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LA MUJER Y EL PERRO

Llovía a cantaros aquella noche del 23 de septiembre, los faros iluminaban el asfalto húmedo y brilloso, mi compañero se fumaba un marlboro rojo mientras yo sintonizaba algo de buena música en la vieja radio del coche patrulla. Hacía seis meses  que había enterrado a mi mujer, tres que mi hijo se había largado de casa, mil cosas circulaban por mi cabeza. Mucha culpa, sentimientos que no dejaban de atormentarme.

Una llamada anónima a emergencias nos había llevado a aquel viejo edificio residencial. Cuando llegamos, una de las vecinas del departamento se acercó a decirnos que los gritos habían durado casi una hora, gritos desgarradores,  lamentos inhumanos que habían llevado al pánico a todos los vecinos. La gente murmuraba sobre la mujer que vivía ahí y su pequeño niño, otro caso de violencia familiar, pensé.


Mi compañero rápidamente se cansó de tocar la puerta, insistí en que lo siguiera haciendo pero tenía tantas ganas de irse de ahí como yo. Cuando jaló la perilla una extraña sensación invadió mi cuerpo, nadie del público presente se animó a echar una ojeada dentro, todos permanecieron expectantes esperando a que los valerosos policías resolvieran el asunto. ¡Vaya mierda! Si hubiera sabido lo que encontraríamos jamás habría pisado ese maldito lugar.

Apestaba por donde fuera que caminábamos, la mesa estaba servida y la comida daba al aspecto de haber estado ahí días. Hongos y gusanos decoraban toda la cocina, el techo húmedo y carcomido daba al lugar un aspecto espantoso. Nos dividimos y exploramos el departamento, el fétido olor ya empezaba a hacer estragos en mi estómago cuando escuché la voz de mi compañero desde una de las habitaciones.

El niño se encontraba debajo de la cama, descansando boca abajo y con las piernas destrozadas. Parecía que había intentado huir de algo y que, en un último esfuerzo por escapar, había decidido meterse debajo de ella. Mi compañero y yo la movimos para develar al cadáver. Lo que vimos nos dejó helados. Era peor de lo que imaginábamos.

La cabeza no estaba, se la habían arrancado por completo y toda esa sangre rodeando la cama no provenía solo de sus piernas. Había una extraña fotografía junto al cadáver  del chico, una imagen que se encargaría de arruinar por completo mi vida. Nunca notas venir las desgracias hasta que llegan. Semanas después la pesadilla empezaría a devorarme poco a poco.

Encontramos el cuerpo de la mujer en el baño, su aspecto era grotesco, humanamente incomprensible, a tal punto que mi compañero salió corriendo con unas ganas incontenibles de vomitar. A la mujer le habían arrancado la piel del rostro, jirones de piel le colgaban por todos lados, tenía la mandíbula desencajada y dos agujeros negros en vez de ojos.  Lo más macabro que había visto en toda mi carrera. No aguante un minuto más y también salí con las entrañas a punto de reventar.

Al poco rato se sumaron más efectivos, entre ellos un detective el cual no recuerdo su nombre. Lo peor fue volver, todavía tenía las tripas al revés cuando volvimos a entrar al departamento. Encontraron la cabeza del niño, con la piel también arrancada, en una  caja al pie del televisor. Vi a varios oficiales entrando y saliendo del baño, sinceramente no tuve el valor de entrar ahí otra vez.

Luego de que sacaron a la mujer, varios peritos se quedaron en el baño. Se encontraron cerca de doce fotos en la bañera, todas y cada una exactamente iguales. Trece, corrijo. Sumando la que encontramos junto al niño. La descripción de la imagen la doy a continuación.  

La fotografía, en blanco y negro, retrataba lo que se supone sería la imagen de una mujer junto a un perro.  Y digo supone, porque… la verdad, el rostro de la mujer estaba completamente oscuro. Daba la apariencia de haber sido quemada, no sé muy bien cómo explicarlo. No se veía ni un solo rasgo físico en ella, un hueco negro, profundo y sin fondo en donde tendría que haber un rostro.

En ese momento había seis personas en la habitación, el detective nos encargó personalmente de guardar todo tipo de detalle para la investigación. Colabore junto a mi compañero en la recopilación de todo tipo de evidencia, tomar fotografías, recojo de muestras, etc. Luego de unas horas nos marchamos y no volvería a saber del caso hasta tres días después.

La mañana del 26 recibí una llamada de la comisaria, quien fuera  mi compañero desde hacía más de doce años, había sido encontrado muerto en su casa junto a toda su familia. No entendía cómo es que esto había sucedido. Tenía nueve años de casado y una niña de tres, todos los que lo conocíamos en el cuerpo policial sabíamos el tipo de persona que era y no había nada que explicara el horror acontecido.

Según varios testigos, muy de madrugada se produjeron fuertes ruidos y una serie de gritos en la vivienda. Alaridos que despertaron a más de uno y que luego de  producidos varios disparos, terminó en una llamada a emergencias. El resto me cuesta describirlo.

Cuando llegué ya se habían llevado los cuerpos,  la casa parecía haber envejecido unos veinte años, su aspecto no se parecía en nada a como yo la recordaba. Había varias botellas regadas en el piso,  siempre le gustaba ver el fútbol acompañado de una de ellas pero no era un bebedor en exceso. Recuerdo a su mujer regañándole una vez por tirar las latas al sofá, cosas así pero nada más. Un matrimonio feliz,  sí  y hasta hoy creo firmemente que lo era.

Reconocí a uno de los uniformados, era el detective con el que nos habíamos encontrado mi ex compañero y yo en aquel viejo edificio. También me reconoció y me interrogó por mi relación con el occiso. En ese intercambio de palabras fue que me enteré de los detalles ocurridos. Mientras lo escuchaba, negaba en mis adentros cada palabra que decía. Simplemente me negaba a creerlo.

Una crisis psicótica, así lo describía.  Entre las tres y cuatro de la madrugada había ahogado a su mujer con la almohada para luego proceder a cortarle la cara con unas tijeras, se había encargado de no dejarle ni un ápice de piel en el rostro. Tenía una serie de mordidas en el abdomen y en sus piernas. Todas profundas y que habían dejado su cuerpo como una manzana a medio comer.

Eventualmente había luego ido por la niña, a la cual le había vaciado el revólver en la cara a corta distancia. Aquel dulce rostro había sido reducido a un pedazo de carne, los peritos aún trataban de recoger  todos los sesos del dormitorio. Ahora, mi compañero y como lo habían encontrado era el punto de quiebre de la investigación. No tenía sentido.

Lo hallaron en la cocina, con el cuerpo completamente quemado de la cabeza a los pies.  El detective, en su teoría, me dijo que la gasolina fue sacada previamente de su automóvil y que luego, en un arranque de locura, había decidido prenderse fuego a sí mismo.  El tema era las decenas de disparos en toda la casa, casquillos por las paredes, muebles, el baño, la misma cocina y el techo, había muchos en el techo.

Para el detective, todo esto era lógico dado el estado psicótico en el que se encontraba, salvo por un detalle. Encontraron, junto al cuerpo de la niña, una serie de fotografías apiladas en una forma perversa. Todas y cada una exactamente iguales. Misma imagen encontrada en el caso anterior de la mujer y el niño. Dos de ellas se habían encontrado junto al otro par de cadáveres.

Cuando le pregunté al detective, me dijo que dichas fotografías nunca llegaron al laboratorio de criminología. No eran evidencia substancial y se extrañó, igual que yo, de que mi compañero se las haya quedado para sí mismo. Me marché con muchas preguntas en mi cabeza.

Esa fue la primera noche que soñé con ella.

He tenido la mala costumbre de dormirme con el televisor encendido desde que era un niño. Un hábito que a pesar de los años acumulados no he podido quitarme de encima. El volumen demasiado alto me despertó aquella noche, busqué por varios minutos el control remoto y maldije todo el rato que me llevó encontrarlo. Cuando por fin di con él y apague la Tv, me di cuenta de que la luz que daba al pasillo se encontraba encendida.

Aun medio dormido, me incorporé y salí de la habitación, di unos cuantos pasos y noté algo extraño en el piso. Había una serie de huellas pequeñas por toda la sala, huellas que en ese momento no pude identificar y que me llevaron presuroso de vuelta en mi habitación en busca de mi arma. Al girarme de vuelta al pasillo, las luces estaban completamente apagadas. Salí y las volví a encender  en busca de algún intruso pero de repente el televisor se encendió con el volumen al 200% del que me había despertado.

Me fue difícil volver a dormir esa noche, no encontré nada parecido a aquellas huellas que había visto. Nada de nada. Cuando mis ojos se cerraron de nuevo vi a mi mujer. La vi y a mi hijo también.

Era de noche y caminábamos muy a prisa. Mi hijo, de unos ocho años, llevaba un globo en la mano. Las calles parecían más oscuras de lo habitual. Mi mujer me miraba con el miedo en la cara, me suplicaba que me diera prisa. Mi hijo temblaba y parecía a punto de llorar. De pronto, la figura de una mujer tirada sobre una banqueta y un perro. Un perro a lado suyo que nos miraba directamente a los ojos. ¡Vámonos! Gritaban ¡Vámonos!

A pesar de que los escuchaba a ambos no podía dejar de mirarlos, esos ojos… dos, tres, cuatro, cinco. Se movían de un lado a otro y debajo de ellos una enorme boca que llegaba hasta el piso. Un gruñido escapa del cuerpo de aquella mujer, espasmos, se contorneaba en el asfalto. Parecía estar a punto de levantarse y la escasa luz no me dejaba ver su rostro. Llantos, gritos, mi cabeza daba vueltas y todo parecía desvanecerse. Cuando desperté ya había amanecido. 

En los próximos días me sumergí en el trabajo, buscaba que la rutina diaria alejara de mi mente todos esos extraños acontecimientos. Buscaba no pensar. Hablé con mi hijo por teléfono, solo un par de líneas pero al menos sabía que estaba bien. Me asignaron un nuevo compañero y una nueva unidad. El coche, muy moderno por cierto, entusiasmo más que a nada en el mundo a mi joven acompañante así que le cedí las llaves.

Las pesadillas empeoraron la semana siguiente, me bebía litros de café con la esperanza de no dormir. Constantemente era perseguido por esa mujer, a veces solo, a veces con mi mujer y mi hijo. Siempre en mitad de la calle, cercándome el paso. Su figura renqueante aproximándose cada vez más a mí. Manos gigantescas tratando de alcanzarme, cabello de serpiente que no tenía fin y el perro. El perro y su sonrisa,  esos ojos que lo abarcaban todo.

Empecé a escuchar una fuerte respiración por toda la casa, un jadeo incesante. La luz iba y venía sin motivo aparente, el grifo del baño abierto a mitad de la noche y el televisor, el maldito televisor. Veía cosas ahí, cosas horribles. Lo tiré a la basura, no aguantaba más.

Cierta tarde la paranoia avanzó a otro nivel. En un supermercado, la pantalla de un televisor  transmitía una noticia de último minuto. El cuerpo no identificado de un hombre de mediana edad, había sido encontrado en avanzado estado de descomposición en un auto a las afueras de la ciudad. La matrícula, según la prensa,  correspondía a cierto detective del departamento de policía de la ciudad y que, dado el estado en el que se encontraba el cuerpo, era difícil reconocerlo.

Efectivamente, era él. Mi compañero ya se había apersonado al lugar y me dio los detalles. Primero se había encargado de romper el cristal del parabrisas luego, había sumergido su rostro con cada pedazo de vidrio, ahí se había encargado de mutilarse hasta la muerte. Lo encontraron bañado en su propia sangre, cientos de mordidas en el abdomen. Tenía trece fotografías en el bolsillo y una grabadora de voz.

La grabadora había sido su principal herramienta en la investigación. Ahí me enteré de la muerte de los otros dos, cada caso peor que el anterior. El detective había comenzado a ver a una mujer en la carretera. Siempre de camino a casa. Ahí, tirada en medio de la nada. Reptando en su dirección. Había perdido el control del vehículo en más de una ocasión para darse cuenta que no había absolutamente nada allá afuera. Sentía cómo era perseguido en sus sueños por una bestia de cuatro patas deforme. La veía y cuando despertaba unos ojos inmensos al pie de la cama.

El monstruo había comenzado a devorarle poco a poco.

Nadie en el departamento de policía iba a creerme, nadie iba a creerle. Me llevé la grabadora conmigo, las fotografías también y aquí estoy, contándolo todo desde el principio.

Me he confinado en mi apartamento, he sellado cada ventana, cualquier cosa que deje escapar algún hilo de luz. Gritos endemoniados se escuchan por toda la casa. Desde hace un par de noches que desperté con marcas de mordidas en los brazos y abdomen, las huellas que no supe reconocer antes ahora son tan claras. Pisadas de la bestia por toda la casa.

Quiero que pase de una vez, que pase ya y que sea rápido.

Todas las grabaciones están en una caja selladas con cinta, la última será testigo de mi horror. El detective habló de la casa en un audio, había algo ahí que pasamos por alto. En el techo del baño, donde habíamos encontrado a la mujer había un círculo rojo partido por la mitad. Símbolos inentendibles, figuras de muerte. La mujer no tenía ningún parentesco con el niño. A la verdadera madre la había encontrado en el sótano del edificio desgarrada hasta los huesos. La mujer en el baño era virgen.

No había alcanzado a terminar la investigación, era demasiado tarde para él. Es demasiado tarde para mí también. Hay algo allí, en ese maldito lugar, esa gente… algo perverso están haciendo en ese edificio. Se cocina el mal en ese lugar. Recuerdo sus miradas perversas cuando intentábamos abrir la puerta. Todas eran mujeres, todas ellas de avanzada edad. 

Las fotografías nunca deben ser encontradas. Recorto en pedazos muy pequeños y me los voy comiendo. Pedazo a pedazo las voy ingiriendo. Las trece jamás deben volver a ser vistas.

Hilos negros se mueven por el techo, se mueven lento y de arriba abajo, como  una lengua de serpiente que sisea a su presa. Algo golpea la puerta del baño, rasca, jadea y aúlla. Por debajo de la puerta cientos de ojos palpitan. Ojos desorbitados e imposibles de olvidar. Ella no tiene rostro, es una boca enorme con una maraña de pelos de cuerpo. Mi cabeza da vueltas en un espiral de desesperación.

Son un cuarto para las doce.  Fin de la grabación.

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