Dedos que suben desde
mis rodillas, labios que le hablan a mi piel. La botella baila en el piso y su teléfono
suena. Ha parado de llover y sus caricias también, se asoma una sonrisa incómoda,
mis manos atrapadas con las suyas resbalan en un mar de emociones. Se ha ido y
el alcohol palpita en mis venas, se queja de mí, me dice cosas.
Afuera está caliente y húmedo,
los bocinazos hacen que mi cabeza de vueltas y por un momento siento que muevo
entre planetas. La ciudad parece retorcerse a medianoche, todo apesta y me
esfuerzo por no arrojarme al pavimento. Las luces danzan en un espectáculo de
colores, su niña maravilla camina en otra noche marcada por la desidia.
Al doblar una esquina
los corchos de champán resuenan, la joven pareja se arroja al pequeño Ford clásico
en medio de gritos y aplausos. Un vestido hermoso, se dibuja la felicidad en
sus ojos. Es su día, el mío pronto llegara a mi vida. El anhelo está presente
ahora y siempre, me sobran las ganas de querer.
Los tacones me
traicionan, mea culpa porque no es la primera vez. Mis pies descalzos tocan el
piso y un relámpago me atraviesa en cada paso, hay que ser tonta y eso que siempre
alardeo de mis brillantes ideas. Dos calles, no falta mucho, el tipo de gorra
ancha enciende en mí todas las alarmas. No y no, dos malas decisiones no.
Una mala experiencia
hace un par de años me hizo ser precavida, sacrificar unos minutos más vale una
vida. Esta otra calle y su anuncio de comida para gatos me recuerda que el mío
ha de estar muriéndose de hambre esperando. Me mueve la prisa y le pregunto al móvil
cuánto falta, aumentan los nervios al ver que su barra de vida casi desaparece.
Vuelve a llover, la
ciudad no ayuda, los gritos de auxilio del móvil tampoco. Corro hacia el primer
refugio que ven mis ojos, el cielo no tarda en cesar su llanto y una sensación me
retuerce en el acto. El audi a unos metros es demasiado familiar, la silueta en
la parte trasera aún más.
El castillo de naipes
que se alzaba imponente resbala y cae estrepitosamente, así como sus palabras y
la botella de vino esta noche en nuestro tercer aniversario. No quiero
soñar, quiero despertar, gritar que no es verdad. El sonido de su cálida voz me
quiebra, el sonido de sus cuerpos chocando me apuñala el corazón.
Veo sorpresa en sus
miradas al girar y verme. De su boca escapan mil estupideces buscando una justificación.
Los sueños mueren y la vida es guerra a pesar del amor. El teléfono suena dando
su último aliento y las luces de medianoche dicen que todo está roto.
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