La tele está encendida, con una cosa espeluznante de un asesino que acecha a una chica en un aparcamiento. Todo está a oscuras y llueve. La actriz que hace de chica es bonita. Parece asustada. Trato de salir de la habitación, no me gustan este tipo de cosas.
Llevo diez minutos con la mochila colgada del hombro y la mano en el pomo de la puerta, quizás más, pero soy incapaz de abrirla. Siempre que comienzo a girar el picaporte la oigo: las carreras, los gritos. La profunda desesperación. Espero que consiga escapar.
¿Quién ve esta basura? La gente está muy mal de la cabeza. Me siento mareado y con ganas de vomitar, me acerco a la pantalla del televisor y meto la cabeza todo lo que puedo por ella en busca de aire fresco, allí adentro todo está en suspenso. Tampoco hay alivio en el exterior.
¿Qué iba a hacer? No lo recuerdo. Tengo que limpiar, sí. Otra vez. Cierro la ventana y lo preparo todo. La sangre debe desaparecer, retirada con infinito cuidado por las suaves caricias de las esponjas.
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