Ir al contenido principal

EL GRITO/CAP IV

Capítulo IV
Shattered

Una lluvia apestosa había empezado a caer en una ciudad que ya olía como el infierno. Keyla se acostó en el asiento trasero, estaba cansada y muy molesta.

— Ya ha pasado bastante ¿Qué crees que estarán haciendo? —preguntó, Frank.

Hacia un par de horas que habían dejado esa habitación de hotel, ella le había dicho que no, pero él había respondido diciendo que tendría que asumir las consecuencias si ella no accedía. Y la verdad, había sido una mierda, su vida era una mierda, pero se estaba esforzando por remar todo lo posible para salir. Aunque todavía no estaba segura si su cuerpo y mente al final resistiría.

— No lo sé. Quiero ir a casa. — Lo sé, cariño. Lo sé—contestó, arrullándola.

Odiaba su voz. Su arrugada piel. Sus grasosos dedos. Al principio tuvo la impresión de que moriría entre sus piernas en una de esas noches, nunca pasó. En realidad, jamás intento tocarla, le prometió que nunca lo haría y ha cumplido su promesa. Ojalá lo hiciera. Preferiría mil veces tratar con él. Ha hecho de todo para provocarlo, pero el maldito enfermo le gusta mirar, y esos tipos que contrata son peores que bestias. Y grita, llora, y él solo se masturba. Ya falta poco, piensa. Ya falta poco, solo un poco más.

— Te compré un regalo. ¿Lo abriste? 
— El reloj es hermoso, Frank. Es muy hermoso. Como tú—dijo, Keyla. Mirando a la nada. 
— No mi amor, como tú. En Dubai te compraré lo que me pidas. ¿Ya conseguiste el permiso de tu hermano? 
— Estoy en ello. No te preocupes, lo obligaré a hacerlo si es necesario. —respondió. 
— Será la última vez… ¿verdad? 
— Quizás...

Richard había sido tan estúpido, había arruinado su carrera. Lo que le tomó cerca de quince años construir a base de duro trabajo, se había encargado de arruinarlo en menos de un minuto. Y Jenny estaba embarazaba, y si iba a la cárcel que sería de esa criatura. No, había dicho. Y escogió ser esa moneda de cambio de un monstruo como Frank. Aunque Richard juró que se iba a vengar. Richard era un imbécil, todos los hombres eran unos imbéciles.

— Se queda en el parabrisas, no se va. Es como una… especie de gelatina. ¿Cuándo volverá la energía? Ya ni siquiera escucho a la gente.

Llevaban atascados en esa avenida cerca de una hora. ¿Dónde estaba la policía? Los bocinazos habían dejado de escucharse también, igual que el ruido de la gente. Ya no veía a nadie abandonando sus vehículos, tratando de averiguar que carajos estaba pasando. Había notado como un grupo de personas señalaban el cielo ¿Qué habían visto? No quería pensar ahora. Solo quería llegar a casa.

— Por fin ha dejado de llover —dijo, Keyla. 
— Casi lo olvidaba ¿Samir o Iván? 
— ¿De qué hablas? 
— Sabes de que hablo. 
— Samir … es cruel. Es muy cruel. 
— Mi vida, el mundo es cruel. Samir está bien. Además, será especial para nosotros, te lo prometo. Vamos a pasarla …en grande —sonrió, con una mirada perversa.

Estaba cansada, tan vacía por dentro. Abrió la puerta y salió descalza, no quiso escuchar nada más. La ciudad seguía a oscuras, y la envolvía un absoluto silencio. Y pensó, que quizás era el momento perfecto para que el Dios, que se suponía, vivía allá arriba, se manifestara de una vez por todas. Pero cuando levanto su vista no vio a Dios. Vio algo mucho peor.

— Keyla… Keyla… Dios mío… ¿Qué demonios es eso? —chilló, a su espalda.

No era real, y si lo era, no quería saberlo. Estaba cansada, se sentía tan cansada, muy cansada, su cuerpo le pesaba toneladas. Cerro los ojos y no supo nada más.


El grito la atravesó como un cuchillo. Cuando terminó, ni siquiera intento moverse, sostuvo su cabeza con fuerza porque estaba segura que en cualquier momento explotaría entre sus dedos. La ciudad seguía igual, seguía siendo un estercolero perfecto, solo que ahora los seres que la habitaban eran un poco más feos, pero solo un poco, pensó. Casi alcanzo a sonreír cuando vio a Frank. Lo reconoció por la gargantilla y el reloj, resaltaban demasiado de ese saco de piel que caminaba a cuatro patas. Entonces corrió hacia ella.

— Keyla… Keyla… Keylaaaaaa —aulló, mientras avanzaba como un perro al que le han mutilado uno de sus miembros.

Un ciempiés gigantesco de cuerpos humanos se interpuso y le devoró. El sonido fue como cuando aplastas un puñado de hortalizas, se alzó solemne para ser atacado entre las sombras por otro ser. Y era más grande aun, aunque no tenía idea de qué demonios era.

Keyla se sujetó de uno de los coches para no caer, alguien estaba jugando con ella, ¿quién se estaba burlando ahora? ¿Kevin? ¿el idiota de Dan? Tenía que tratarse de una broma, todos estaban escondidos en algún rincón burlándose de ella. No era divertido, solo quería llegar a casa. Quería ver a Richard, abrazar a su hermano, decirle que las cosas iban a estar bien, que por favor no hiciera una estupidez. Quería llegar a casa para sentir las pataditas del bebé. Quería llegar a casa para poder comer la cena que preparaba Jenny. Quería llegar a casa para poder sentirse viva después del infierno que le hacía vivir Frank.

No quería esto, o quizás en el fondo sí, y había sido el diablo quien le había concedido el más oscuro de sus deseos. Sintió de nuevo como su cuerpo amenazaba con aplastarla, cuando estuvo a punto de desvanecerse una fría mano salió de debajo de uno de los coches para tomar su pierna. Quiso gritar, pero sus pulmones no se lo permitieron. Cuando estuvo a punto de dejar de respirar, reconoció una voz.

— ¡Ven, vamos, metete rápido! —dijo, la chica. 
— No hagas ruido… o el conejo… volverá por nosotros— tartamudeó el niño. 
— ¿Cuál conejo? —dijo Keyla. 
— El que se llevó a papá y a mamá—respondió Max. 
— ¡Silencio los dos! Keyla, nos estábamos moviendo cuando te vimos. Siento mucho lo de tu amigo—susurró Tiffany. 
— Yo no, pero eso ya no importa. Necesito llegar a casa…

A Tiffany apenas la conocía, Kevin se la presentó una vez, hace mucho tiempo. Todavía se seguían en esa red social. Recordó que siempre que comentaba sus fotos, decía que la envidiaba, era curioso, porque Keyla envidiaba a cualquier persona que no tuviera que vender su cuerpo para vivir. No podía envidiar más a una niña rica que lo tenía todo como ella. Sintió ira, pero cuando Max la abrazó, empezó a llorar. Tiffany la abrazó también, entonces supo que jamás podría volver a casa.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CHICA PERFECTA

La conocí en una famosa página de citas de Internet. Al principio me mostré cauteloso, no sabía que pensar. Después de tanta insistencia por varias de mis amistades decidí probar. En efecto, conocí a alguien que robaría toda mi atención y que terminaría por ser la dueña de mi corazón. Luego de varias semanas de intercambiar mensajes y compartir historias decidimos conocernos. Era profesora de secundaria, muy impresionante en persona, con una figura que no te esperarías de alguien que trabaja en educación. Tenía el pelo castaño y rizado, ojos cafés y una mirada cautivadora. Debo admitir que me arriesgue demasiado en nuestra primera noche, creo que me deje llevar un poco por la emoción. En pocas ocasiones me había pasado y es que, ella despertaba en mí una pasión que escapaba a la razón. Me la lleve a una habitación de hotel, un poco nervioso le hice la propuesta y accedió. No voy a entrar en detalles, lo siento, soy un caballero después de todo, pero quiero dejar en cla

EL ENGENDRO DE UHMUG

El cielo está quieto, oscuro y silencioso. Uno de sus ojos parece brillar a lo lejos, casi desaparece. El negro absoluto permanece expectante, ignora al brillante. Entonces celebra su soledad allá arriba mientras observa espeluznante el despertar del muerto. Han pasado más de dos horas desde que los faros del coche se apagaron, más de dos horas en que las caricias comenzaron. La música ha dejado de sonar y los latidos también. Se asoma una patrulla por el retrovisor. Más te vale que despiertes, corazón. La placa corresponde a otro distrito, mala cosa, robado tal vez. No, vamos. Déjate de estupideces. Hay que dejar de ver esa serie de una maldita vez. Una de las puertas traseras está entre abierta. Drogadictos, dices. Ah, un par de porros. Quién, no. Acercas tu linterna, dos siluetas se dibujan, solo una se mueve. Está demasiado oscuro y crees ver sangre. Hombre, ya para de imaginarte cosas. La puerta se cierra de golpe. Llamas a los ocupantes dando una advertencia. Tr

TORTUGA NEGRA

La tetera silba impacientemente, ahoga el bullicio de la ciudad. Me entrego al aroma del café como en cualquier otra tarde de lluvia. Miradas que vienen y van desde mi ventana. Sombras que se alejan. ¿Qué observan? Me llevo las manos al rostro, ahí donde surcan las huellas del tiempo. Compasión, lástima. Sí, por supuesto. Tengo 63 años, mis hijos han crecido y en julio seré abuelo. Estoy canoso. Mi cuerpo no para de quejarse. El calendario marca 31 de Marzo y el sentimiento aflora. Me sujeta fuertemente, me desgarra y me lastima.  Mi mente gira en espiral y me lleva al más oscuro de mis recuerdos. Tenía 8 años y ella apenas 7. Allison se había ganado la reputación de contar historias increíbles. ¡El chico de cuarto grado tiene una caja de monedas mágicas! o ¡El bibliotecario tiene una llave que  te lleva a otro mundo! Y yo disfrutaba de cada una de ellas, por más insulsas que fueran y Sarah también lo hacía. Mi pequeña hermana se movía conmigo dispuesta a cualquier aventur