Se había acabado. Ya no quedaban bises que hacer, ni guitarras que romper. Solo la insoportable ovación del público a esa última canción de Rock & Roll.
Volvieron la espalda y se dirigieron con la mirada enfrascada en sus pasos a esa enorme puerta que tenía el letrero grande de RESERVADO.
— Me llamarás ¿verdad?
Ambos se quedaron parados. Uno esperaba una respuesta, el otro una pregunta de verdad.
El vocalista giró la cabeza escondiendo los ojos entre las sombras del cabello. Dejó una sonrisa en su recuerdo y se metió en la habitación cerrando con llave.
Echoes of November nunca fue una grandísima canción, pero si inolvidable, como aquel verano del 76, ¿o fue del 77? Llenó un verano adolescente, y la ponían decenas de veces en las máquinas de disco de los bares de la ciudad.
— Soy más de letras, que de melodías —recordó decir en aquella entrevista.
Se derrumbó en el sofá, descorchó la botella que tenía más cerca y se ahogó en un trago largo hasta que su boca quedó seca. Aferrado al vaso descorchó otra más. Era beber para no llorar.
Recordó a esa mujer, y se preguntó en estos momentos, que sería de ella. Todo queda en Las Vegas, pensó. Ojala recordara su nombre, y no solo los sonidos que hacia cuando la acariciaba corriendo en su Impala por el desierto.
Y la compuso en medio de la carretera, a una hora que ya no recuerda, mientras ella jugaba desnuda con su guitarra y se bañaba en cerveza.
Soy más de letras que de… canciones. La canción había sido y era una completa mierda. La guitarra de Evan había sido la respuesta, pero nunca lo reconoció.
— Cocainómano roto, gordo y agresivo, estas completamente solo.
Cogió el boli, una carta, y las fuerzas que le quedaban, y escribió la más triste de sus canciones, la más perfecta. Y antes de salir del camerino arrojó el papel.
Llamaría a Evan.
Algunas canciones no deberían ser tan sinceras.
Comentarios
Publicar un comentario