Bajo los árboles, él era el señor. Bajo los árboles no había escapatoria, como atestiguaban los cuerpos de los que habían intentado huir. Podía haberse limitado a encadenarlos, o simplemente partirles las piernas, pero eso no habría reflejado tan bien la idea que deseaba trasmitir: desesperación. Una vez que alguien pisaba la sombra de sus árboles, no había escapatoria. No era un hombre especialmente grueso, pero los años ya pesaban y tampoco se mantenía en muy buena forma. Así que esa larga carrera que había tenido por sus dominios esa noche, le había dejado completamente agotado. No había sido fácil, así que tuvo una idea. Se acomodó lo mejor que pudo en sus nuevas sillas y se sentó a descansar. La primera, gimió de dolor. Él era el señor, recordó. Y apenas hace unos minutos había tenido suerte de que no le pegaran un tiro. Niñatos, pensó. Mierdecillas. Si hubieran tomado su mejor oportunidad, le habrían cortado la garganta rápidamente, pero prefirieron confiar en el