Ir al contenido principal

EL ÚNICO



Cuando el boom de la crioéxtasis empezó, fui uno de los primeros en ofrecerme como voluntario. El cáncer se había llevado todo lo que amaba y sinceramente ya no quería vivir. No fue muy difícil conseguir que me adoptaran como el primero ser humano en someterse a tal procedimiento; después de todo, mis veinticinco años al servicio del gobierno me habían llevado a guardar un sin número de secretos. Y claro, no hay nada mejor que sacar de circulación al tipo que sabe demasiado.

La idea inicial fue de un periodo de 1 año, doce meses en éxtasis para examinar los efectos en el cuerpo humano. Como ya dije, no tenía nada que perder y no me importaba cualquiera que fuese el resultado. Entre en pánico cuando me di cuenta que aún podía ver todo durante mi éxtasis, peor aun cuando no podía decírselo a nadie. Tras dos semanas me acostumbre a ello. Me valía con ver a los científicos correr de un lado a otro haciendo cosas que parecían importantes.

“Pasaras a los anales de la historia. Tu nombre será recordado por generaciones. El primer hombre en crioéxtasis. Una leyenda….” 

Esas entre otras muchas frases revoloteaban en mi cabeza. Aferrado a esa estúpida idea pasaron días, semanas, incluso meses, hasta que aquello pasó. Mi actitud cambio de repente cuando me di cuenta de que los científicos simplemente dejaron de venir. Bueno, la gran mayoría. Parecían sumamente preocupados, alterados y siempre corriendo de aquí para allá. El misterio que desconocía empeoraba, eso suponía. Uno a uno fueron desapareciendo hasta quedarme completamente solo.

Una vez, uno de los científicos regresó. En su placa decía Dr. Maxwell. Puso sus manos sobre el cristal frente a mí antes de hablarme.

“Lo siento. No sé si puedes oírme ahí dentro, pero no tengo los códigos de autorización para sacarte de ahí. Los otros… se han ido. La…”

No pude alcanzar a escucharlo completamente, entonces se marchó y nunca lo volví a ver. Estuve observando la misma habitación vacía día tras día. No era precisamente placido, muchas veces deseaba con todas mis fuerzas estar muerto. Pero no, la voz mecánica  y retumbante siempre se encargaba de recordarme los días restantes de mi congelado infierno.

Espere entonces hasta el más ansiado día. Las luces titilaban, el soporte vital comenzó a desactivarse poco a poco. Los inyectores se apagaron y vi como mi aliento empezaba a marcarse en la superficie de la cámara. La escotilla se abrió, y aunque no pude salir corriendo. La sensación de volver a pisar tierra fue en absoluto de lo más reconfortante. Poco a poco fui dando paso tras paso,  salas vacías por donde fuera que iba. Faltaban pocos metros para encontrar la respuesta a aquel misterio.

Tuve bastante tiempo para plantear todo tipo de teorías. Me inclinaba más por la de una posible pandemia, un virus que había devastado a cada continente. Quizás un virus zombi, era mi chiste personal, lo admito. Una invasión alienígena estaba completamente descartada, no creo en esas tonterías. La rebelión de las maquinas era aún peor, pero no podía dejar de pasarlo por alto. Sobre todo siento Terminator una de mis películas favoritas de mi niñez. En fin, jamás imaginé algo como aquello. 

Cuando abrí la última puerta y me golpeó el viento no entendí lo que vi. Recordaba claramente haber pasado por una de las salas en la que había un reloj, marcaba las once horas del día. Al principio creí que estaba equivocado, pero no, no fue así. Caminé y caminé sin encontrar ningún ápice de civilización. Árboles muertos cayéndose, el suelo bañado de una extraña ceniza que no dejaba de caer y el cielo, una gigantesca boca  de profunda oscuridad.

¿Porque te cuento esto? No lo sé. Espero estar contándoselo a alguien. He hecho mis cálculos, no estuve más tiempo en esa cámara. Es febrero del año 2031, solo un año después de haber entrado voluntariamente a este edificio y ahora todo parece estar muerto. No oigo nada, eso es lo peor. El silencio. Es espantoso, no hay nada de nada. El oxígeno se hace más irrespirable día con día. He tomado ya mi decisión.

Espero alguien pueda escuchar este mensaje, lo transmito en todas las frecuencias. Me encuentro en lo que queda del Hospital Central de Nuevo México. Ruego, les suplico que alguien venga y me saque de esta oscuridad. Ayúdenme por favor, despiértenme de esta horrible pesadilla. Ya no aguanto más. He encendido el sistema, el soporte de vida criogénico ya está completamente operativo.

“Todos los sistemas habilitados. Continuando experimento de Éxtasis Criogénico. Tiempo estimado: 24 años, 3 meses, 1 semana y 4 días.”

Que Dios me ayude.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA CHICA PERFECTA

La conocí en una famosa página de citas de Internet. Al principio me mostré cauteloso, no sabía que pensar. Después de tanta insistencia por varias de mis amistades decidí probar. En efecto, conocí a alguien que robaría toda mi atención y que terminaría por ser la dueña de mi corazón. Luego de varias semanas de intercambiar mensajes y compartir historias decidimos conocernos. Era profesora de secundaria, muy impresionante en persona, con una figura que no te esperarías de alguien que trabaja en educación. Tenía el pelo castaño y rizado, ojos cafés y una mirada cautivadora. Debo admitir que me arriesgue demasiado en nuestra primera noche, creo que me deje llevar un poco por la emoción. En pocas ocasiones me había pasado y es que, ella despertaba en mí una pasión que escapaba a la razón. Me la lleve a una habitación de hotel, un poco nervioso le hice la propuesta y accedió. No voy a entrar en detalles, lo siento, soy un caballero después de todo, pero quiero dejar en cla

EL ENGENDRO DE UHMUG

El cielo está quieto, oscuro y silencioso. Uno de sus ojos parece brillar a lo lejos, casi desaparece. El negro absoluto permanece expectante, ignora al brillante. Entonces celebra su soledad allá arriba mientras observa espeluznante el despertar del muerto. Han pasado más de dos horas desde que los faros del coche se apagaron, más de dos horas en que las caricias comenzaron. La música ha dejado de sonar y los latidos también. Se asoma una patrulla por el retrovisor. Más te vale que despiertes, corazón. La placa corresponde a otro distrito, mala cosa, robado tal vez. No, vamos. Déjate de estupideces. Hay que dejar de ver esa serie de una maldita vez. Una de las puertas traseras está entre abierta. Drogadictos, dices. Ah, un par de porros. Quién, no. Acercas tu linterna, dos siluetas se dibujan, solo una se mueve. Está demasiado oscuro y crees ver sangre. Hombre, ya para de imaginarte cosas. La puerta se cierra de golpe. Llamas a los ocupantes dando una advertencia. Tr

TORTUGA NEGRA

La tetera silba impacientemente, ahoga el bullicio de la ciudad. Me entrego al aroma del café como en cualquier otra tarde de lluvia. Miradas que vienen y van desde mi ventana. Sombras que se alejan. ¿Qué observan? Me llevo las manos al rostro, ahí donde surcan las huellas del tiempo. Compasión, lástima. Sí, por supuesto. Tengo 63 años, mis hijos han crecido y en julio seré abuelo. Estoy canoso. Mi cuerpo no para de quejarse. El calendario marca 31 de Marzo y el sentimiento aflora. Me sujeta fuertemente, me desgarra y me lastima.  Mi mente gira en espiral y me lleva al más oscuro de mis recuerdos. Tenía 8 años y ella apenas 7. Allison se había ganado la reputación de contar historias increíbles. ¡El chico de cuarto grado tiene una caja de monedas mágicas! o ¡El bibliotecario tiene una llave que  te lleva a otro mundo! Y yo disfrutaba de cada una de ellas, por más insulsas que fueran y Sarah también lo hacía. Mi pequeña hermana se movía conmigo dispuesta a cualquier aventur