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MARIPOSAS EN TU VIENTRE

La llamada del demonio te despierta, no te deja dormir. Te reclama con sus garras y tiemblas, te abrazas a tu espalda desesperadamente pero no puedes evitarlo. Nunca tuviste el control. Jamás pudiste darte cuenta de ello y ahora es demasiado tarde.

Ahí está, vuelve otra vez. Llega desde tus adentros para corromperte, lo invoca, te pide a gritos que lo alimentes. Quiere más.  Siempre quiera más. Y tú,  en tu terrible agonía te entregas a él.

Sientes como desciende  de tus fosas nasales, te llena. Se apodera de ti, te abandonas y te revuelcas de una psicodelia de luces brillantes y objetos flotantes. No hay nada mejor, dices. La sensación más maravillosa del mundo, el éxtasis absoluto.

Tu enfermo vicio no hace más que morderte y masticarte por dentro. Te ahoga en un espiral de sufrimiento, te manipula, juega contigo y no puedes detenerlo.

Sigues tu rutina diaria en un vano intento. Entonces la ves cruzar tu oficina con sus delgadas piernas, la nueva secretaria es guapísima y crees en el amor a primera vista. Sientes eso, una sensación diferente, mariposas en tu vientre.

Las tardes son muy duras sin el polvo mágico, te aferras a su imagen, a su sonrisa, a su mirada tierna y a su encantadora voz pero el demonio es más fuerte. Aúlla dentro de ti, te exige lo inevitable. Sabes que no puedes ganar y te entregas a él una vez más.

No puedes concentrarte. Todo empeora, sudas constantemente y te sacuden temblores. Ella te saluda como todos los días, sonríe y se aleja. Hoy querías invitarla a salir, otra vez no tuviste el suficiente valor.

Vas al baño y te miras al espejo. Te da miedo tu aspecto. Tu piel parece de un hombre de sesenta y no de treinta. Las ojeras profundas te dan un aspecto grotesco y muy lejos ha quedado aquel brillo especial de esos ojos verdes. Eres la decrepitud.

¿Cómo va a enamorarse así de mi? Te preguntas.

Te aseas en el lavado en un desesperado intento de librarte de tu reflejo. ¿Agua y jabón? No, no es tan sencillo. 

Cuando sales tu supervisor te indicas que vayas a su oficina con el dedo. No lo viste venir, o no quisiste más bien. Se acabó, no la volverás a ver. No volverás a sentir esa sensación al verla. 

Justo ahora. Sí, es una pena. Recoges tus cosas y te marchas a casa. Maldices tu mala suerte al llegar y remueves mueble tras mueble desesperadamente sin encontrar lo que buscas. Todos sabemos lo que buscas.

Vas al lugar de siempre y nada, el tío de siempre no está. Te sumerges en el bajo mundo del internet en busca de alguna alternativa. Buscas y buscas hasta que encuentras un extraño lugar, te da igual, tiene muy buenos precios.

Te topas con algo original. Una jeringa con una sustancia que según dicen es más poderosa que el LSD y mil veces más placentera que la heroína. Todos en la página coinciden en lo mismo, es mucho mejor.

La entrega por mensajería es puntual. Abres el sobre y el tamaño de la aguja te pone nervioso. Ya nada importa, la introduces en tu piel y sientes como se extiende en tus venas. Dolor, mucho dolor, espasmos por todo tu cuerpo y te desmayas.

Cuando despiertas eres el rey del mundo, un dios. Nada comparado a lo que has probado antes, es la gloria infinita. Minutos de placer. Horas de sufrimiento. El dolor en tu vientre es como mil cuchillos desgarrando tu carne.

Sientes como se abre camino en tus entrañas, se retuerce. Lloras, gimes, gritas por ayuda pero nadie llama a tu puerta. Corres al baño y vomitas, no puedes contenerlo y tu estómago empieza a hincharse en una bola deforme y amarillenta.

Tu cuerpo deja de obedecerte, algo adentro ha tomado el control. Se mueven frenéticamente dentro de ti, te rompes  y el horror se manifiesta. Vuelan en un mar de colores, una a una va emergiendo de tu cuerpo, un espectáculo tan bello y tan doloroso.

Tus ojos ya casi se cierran. La macabra danza de esos pequeños seres te cubre por completo y la ves. Es ella, igual de bella como la última vez que la viste. Sientes crujir tu corazón mientras tus entrañas se desgarran y por fin vuelves a sentir esa sensación. Sucumbes, lentamente, mariposas en tu vientre.

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