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ELLA SE LLAMABA ESPERANZA


Los vientos aullaban con cólera esa noche, el asfalto amenazaba con morderte. Una caricia interrumpida, un “no, por favor”, y todo cuesta abajo. Las mariposas en tu vientre se habían ido volando a un sitio oscuro y lejano. El quizás se había escapado, también aquellas palabras que pintaban una mentira en un marco dorado.

Todavía sonaba aquella horrible canción cuando te fuiste, un te amo tan frío y el comienzo de su insinuación. No hay lágrimas, eso es bueno. Realmente estás cansada de hacerlo. Las luces de neón mueren en aquella avenida y corres a la próxima estación, te sumerges en un mar de miradas que parecen castigarte sin ninguna razón.

El refresco helado se esfuerza por devolverte los sentidos. El vagón empieza a moverse, te sientes mejor, poco a poco. Muchas preguntas se aglomeran en tu cabeza. La soledad, el miedo, las ganas de sentir y la suerte. Todo es cuestión de mala suerte, ¿y qué es la suerte? Se siente como un corte adentro. Decepción.

Un grupo de estudiantes tecleando compulsivamente la pantalla de su teléfono móvil, un tipo con un iPod muy usado, una pareja de ancianos y lo que parece ser un abogado. El calor te quema, pero hace frío allá afuera. Te mueves hacia la ventana, seres deformes disfrazados, te revuelve el estómago el notar que tienes uno a tu lado.

Ceremoniosamente se sienta frente a ti, alivia el nudo de su corbata y sus ojos te observan. Puedes ver más allá de ellos, la lascivia concentrada en tu falda corta y te sientes enferma. En otras circunstancias seguramente le habrías dado la mano, suelen ser tan buenos esos disfraces que a cualquiera habrían engañado.

Una libreta vacía, y un bolígrafo que gira y gira de unos grasosos dedos. Quieres salir corriendo pero no puedes moverte, miras a un costado hasta que escuchas su pluma resbalar torpemente. Cae con el sucio detalle que rueda bajo tus piernas. Odio, asco, los puños cerrados y su mirada cada vez más perversa.

Una voz interrumpe aquella horrible escena, primero una disculpa y luego una súplica. El iPod es enviado a uno de sus bolsillos, ante tu confusión te pide si fueras tan amable de recoger la pluma del señor. El pérfido ser solo atina a decir gracias, el chico guiña uno de sus ojos y te invita a que te sientes con él.

El inicio de una conversación que no olvidarás. No odies a pesar de vivir en un mundo cada vez más hostil, llora si tienes que llorar, enójate si no hay más remedio, resuélvelo y grita cuando haya que hacerlo. Pero sobretodo sonríe. Te dice que ese tipo no es el retrato de nuestra sociedad actual, no todo es negro, también hay luz más allá.

Y no, vuelve a corregirte explicándote que no se está burlando de ti. Te confiesa que es pintor, que hace unos días su novia lo dejó y aunque llueve adentro hoy sonríe porque tú lo estás haciendo. Sí, no te habías dado cuenta. ¿Cómo te llamas? Pregunta. Ríe y te ruega que le dejes ponerle a su nuevo lienzo tu nombre.

Dibujo el mundo y retrato historias que consigo en cada paso que doy. Por muy triste que parezca te dice que solo vive por esa razón. Vuelves a sonreír y de su mochila sale un cuaderno gastado, te muestra a un montón de personas y en sus rostros todos sus sueños dibujados. La magia está ahí, solo tienes que dejarla salir.

Parada, de espaldas a una ventana y sosteniendo tu refresco helado. ¿Qué puede haber en ti? Piensas. Casi puedes jurar que solo saldrá de su lápiz una maraña de trazos sin forma. Su mano acaricia el papel y tu historia comienza a llenar poco a poco la hoja. La pintura es un sueño y no puedes evitar que las lágrimas escapen gota a gota.

No acepta tu dinero, te exige que conserves el dibujo como un grato recuerdo. Te dice que eres una de las mejoras personas que ha conocido y también te pide que no intercambien números de teléfono. Un abrazo, mil gracias y unas lágrimas de alegría. Las puertas del vagón se cierran, adiós. Mañana será un día mejor.

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