. Ya era hora de que ellos sufrieran también.
Arrancó violentamente la cosa que sintió trepar por su cuello, era dura y muy brillante, lo más cercano a una perla que había visto en su vida. Hizo el signo de Kann, pero la herida no dejó de sangrar, tenía otras cosas de que preocuparse ahora, aquella cosa ya había caminado en sus entrañas y había destrozados varios de sus órganos.
Elevó su ÁBARA, se hinchó de poder, giró su alabarda e hizo el signo de Kann, como el viejo Drac le había enseñado. Cientos de seax cayeron en una lluvia que habría detenido a una decena de asesinos dahaka; no se detuvo hasta que su debilitado cuerpo rompió el signo y se arrodilló, arrojando una mezcla de bilis y sangre. No le quedaba mucho tiempo.
— La NOVENA te enseño bien —dijo el monstruo, que había sido atravesado por cientos de cuchillos seax en todo su cuerpo.
Deshizo su alabarda y formó un pozo con ambas manos, esa última técnica iba a matarle, estaba segura. No se detuvo, hizo el signo de Rakka, y llenó el pozo con su propia sangre.
— ¿Por qué no vienes conmigo? No quiero lastimarte.
El monstruo empezó a desprenderse una a una de las dagas seax, el ÁBARA del monstruo las consumía con una rapidez que la horrorizo.
— Tienes miedo, ¿verdad?
Había tenido miedo todo el tiempo, sobre todo cuando era una niña. Su mamá le decía que la cosa en el armario no era real, que los monstruos no podían perseguirla y que solo estaban en sus sueños. Pero habían llegado esa noche, y los signos devoraron el cuerpo de su madre y a ella la transformaron en una “no nacida”. Tuvo mucho miedo entonces, ante el dolor, ante el hambre, ante la sed de sangre.
Vagó por la ciudad y solo Dios, o el mismo Demonio, sabe las cosas horribles que hizo. Una noche lluviosa, una en la que creyó que ya no sobreviviría, Alayna la encontró medio muerta en un callejón. Los signos habían rasgado su carne y casi la habían transformado en un Devorador. Alayna le enseñó una forma de regresar, de volver a confiar el mundo, le devolvió la esperanza. Y a pesar de que muchos de sus amigos ya se han ido, sigue teniendo ese miedo profundo de perderlos, y conoce el único camino para salvarlos.
— Ingenua. El signo de Rakka está fuera de tus posibilidades —declaró Izel.
Sibila liberó la sangre entre sus dedos e hizo el signo de Rakka por última vez, el ÁBARA a su alrededor hizo el resto, las cadenas se rompieron y la verdadera forma de su maldición aulló hambrienta. Llevaba tanto tiempo esperando este momento, tanto tiempo buscando la forma de volverse a encontrarse con Brais al otro lado. Se preguntó si él la reconocería, se había afeitado el cabello como a él le gustaba, lo extrañaba tanto, al resto también. Ya era hora de volver a casa.
— Cuando mi signo te toque una vez mas no podrás regresar—le explicó cansado—es mi última advertencia.
El monstruo no era un dahaka, lo había sentido desde un comienzo. Dibujó el signo de Asda en su palma y un mar de perlas se movió vertiginosa por la nieve y la hierba hacia ella. Tenía razón, no iba a poder detenerlas, ni siquiera se podía mover ahora, junto sus manos dirigiendo todo su ÁBARA a su maldición. La serpiente de sangre a su espalda se alzó gigantesca, rugió y se lanzó con sus fauces abiertas aplastando todo lo que tenía en frente.
Aquel monstruo no se inmutó, recibió el ataque directo, le arrancó medio rostro y su brazo izquierdo, pero no se movió, casi parecía triste observándola a lo lejos.
— Tu técnica… ha sido perfecta. En otro tiempo, en el Gran Coliseo de mi amada Escadur, miles te aplaudirían.
Pero nadie aplaudió en ese momento, las perlas se transformaron en ojos, en ojos de sus amigos, de sus padres, de la gente que asesinó, en los suyos propios. Entonces la gran serpiente cayó, y sintió como los ojos se volvieron a verla, llegaron y se aplastaron contra su cuerpo, introduciéndose su piel, intentó luchar hasta que se colaron en su boca inundándola por completo. Pero no tuvo miedo esta vez, ya no había nada que temer, había ganado tiempo.
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