Casi
escupiendo sus palabras cerró la puerta de su habitación con tanta fuerza, que
uno de los cuadros en la pared cayó al piso. Su voz sollozante desde el otro
lado hizo que el aire que estaba respirando hinchara mis pulmones con dolor. Días
fríos y oscuros regresan a atormentarme, tratan de llevarme al abismo de la
desolación.
Septiembre se ha ido,
mi niña, y eso que sientes bajo tu pecho pasara como las estaciones por tu
ventana. No me culpes, no me juzgues, sé lo que significa el primer amor, si me
prestas un poco de atención te contare algo que ha permanecido enterrado en mi
mente y corazón.
Nuestra calle ha
cambiado mucho, tanto como el mundo y tu habitación. Solía treparme por el
viejo roble del abuelo hasta mi ventana, llegar en el momento justo en que mamá
jalaba la perilla de la recámara. El proyecto científico de haber pasado toda
la noche estudiando era perfecto. Era un buen árbol, por si preguntas. Amigo
mío, fiel testigo y perfecto cómplice de todas mis noches.
Tu música moderna, la
ropa que vistes, créeme todo es propio de cada generación. La mía tuvo su
estilo, botas largas y un cigarrillo en
la mano era mi perfecta combinación. Comencé a fumar a los trece, al mismo
tiempo que perdí mi virginidad y un año después me hundí en el alcohol. Sabes que
mi padre se fue cuando tenía esa edad. Mamá me contó que tenía otra mujer, le pidió
el divorcio, él se negó y en una noche todo entre ellos se fue a la mierda.
Cambiamos de barrio, de
casa y yo de escuela. Llegamos aquí con la idea de enterrar el pasado, el abuelo nos recibió con los brazos abiertos y como pudo, nos ayudo a comenzar de nuevo. No voy a mentirte,
tuve mil oportunidades de escapar al tabaco, al alcohol y a cada puta adicción.
Simplemente no las quise tomar, me senté, deje que rodearan mi cintura y me
susurraran cosas lindas. Era agradable escucharlas, sentirse amada sin tener
idea del amor.
A mi madre solo la veía
en las noches, escuchaba sus pasos desde el primer piso y esa era mi señal para
meterme bajo las sábanas. Hacía mucho esfuerzo para que no notara su presencia,
con los ojos entrecerrados la veía atropellada por el cansancio un momento para
luego salir a su propia habitación. Me enojaba mucho que lo hiciera, no era una
niña, que podía saber ella de lo que yo sentía.
El abuelo se ocupaba de
sus flores, vendía de todos los tipos y colores. Todos los vecinos gustaban de
su cariñosa compañía, eso hasta aquel fatídico día. Era mi cumpleaños número
catorce, me obligaron a quedarme en casa para regalarme una esquelética cena y
un pobre pastel. No ganaban mucho, lo sabía, pero me enfadé tanto que les tire
la comida a los pies. De mi boca salieron no sé cuántas groserías y salí a la
noche echándome a correr.
Me imagino que no tardó
mucho en salir el abuelo a mi encuentro, mamá también. La temible oscuridad los
devoraría por completo. Meditaron en que iría a la casa de Mónica, era la más
aplicada y sí, supusieron mal. Me hablaba con ella solo en las reuniones de
padres, la había hecho jurar que cuando
mi madre preguntara contestara siempre que éramos las mejores amigas. Se negó al
principio, pero mis nudillos en su cara habían terminado
convenciéndola.
Al no encontrarme
regresaron aplastados, fue seguramente en ese momento en que no se percataron
de que ya los tenían rodeados. No tenían dinero, ya te lo dije. A mi madre la
golpearon, mi abuelo la defendió y traicioneras puñaladas perforaron su pulmón.
Murió desangrado y a ellos nunca los agarraron, mi madre me confeso después que
la violaron. No estés triste, me dijo, ahora tu abuelo está en un lugar mejor.
Llore tanto esa noche que
mis ojos me ardieron de dolor. Pero nada fue más doloroso que el perdón, la depresión
apretó fuerte con sus garras y me embriaga con desesperación. Renegaba de la
vida y cuando ella llegaba y me veía siempre me pedía perdón, perdón por esto, perdón
por aquello, perdón por no ser una buena madre, perdón por no ser lo que
quieres que yo sea. Perdón por no saber nada de ti.
Sé que de todo lo que cuento
ahora conoces otra versión. Tu padre dijo que cuando llegara el momento compartiríamos
esta historia los dos. Él ya no está, y aunque me digas que soy una perra y que
me odias, de mí solo puede escapar el más infinito amor. Encontré tus cigarros el
otro día, también esa caja de condón. No es un error el que se haya ido, lo
encontraron con marihuana en un callejón.
No me crees. Pero
sabes, cuando conocí a tu padre entendí lo que era el verdadero amor. Años más
tarde en la cama de un hospital sostuve la mano de tu abuela implorando que mis
palabras le llegaran. Sé que fue así, ya mucho tiempo atrás nos habíamos abrazado
en un mutuo y final perdón. Le susurre a su oído que estaba embarazada, niño o
niña le dije que haría que siempre le recordara.
La
puerta se abre débilmente, nace una luz. El rímel corre por sus mejillas y sus
labios tararean una canción. Ah sí, la que su padre compuso, aquella con la que
me enamoró. Acompaño la melodía y nos fusionamos, el cielo llora de emoción.
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