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LA CAZA DE LA BESTIA

El sol no brilla más con su blancura fantástica, en su lugar, espesas nubes negras alfombran el cielo dejando apenas unos jirones de luz.  En los bosques, un infierno helado ha cubierto las tierras del norte hasta la gran montaña y desde lo más alto, agudos oídos y centelleantes ojos deambulan en búsqueda de la bestia.

En medio de la espesura la sangre cálida discurre fresca sobre la nieve, mientras retorcidas formas revelan a las pobres víctimas. Carne y huesos, un festín para los cuervos. Un mal ha llegado a estas tierras, un demonio profano cuya insoslayable presencia ha sembrado el terror entre las criaturas que la habitan. Las entrañas del bosque le abrigan, asesino despiadado, voraz y letal.

El miedo se ha esparcido rápidamente como el frío que llega hasta los huesos. La desesperación y la angustia ha hecho que la manada de bestias humanas empiece con una caza sin medida a la jauría, innumerables trampas se han llevado a demasiados inocentes y el viejo gris lo sabe, es la gran noche, luchar o morir.

El frío carcome al más débil, la dama blanca lame al inerte lobezno inútilmente, aullidos lastimeros se escuchan al unísono. El viejo gris teme que no sobrevivan este invierno, reunidos y con la esperanza de sobrevivir avanzan olfateando todo a su paso.  El mal que habita ha de pagar y la noche que os envuelve será testigo de ello.

La amenaza permanece escondida de día, siendo la hora en que el sol se esconde cuando el pánico se apodera de las criaturas. Huellas enormes en la nieve, manchas de sangre sobre las rocas, jadeos incesantes de una kilométrica búsqueda y ahí está. Atravesando la espesura una boca negra de roca parece advertirles que ahí no encontraran nada más que la muerte.

El viejo gris se detiene, todos lo hacen con él. Esperan la señal, no hay marcha atrás, se dibuja la rabia en sus colmillos, la sed de venganza. Atraviesan la oscuridad con extrema precaución, se rodean los unos a los otros a la espera del más mínimo movimiento. Terrible es el escenario, vísceras adornan la fría roca y el olor a carne podrida te envuelven con sus garras hasta morderte.

El gutural grito les atraviesa como una fría cuchilla y lo sienten; sus pisadas, su respiración y sus ojos no dan crédito a lo que ven. La bestia humana permanece de pie frente a ellos expectante, tiene el rostro de un hombre, su piel, sus manos pero sus ojos… hay algo terrible en ellos. El más fiero se lanza directo a su cuello y es ahí cuando la maldad se desviste para dar rienda suelta a su instinto.

Su espina se abre, crujen los huesos acomodándose, la antigua piel abandona a su huésped y su cráneo se  deforma hasta convertirse en algo asquerosamente familiar. El monstruo se eleva doblando su anterior tamaño y un pelo negro y pegajoso le comienza a cubrir, mientras de sus fauces se desprenden los colmillos más grandes que hayan visto jamás.

La transformación detiene en seco el ataque, el viejo gris no consigue creer lo que sus ojos le describen. Que vil mundo ha podido parir una cosa así, infame a él y a los suyos. Perversa criatura a dos patas que gruñe de hambre. Blasfema presencia arrancada del mismo infierno. Es el fin, es ahora o nunca.

El primero de ellos es partido a la mitad como si fuera una serpiente, la jauría arremete y se revuelca en la oscuridad. La carne se desprende de la bestia pero no cede, abre sus fauces y en cada dentellada uno de ellos cae para ya no levantarse. La batalla los arroja fuera de la cueva, hay más espacio y una posibilidad aparece.

Las rocas le golpean el lomo en uno de varios intentos de quebrarlo, se asoma una herida por debajo de sus costillas. La rabia parece hacer más grande a la bestia, mandíbulas que aprietan con todas las fuerzas en cada mordida pero no cede. Muchos se revuelcan de dolor sin una o dos patas arrancadas, el miedo trata de apoderarse pero no. Él no.  El viejo gris cae, se levanta, cae y vuelve a levantarse con más furia que antes.

Ya casi no quedan fuerzas pero la sangre que hierve hace su trabajo para un ataque final, el demonio cae con casi la mitad del cuerpo arrancado, su cabeza tosca parece desprenderse en cualquier momento del tronco. Ahí tirado, su horrible figura es bañada en su propia sangre. Los sobrevivientes gimen sollozantes de sus heridas, los cuerpos de los caídos son poco a poco cubiertos por la nieve.

El viejo gris camina renqueante hacia la cúspide de la montaña, el cielo se abre en una quietud iluminada. Sus ojos brillan al ver al conejo blanco dibujado en la bóveda negro azulada. La noche ha sido testigo y el viejo gris infla sus pulmones para cantarle a la luna. Por toda la montaña se escucha el aullido de la victoria.

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