Escuché
el grito el primero de Agosto, a la una de la mañana. Un grito agudo,
penetrante, ese típico grito de las películas que se escucha al entrar a un
calabozo o a un lugar que se supone es el infierno; atraviesa los muros de mi casa como si fueran de papel y al
terminar, no solo me deja muy perturbado, sino que me obliga a tomar algo para
dormir.
El
vecindario es muy tranquilo, me he acostumbrado a vivir aquí aunque algo muy
extraño ha empezado a ocurrir en la casa de al lado. Mi vecino es una persona muy
longeva, debe estar en los ochenta, no estoy seguro. Usualmente, es callado y
pasa los días en una mecedora sobre su porche, mirando cómo la ciudad y la vida
siguen andando.
Viste de la cabeza a los pies de negro, incluida sus gafas. Las pocas veces que he charlado con él me ha
caído bien. Un poco huraño tal vez, pero nada fuera de lo común. Jamás me ha
ofrecido ninguna clase de explicación o disculpa por sus atuendos; esa actitud,
la de “sí, negro todos los días ¿y que te importa?”, siempre me ha parecido
bien. Por lo que me resulto extraño lo ocurrido aquella noche.
Para
mi desgracia esto se repite el resto de la semana, todos los días, misma una de
la mañana, mismo grito desgarrador. La última noche, casi los junto para ir,
tocar la puerta y preguntar.
A
la mañana siguiente, ahí está, afuera. Cuando paso frente a él, me carraspea un
cortés buenos días. Me detengo y me le quedo viendo, casi estoy a punto de
preguntarle, pero algo, algo respecto a la forma en que me mira, me hace darle
los buenos días lo más cortés que puedo y seguir en lo mío.
Esa
misma tarde regreso del trabajo justo para verlo saliendo de su casa con
maletas. Me saluda, tiene que tomar un avión, buen viaje. He vivido junto a él
durante dos años y jamás había salido de viaje, pero bueno; me supongo que al
menos esa noche voy a poder dormir. Y nada, resulta que cuando estoy acostado
escucho el grito de nuevo.
El
grito esta vez hace que me despierte de golpe, casi como si hubiera sido en mi
ventana. No aguanto más. Me visto, agarro algunas cosas y voy hasta su puerta.
Toco varias veces pero no hay respuesta. Asomo la oreja a su puerta y escucho
como si el agua estuviera corriendo, probablemente el viejo dejó alguna llave
de agua abierta en su casa. Me digo que no es mi problema pero el buen vecino
en mi decide que nos va a hacer un favor a los dos.
He
perdido mis llaves las veces suficientes para saber cómo abrir uno de estos
cerrojos, así que meto mis dos clips desdoblados en la cerradura, sacudo un
poco y abro la puerta.
La
casa está a oscuras, pero todo es un desastre. Da la pinta de que alguien ha
estado corriendo y tirando cosas a lo loco. Hay libros y revistas regadas por
el suelo y la mitad de los muebles han sido arrastrados y juntados en un solo
muro. Entonces escucho el correr del agua, parece del baño del fondo, camino
hacia él.
Cuando
abro la puerta me doy cuenta de que fue muy mala idea eso de hacer del buen
samaritano. Hay sangre. Un charco no me hubiera espantado. Una mancha igual y
ni la hubiera visto. No, sangre, por todas partes. Sangre en las paredes,
sangre en el techo, sangre hasta el tope de la bañera, sangre en el retrete y
sangre en el lavabo. En el lavabo, además, hay piezas de lo que me pareció,
pedacitos que se empaparon y se secaron de papel higiénico… con pelos.
Me
veo delante del espejo con el rostro totalmente desencajado. Bajo la vista, y
ahí está. La llave del lavabo abierta. Me armo de valor, extiendo la mano, la
pongo sobre la llave, le doy la vuelta y el chorro deja de salir. ¡Crack!,
truena el foco del baño. ¡Maldita sea! No recuerdo haber tenido tanto miedo en
mi vida y justo cuando estoy a punto de salir corriendo de ahí, volteo para
atrás porque siento la mirada de alguien.
Y
sí, alguien me mira. Son dos ojos, amarillos, brillantes, en medio de la
oscuridad del baño de donde acabo de salir. No preguntes, no tengo idea de cómo
llegué a mi casa. Lo siguiente que sé, es que estoy en mi propio baño,
lavándome la cara. Trato de calmarme un poco, diciendo que todo fue mi
imaginación. Y mientras me estoy secando la cara, algo hace que mire hacia mi
ventana. Ahí están, mirándome del otro lado del cristal.
Grité,
intenté correr pero tropecé y me golpeé en la frente contra la orilla del
excusado. Cuando miro a la ventana otra vez, ya no están. Me estoy imaginando
cosas, eso me digo. Me voy a mi sala y ya para ese momento, igual me lo estoy
imaginando todo, pero de todas formas, esa noche no voy a dormir. Me acomodo en
el sillón y enciendo la televisión.
La
primera hora y media, todo bien. Luego sale un comercial que tiene el fondo
negro. Ya vez que con el fondo negro, a veces puedes verte reflejado en la pantalla,
bueno, pues me veo reflejado en la pantalla, y también veo esos malditos ojos
brillando, mirándome, atrás de mí; en la oscuridad detrás de mí sillón.
Me
quedo helado. No se mueven, no parpadean. La cosa esa no hace nada más que
mirarme y entro en pánico. Doy un brinco, y cuando volteo no están. No sé qué
pensar. Probablemente me estoy volviendo loco o algo.
Camino
a la cocina, agarro una botella que resulta ser de whisky y me sirvo un vaso. ¡Dios!,
me acabe la botella en tres. Me sirvo el último y cuando voy a tragármelo,
abro los ojos y esa cosa está viéndome desde el fondo del vaso. No puede ser,
el vaso cae en mil pedazos y corro a un rincón.
Cinco
minutos después, tengo todas las luces de la casa prendidas y estoy armado
con un cuchillo de la cocina y una linterna. Todas las luces de la casa menos
una: la del pasillo. La prendí y tronó, sí, como en el baño del viejo. Al final
del pasillo del mal, hay dos puertas, una es un clóset, la otra da a la calle.
Me armo de valor. Bueno, de todas maneras es eso o brincarme por el patio.
Abro.
Es el viejo, tan resplandeciente como siempre. Buenos días, Esteban, me dice.
Nótese que se sabe mi nombre.
Qué
onda, le respondo. Disculpa, ¿Viste si alguien entró a mí a casa mientras no
estaba? Hay huellas que salen de mi baño a la puerta de la calle. Eh… no, no
que yo sepa. He estado aquí todo el rato y no he escuchado nada. (¿En serio crees que voy
a admitir haber entrado a la casa de un tipo que tiene un banco de sangre en el
baño y una bestia maldita de mascota?).
Qué
bueno Esteban, porque tengo muchas cosas valiosas e insustituibles en mi casa que un alma maliciosa podría robarse o destruir. Ten un buen día. Usted
también, suerte. Se da la vuelta para irse y luego se detiene, voltea conmigo,
sonriendo.
Otra
cosa Estaban; no pude dejar de notar que las huellas llegan hasta aquí. Dice,
señalando la entrada de mi casa, pero ninguno de los dos baja la vista. Su
sonrisa se hace enorme, se inclina, se quita los lentes y me muestra los dos
agujeros que tiene en vez de ojos. Ya sabes, entre vecinos siempre hay que
estar echándonos un ojo.
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