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ESCADUR - Crónicas de un Imperio Vol.1

El cielo rugía sobre las grises montañas, mientras las huestes del reino de Seldor avanzaban con el murmullo de la desolación. El ejercicio del príncipe Reyran había sido traicionado, emboscado y masacrado en el diente del dragón. Todavía podían escucharse los desgarradores gritos y las lágrimas amontonándose en la roca besando a sus muertos.

Lurggar sabía de qué de una forma u otra esa noche iban a morir; sentía a los magos cerca, siempre estaban cerca, tenían ojos por todas partes, y eran letales en sus conjuros de sangre. En la batalla de Amnath había visto lo que le podían hacer a un hombre, se regocijaban en su caza con placer, monstruos depravados e inmisericordes que no les importaba sacrificar a sus propios hombres.

Todo el mundo guardaba la esperanzaba de llegar a los desfiladeros. Aunque no lo admitieran, los magos les temían a las gárgolas que vivían en las profundidades; podían sentirles, despertaban al sentir el más pequeño atisbo de magia, y se lanzaban hambrientas a lo que fuera que les llevara su sed de poder. Pero Lurggar temía que fuera demasiado tarde.

— Esta desangrándose—. dijo, Jaddad.

— Si nos detenemos, moriremos todos—. reclamó, Lurggar.

El príncipe Reynar había perdido demasiada sangre, su cuerpo se rendía y con ello, su voluntad. No volverían a ver a su amada Seldor. Era mejor, pensó Lurggar. No tendrían que verla consumida por el fuego. No verían a sus mujeres ser violadas y a sus niños ser vendidos como esclavos a Escadur. El Imperio no dejaría cabos sueltos.

— Conozco el camino a las minas de Cannar, sobreviviremos si evadimos a las gárgolas.

Nadie dijo nada más, escalaron el lado sur de la montaña y descendieron. Al caer la noche, el príncipe ya había muerto, y en la oscuridad, sin tiempo para lamentar a su señor, los monstruos cayeron para arrebatarles su fe. Se llevaron al príncipe en medio de un grito desesperado de Jaddad, su carne, alimento para esas bestias, y ni siquiera les tomo unos minutos.

La danza de sombras termino con la cabeza de Jaddad rodando por la hierba, y Lurggar cayendo por uno de los desfiladeros.

El destino le hizo aferrarse a una afilada roca, trepó buscando alejarse del sonido de la magia chocando porque, tal y como había supuesto Jaddad, los habían seguido aun sabiendo a lo que se enfrentarían. Vencerían, por supuesto, y a cualquier precio. Desde los tiempos del rey Vagrad, no se había visto tamaña temeridad.

Antes del amanecer llegó a una de las gargantas de Cannar, y se lamió las heridas esperando el momento. Porque lo encontrarían, pero en un sitio tan maldito su magia no les serviría, y por fin podría pelear en igualdad de condiciones, pero bajo el arte de la espada de los Seldor.

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