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Mostrando entradas de septiembre, 2020

CONECTADO

Son las seis de la tarde, ciudad indeterminada, país irrelevante, año 2115. Caminaba temblando, las piernas me fallaban, y un nudo en el pecho no me permitía respirar ni pensar con claridad. Una ansiedad irrefrenable estaba expandiéndose por todo mí ser. – ¿Y si no lo lograba? La sola idea me hizo salir corriendo hacia una dirección cualquiera hasta que choqué con un grupo de personas: – Ayúdenme, por favor – les dije –. Ellos me notaron demasiado desesperado y me dieron la espalda. En ese momento vi a un amigo, le pedí que me ayudara. Me dijo que estaba conectado en ese momento y que no podía hacer nada por mí. Lo maldije en mis adentros. Corrí a la siguiente calle. Comencé a hiperventilarme, y la ansiedad se transformó en pánico. ¿Qué pasaría si nunca más podía conectarme? Una mujer parada en una esquina me llamó. Luego de largar una gran bocanada de humo de cigarrillo me ofreció sus servicios: – Hola, amor. ¿Estás buscando conectarte?

NO HAY MONSTRUOS BAJO LA CAMA

La sollozante pequeña golpea una vez más con impaciencia la puerta. Es inútil, claro está. Sus padres están hartos de ella. Siempre a la misma hora, todos los días y sin descanso llama con lágrimas en el rostro implorando que la dejen entrar, siempre a mitad de la noche, siempre con la misma historia del monstruo bajo su cama. ¡No, ya te he dicho que no! Ahora escucha cada vez con más enfado esa respuesta. Al principio le tenían paciencia, pero ahora con los días vueltos semanas y las semanas meses, los antes amables papá y mamá coinciden en que se trata de un simple capricho. Todo está en tu mente, mi amor. Tienes que enfrentar tus miedos. ¿Por qué solo ella lo puede ver? Se lo viene preguntando todo este tiempo. La deforme criatura parduzca sale arrastrándose cada noche y susurra su nombre en un acto casi religioso para que se despierte. Le llama con una voz extrañamente familiar. Asoma sus vidriosos ojos, para luego extender sus delgados y sangrantes dedos hasta cas

OJOS DE BOTÓN

Una falta clara, eso fue. El mayor del grupo, y el más alto también, insistía en que claramente era penalti y la verdad, todos estaban de acuerdo. Y bueno, nuestro muchacho se tomó su tiempo. Saboreo el instante antes de ajusticiar el arco de su rival. Preparó el remate con una sonrisa maliciosa que desde hacía rato iba creciendo, se detuvo a escuchar el lamento del equipo contrario y golpeó con todas sus fuerzas a ese balón. El tiro, digamos, no salió como se esperaba. La pelota se elevó demasiado y cayó desvergonzada en el tejado de aquella casa color pastel. Los silbidos no se hicieron esperar por supuesto, no tardaron en convertirse en miradas horrorizadas al notar realmente el lugar en el que se encontraba. La casa del viejo Jack, dijo uno. Los otros asintieron con la palidez llenándoles el rostro. Muchas historias se contaban acerca del anciano. Según decían, había vivido desde mucho antes que todos en el pueblo, tal vez demasiado al punto de que nadie recordaba hacia