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SI LAS ESTRELLAS CAEN

— Espera, cuéntamelo otra vez.

Hace una semana estábamos listos para volver a casa. Lo extraño es que de alguna manera me sentía triste de irme, pero lo acepté. Y él también, o eso creía, me gustaría que hablaras con él.

— ¿Cómo todo se desmorono al final?

No pude dormir la primera noche. En realidad, no he podido dormir ninguna noche desde que regresamos, por supuesto empeore las cosas, sabes lo que pienso sobre dormir durante el día.

— ¿Qué hicieron?

Conocimos gente. Nada más. Sinceramente, nunca dormí tan bien. Estaba allí tendida, caliente en mi saco dormir, y cerraba los ojos solo escuchando mi respiración y la de él.

— Sabes que las razones no encajan, ¿verdad?

Quédate conmigo, no cuelgues. Sé que piensas que me estoy escabullendo otra vez.

— No sé qué quieres que te diga. Tampoco sé que pretendías encontrar.

Pensé que podríamos contemplar el bosque, y de alguna manera sentirnos mejor, pero el poder de curación de la belleza natural ha resultado ser uno de esos mitos populares. Como la terapia. Como pasar página. Como Dios.

— ¿Y cuándo decidiste que no podías esperar más?

Cuando deje de escuchar su voz. No podía distinguir sus palabras, solo un murmullo muy bajo. Como cuando hablas en tus sueños. No quise gritar, te lo juro, pero salió así, y no puedo volver atrás.

— ¿Dónde estás? Te llevaré a casa.

No lo sé. Siento que las estrellas caen y el suelo se rompe. Estoy enfadada, enfadada conmigo y con él. Es tarde, muy tarde, y no existe un lugar en el que pueda esconderme.

— Pero, ¿cuándo descubriste que no podías luchar? No me digas que se acabó, no justo ahora que han llegado tan lejos.

Es muy fácil decirlo que hacerlo. No me estas entendiendo…

— Sentado aquí, en la oscuridad, sé que hiciste bien y que hiciste mal. Déjame llevarte a casa, y si las estrellas caen en el camino, déjame ser ese amigo que pida un deseo contigo.

Gracias Papá.

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