Sé que estás
cansado de leer esto, lo sé. Es solo otra típica adolescente quejándose de lo
injusta que es su vida, otra vez gritando por un poco de atención, otra
chiquilla que solo sabe quejarse de sus padres. Pero la verdad es esta, desde
que tengo memoria, mi madre ha sido muy dura conmigo, y su decepción hacia mí
ha crecido con el pasar de los años.
No sé si
es por mi comportamiento, mis notas, mis hábitos alimenticios, mis… no, miento.
Aunque quisiera creer que fuera cualquier cosa de lo primero, la mayor decepción
para ella es mi aspecto. Fea, lejos de su belleza rubia y esbelta. Aunque ella
no lo dice, me culpa por parecerme a mi padre. Mi apariencia es un recordatorio
constante de su abandono.
A veces
saca el tema de la cirugía plástica, como para burlarse de mí. Sabe que soy muy joven para eso, pero hay más.
Puedo leer sus gestos cuando habla sobre ello, ¿sería posible transformar… a
esto, en algo agradable para los ojos? Duele, y a veces cuando me siento un
poco valiente y trato de contestarle, sus palabras son tan amargas que tengo que hacer de tripas corazón.
...
...
Tres golpes
secos en la puerta hacen que apague el ordenador rápidamente. Giro el pestillo,
mi madre luce tan hermosa como siempre, se aproxima a mí, me desviste, aprieto
fuerte los dientes y me preparo para mi ritual como cada mañana.
Estira sus
manos hacia mi rostro. Las lentillas en mis ojos hacen que estos me empiecen a
arder ferozmente. Luego el hierro candente, forzando a mi pelo crespado a su
sumisión. Maquillaje, abundante pero aplicado generosamente. Uñas, recortadas y
pulidas. Después el doloroso cepillado de dientes que llena completamente de
sangre el lavabo.
Ahora viene
la peor parte, trago saliva y me preparo para el cuchillo cerrado en mi
espalda. Desgarra, atraviesa hasta llegar a su rincón favorito y ahí se
detiene. Trato con todas mis fuerzas de no desmayarme y finalmente, después de
lo que parece una eternidad, se acaba.
Estoy
sin aliento y mareada por el dolor, casi no la siento deslizando el vestido
cuidadosamente acolchado sobre mis hombros, apretando sin piedad la faja. Da un
paso atrás para examinar el resultado final, y trato de ocultar mis lágrimas y
sonreír, esperando que esta vez le guste lo que ve.
No dice
nada y se marcha. Salgo de casa y tomo el transporte público para ir a la
escuela. Me ubico al final y, como siempre, me detengo a estudiar el reflejo
que me devuelve la ventanilla.
Las
puntas de mis afilados colmillos están rotas y limadas. El carmesí de mis ojos
está oculto por las lentillas azules y por supuesto, las alas coriáceas que empujan
su camino a través de mis omóplatos cada noche han sido cerradas hasta muñones
sanguinolentos.
Un largo
suspiro. Otro día más. “Buena chica”.
Comentarios
Publicar un comentario