La pequeña criatura descansa en la fría piedra
seca hasta los huesos, un grito desgarrador atraviesa la comarca, la frágil
mujer se lleva las manos al pecho y aúlla al reconocer al niño que parió hace
nueve inviernos. No hay consuelo y el hombre a su lado lo sabe, jura con su
espada en alto la más cruel venganza y maldice a los Dioses por tal
inmisericorde castigo.
El otrora sabio anciano se frota la cabeza inútil,
los guerreros solo atinan a mirarse los unos a los otros más y más confundidos mientras
se disponen a cavar el decimocuarto hoyo en esta tierra maldita. Los cánticos a
los Altos solo parecen encolerizarlos, las semillas no germinan, los animales
huyen enfermos y la noche se ha encargado de llevarse a las almas más inocentes
a la temible oscuridad.
Ahora el fuego crepita monstruoso, y a su
alrededor cada mujer y hombre clama con la cólera corriendo por sus venas, que
no tardaran en encontrar a los asesinos. Más allá, en lo profundo del bosque, el
único sonido que se escucha es de la piel desgarrándose. Entre las sombras se
teje una nueva, desviste su purulenta carne y aprieta su maligna forma.
El sol muere y el hambre llama, la dulce
doncella corre desconsolada a los brazos del valiente señor de la espada. Hay tantos
esta noche, se puede ver a los lejos el brillo de cada antorcha, gritan no
temer y creen que su número les da poder. Uno de ellos gime sin poder hacer
nada, sus ojos pierden su color y su carne se afloja mientras la sangre poco a
poco le abandona.
Desenvainan con rabia nerviosos, se mueven en
la espesura buscando algo que realmente no desean encontrar. Una fina doncella
tropieza lastimada y dos mujeres corren a ayudarla, tan pequeña, tan inocente y
tan delicada. Rápidamente se incuba en todos una horrible sensación, y
el viento con un susurro bajo advierte que el mal acecha.
El joven arquero no sale de su estupor, mira
completamente horrorizado como su madre y su abuela cuelgan con los cuerpos
completamente arqueados de ramas que parecen garras. Fuertes pisadas se acercan vertiginosas,
el grupo se reúne y otra vez, una angelical doncella sale desde
la nada con un rostro puro y sereno clamando protección.
¡Dearg-due!, grita el anciano y el acero
tiembla cuando el mal abre sus ojos. Cuatro cabezas caen arrancadas en el acto,
diabólicas garras abrazan los cuerpos y una larga lengua palpa con desesperación
la generosa sangre que escurre acaramelada. Más de la mitad huyen completamente
despavoridos, unos cuantos sujetan sus armas con un inentendible valor.
Corta, muerde y arranca, el acero no puede
hacer nada. Un llamado, una tartamudeante canción que el anciano exige escuchar
al demonio. El sonido quiebra su cuerpo, su carne parece abrirse en profundas
llagas pero al pobre viejo le abandonan las fuerzas, entonces el fuego hace su
trabajo y en un círculo le rodean castigándolo hasta extinguir cada una de sus
antorchas.
Decenas de cuerpos verán la luz en la mañana, la comarca enterrará a sus muertos y se moverán a otras tierras respirando tranquilos. No obstante, la noche
nunca olvida al favorito de sus engendros, labios putrefactos sonríen y en
medio de carne quemada una figura enorme se lanza a los cielos abriendo sus
alas.
Dearg-due: Vampiro que data de la época celtica
y que en Irlanda su nombre significa “parásito rojo”.
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