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LOS LEVITANTES

Antros goteando luces de neón. Ardientes lámparas de calle. Bocinas de coche resonando. Oscura la silueta que se levanta del tumulto de gente. Un accidente en la avenida. Su figura revela no menos de quince. Doloroso es su llanto al ver su cuerpo inerte en el pavimento,  un grito gigantesco y estremecedor. Nadie la escucha, solo yo.

Es curioso como las personas puedan llegar a acostumbrarse con el tiempo a cualquier cosa. En mi caso, quisiera que fuera un poco más fácil, quisiera dejar de escucharlos por un momento, quisiera no tener que salir a la calle y ver como deambulan inquietantes por la ciudad.

Vivo mi infierno desde que tengo memoria. No es sencillo aprender a mantener la boca cerrada, en especial cuando eres una adolescente cabeza dura. Luego, los días y las semanas pasan y no recuerdas porque estas petrificada. No te importa si esas personas están vivas o muertas, sin son delirios o son reales. Poco a poco vas perdiendo parte de ti.

Y cuando todo el mundo tiende a evitarte aparece un caballero blanco, con su blanca armadura, y te dice que todo está bien. Suspende el flujo de drogas, dice que estas sana y lo amas y un día te dice que también te ama y todo es fantástico.  Entonces un día escribe un libro éxito de ventas acerca de ti y tu curioso desorden.

Toda mi vida ha sido un ir y venir, vago sin rumbo de ciudad en ciudad sin ningún destino. Estoy tranquila por unos días hasta que el sonido de la sangre goteando en la oscuridad vuelve a envolverme, los gritos… el horror… nunca se van.

Desde la más gigantesca urbe hasta la más recóndita zona rural.  De abajo a arriba, todos los lugares están repletos y la gente no se da cuenta que camina entre los levitantes, metiéndose entre ellos, respirándolos.

Los veo y te juro que es miedo lo que siento. Tarde o temprano me pasara lo mismo que a los otros. Me tirare a las vías de un tren, me atare una soga al cuello, una botella de cianuro o tal vez coja el suficiente valor para volarme los sesos de un certero balazo.

Los otros… es un tema aparte. Nuestra sociedad no tiene una forma de tratar con aquellos que pueden “ver”. Si quieres encajar, tienes que ocultarlo…. y ocultarlo de ellos también. Pueden notarte y tienes que huir.

Claro, puedes actuar como una chica ruda cuando aparecen de a uno. Pero cuando hay en puñados el aire es pus caliente; y el suelo maldita melaza.  Deambulando como enfermas células sanguíneas por las venas de la calle. Gimen y lloran, suplican. Buscan transmitir su angustia, su pena.

La ciudad se ovilla sobre sí misma, calentada por las luces de caramelo de los focos de la calle y puedes ver, como los muertos levitan en medio. Me erizan el cabello, sacuden mi mente, colapsan mis sentidos y no te dejan ver.  Noche oscura y silenciosa y no puedes ver.

Ocurrió en esas abandonas horas antes del amanecer. Tuve que huir y así lo hice. La desesperación me llevo a las menos transitadas calles del centro, un estrecho callejón, calle oscura, abrazos de gasolina, un coche a toda marcha. Nunca esperé algo como esto.

El ruido de la sirena me saca del trance. Se llevan el cuerpo de la niña. He estado demasiado tiempo aquí del que recuerdo. Un alarido desgarra el aire. Observo de reojo su mirada. Las luces de la ciudad se apagan. Las tinieblas se cierran sobre mí.

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