Corrían amables vientos de otoño y las estrellas bailaban
como dioses en el cielo. La cinta del viejo casete giraba y la melodía de
sueños vintage derramada parecía haberse detenido en el tiempo. Era ella y sus
recuerdos en una sonrisa. Las lágrimas ya habían dejado de caer.
Quería quebrar sus miedos, sus demonios internos. Y mientras
la luz de las farolas aplaudía su esfuerzo, ella patinaba con fieros
movimientos, ella corría apretando en sus puños todo lo que añoraba. Ya era hora
de dejar a los cuervos que la rodeaban partir.
Le saludaron tres anuncios de neón al cruzar la calle, un
golpe cruel a su mente y de pronto todos los colores de la oscuridad. El olor a
sexo en la habitación de un viejo motel, la imagen de un hombre inerte con una
aguja en el brazo y una mujer, llorando en el piso, sin saber qué hacer.
Mucho dolor. Pero ya no quería pensar en eso, con el nuevo
sonido en el cuerpo avanzó. Tenía todo lo que amaba esa canción; la calle de
sus mejores recuerdos, brillantes y sinceras sonrisas, el calor de casa, y un
poquito de aquello que algunos llaman amor.
Decidió tirar esa mochila pesada, al doblar en aquella avenida
con todas sus fuerzas la arrojó. Las sombras parecían disolverse cobardes, su sonrisa
se ensanchó, entonces entendió la letra de la melodía, entonces entendió que
era tiempo de recuperar todo lo que perdió.
Y así, con el walkman pegado a su cintura tuvo la impresión
de que pronto saldría el sol. Las estrellas se despiden, la oscuridad se aleja,
y aunque la música termina, ella no mira hacia atrás.
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