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EL GRITO/CAP III

Capítulo III
White Rabbit

Solo esperaba que fuera rápido, aunque muy en el fondo sabía que no sería así. No le arrancaría la cabeza limpiamente como lo hacían en las películas; impacto tras impacto, se enfrentaría a un dolor supremo mientras la hoja del hacha lo hiciera desangrarse por completo. En realidad, iba a ser muy doloroso, pero quería pensar lo primero.

El golpe no llegó, ninguno en realidad. Cuando se volvió hacia él, se había detenido como una especie de mono con platillos al cual se le ha acabado la cuerda. La distancia que los separaba era ese último escalón. Había sentido ese tirón en su tobillo mucho antes, como en el tercer piso, pero al llegar al noveno se había caído de bruces para rematar, y no podía moverse.

Entonces lo vio dar un paso atrás y empezar su descenso como si nada. Así, sin más, y aunque no lo creía en ese momento, sus pasos poco a poco se fueron apagando hasta desaparecer. El hombre del hacha le había perdonado la vida, o peor aún, estaba jugando con él.

Dan no entendía absolutamente nada, estaba vivo, y eso al menos, era algo bueno, medianamente bueno, porque desde hace unas horas no estaba seguro de eso.

Cuando por fin pudo levantarse se dio cuenta que su tobillo estaba realmente bien, le dolía su hombro derecho pero casi hasta podía volver a correr. Esa idea le espantó al instante, había visto un par de películas en donde— en su mente retorcida—, el cazador juega con su presa en un ritual perverso que excita al psicópata y le provoca más placer en el asesinato.

Ahora, todo eso era real, siempre que se tratara de una mente enferma, pero había un problema. El tipo no tenía cabeza.

Dan recordó entrar al Hotel buscando la canción de su infancia, lamentablemente cuando por fin llegó ya había dejado de sonar. Aterrizó de culo un par de veces tratando de encontrar algo en esa oscuridad que parecía cada vez más densa, y cuando estuvo a punto de darse por vencido y dar la vuelta, distinguió una figura sentada, casi escondida al final de un pasillo que terminaba en el ascensor de servicio.

Le llamó pero no respondió, en su desesperación se acercó hasta que lo tuvo a menos de un metro de él. Entonces se levantó y pudo por fin distinguirlo completamente. Además de ir completamente desnudo, tenía una gigantesca hacha que estuvo a punto de partirle a la mitad. Cuando alcanzó a tenerlo a la vista en un espacio más amplio noto que, además de su inexistente pudor, se movía sin una cabeza.

Dan ahora recordaba que ni siquiera parecía arrancada o algo así, simplemente no había nada allá arriba, como si no formara una parte importante de ese ser; solo esos dos brazos fuertes, que agitaban con violencia esa hacha afilada.

Y ahora la persecución se había detenido sin motivo aparente. Ese monstruo lo había tenido prácticamente en sus manos y en el último momento se había echado para atrás.

¿Por qué no podía estar todo esto en su cabeza? Quizás había muerto de sobredosis en el mundo real, y eso era el infierno. Peor. Debía estar en coma, recordó que Mark había alcanzado a golpearle en la cabeza. O todo era un sueño, uno muy largo, y si era así, se estaban tardando mucho en despertarlo.

Intento abrir un par de puertas mientras se debatía todo lo que le había ocurrido en esas horas. No pasó mucho tiempo hasta que una de las que forzó, cedió. El Hotel era de los más caros en la ciudad; sin embargo, la habitación ni siquiera era una tres estrellas, tenía casi el aspecto de la de un motel, había globos por todas partes y unas letras fosforescentes pegadas en la pared gigantes que decían: BIENVENIDO

Entonces le llegó ese aroma característico de un pastel recién horneado. Chocolate, pensó. Y efectivamente, en una esquina descansaba su favorito, sobre una pequeña mesita se habían encargado de colocar una buena rebanada perfectamente recortaba. Sus tripas comenzaron a rugirle, pero un fuerte ruido a su costado le sorprendió de repente.

Lo había olvidado, no le había dado tiempo de pensar en aquella ventana. Ahí estaba, pero se había equivocado, no se trataba de una lámpara.

Una pequeña TV portátil (antiquísima, por lo que podía ver), se encontraba apoyada en el marco de la ventana dándole la espalda. Era la pantalla lo que había visto entonces. La luz rebotaba en el cristal hasta apagarse y volverse a encender.

La sostuvo entre sus manos mientras la examinaba, no tenía señal. Un montón de franjas negras se perdían una tras otra en un fondo granulado. La apoyó en una silla mientras intentaba dar con algún botón cuando saltó de un susto de repente.

— Eres muy guapo.

Dan retrocedió bruscamente estupefacto. La pantalla dibujaba en blanco y negro a una niña sentada en una silla con el respaldo al revés, ambos codos descansaban en el borde mientras su barbilla era apoyada por sus manos.

— ¿Me… me hablas a mí? —preguntó.

Su rostro se perdía entre medio de la estática, y el chillido en la televisión se hacía cada vez más áspero y violento.

— La próxima vez me gustaría que te quedaras a jugar conmigo.

Dan cruzo su mano derecha por la pantalla, y la agitó un par de veces, tratando de comprobar, de alguna manera ridícula, si esa niña realmente le estaba viendo.

— A ellos no les gusta que hable con alguien como tú.

Revisó el techo y las paredes, la pequeña TV portátil también, pero no alcanzó a encontrar ninguna cámara.

— ¿No te gusta el pastel que te preparé?

La miro fijamente, parecía más grande, o al menos, sus brazos se veían más grandes… y su cabeza.

— ¿Quién eres? —volvió a preguntar— ¿dónde estás? ¿qué es este lugar?

Demasiadas preguntas, pero necesitaba al menos una respuesta. Una pequeña, la más simple, algo como, Dan, estás enfermo, mi nombre es la Dra. Jones y estas en un hospital psiquiátrico.

— Si quieres vivir, encuentra al conejo—dijo, tocando la pantalla del otro lado.

El ronco sonido que había hecho su garganta, no era de una niña, y la mano gigantesca, mucho menos. Ahora la imagen granulada mostraba a un hombre muy grande.

— Cuando salgas, no olvides recoger mi regalo.

La pantalla murió después de eso. Tocó cada maldito botón del aparato hasta golpearlo, pero no respondió; y ese silencio que lo espantaba volvió otra vez a su hábitat. Se giró hacia el pastel, solo tomo el cuchillo. No iba a tomar nada más de ese lugar.

Cuando abrió la puerta, una pequeña caja descansaba en la entrada. Esa cosa había hablado en serio, ya nada podía sorprenderlo. Simplemente la pasó por encima, y empezó a buscar habitación por habitación, algo útil que le pudiera ayudar.

Solo pudo abrir dos puertas más; vacíos, ni un solo mueble y nada en las paredes. Intento subir al décimo piso pero estaba bloqueado, entonces se contuvo para no llorar. ¿Cómo era posible que todo esto fuera verdad? Hubiera preferido no despertar. Era eso, pensó. Lo había deseado, se sentó en las escaleras, vencido, derrotado, entonces vino a su mente la maldita caja.

Seguía ahí, por supuesto, esperándole. Deshizo el lazo nervioso, esperando que nada le saltara encima, entonces la abrió, y encontró una mochila pequeña. La reviso rápidamente y encontró una linterna, una botella de agua, un encendedor y una llave, no había nada más, y cuando intento volver a entra a la habitación del miedo, esta estaba cerrada por completo. Forzó unos minutos, pero no cedió. Ahora tendría un largo camino de vuelta.

Tendría que descender… para buscar al conejo.

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