En la cruenta oscuridad de sus ojos cerrados, Darla sintió como la sangre escapaba a raudales de su cuerpo sin descanso. Había terminado así, que poco había durado todo, y que poco había hecho por él. Era mejor así, pensó. No había sido una buena persona, y se lo merecía. Esperaba que Keir cumpliera su promesa. El solo hecho de que lo intentara, le consolaba como ninguna otra cosa.
— Yo iré primero— dijo Ressa.
— ¿Otra vez tratando de llamar la atención? — preguntó Darla.
— Somos un equipo, pero… está bien. Ve tú primero, y luego tú también, hace calorcito aquí afuera, solo llámenme si me necesitan — respondió, Keir.
— Eres un cobarde, saltaras primero o te arrojaré yo misma— le increpó Darla.
— Antes déjame ayudarte con ese traje, está un poco ajustado ahí…
— ¡Deja de manosearme, maldito degenerado!
Darla había tenido un mal presentimiento desde el comienzo. Habían pasado apenas treinta y dos horas desde su regreso de la Zona 14; y los NIÑOS habían declarado que el segundo juego debía de comenzar. A muchos vectores heridos, el tiempo no les alcanzó. La Zona 14 había tomado a muchos desprevenidos, y el daño ya estaba hecho. Desde ahora, seria conocida como el nivel 79.
˃˃ “MI NOMBRE ES ROSSETE BANCROFT, SEAN BIENVENIDOS TODOS AL NIVEL 90. LA PRUEBA AQUÍ ES MUY SENCILLA, HAY UN LABERINTO DE CORAL EN EL FONDO, SOLO NECESITAN BAJAR UN POCO Y ENCONTRARME. SI LO HACEN, PASARAN AL SIGUIENTE NIVEL.”
Hacía más de un siglo, que el mar del planeta anciano Callonus, había sepultado a su civilización. Nadie sabe cómo pasó, pero si de algo todo el mundo está seguro, es de que Eadaldan nunca fue generoso con aquellos que se negaron a doblar la rodilla.
— Nos comunicaremos utilizando las frecuencias del traje, no se les ocurra encender alguna luz allá dentro. No sabemos lo que nos podemos encontrar— anunció Darla.
Cuando apenas y llevaban sumergidos unos metros, la oscuridad se apoderó de ellos. Los que tuvieron la fantástica idea de encender sus linternas, ayudaron al resto con sus vidas. Cientos de serpientes marinas se abalanzaron contra vectores y fantasmas por igual, tiburones navaja pronto aparecieron peleándose por las sobras.
La huida al laberinto de coral fue vertiginosa, fue muy fácil perder la orientación y empezar a dar vueltas y vueltas. No se parecía en nada a los famosos arrecifes de Hadaran, la visión era notablemente mejor que fuera de él, pero daba el aspecto de una cloaca abandonada, o de un cementerio. Había huesos por todo el lugar, docenas de ellos, calaveras de todo tipo de criaturas que parecían no dejarles de observar.
˃˃ ¿Cómo vamos a empezar a buscar? Ni siquiera sé dónde estoy —dijo Keir.
˃˃ Me preocupa más lo que nos vamos a encontrar aquí dentro. ¿Acaso crees que la encontraremos solo dando vueltas? — advirtió Darla.
˃˃ Alguien está tratando de comunicarse por la frecuencia 6, ¿lo escuchan? — preguntó Ressa.
˃˃ Si el plan es hacer de carnada, está muerto. No se puede ser más imbécil—respondió Darla.
˃˃ Está ocupando todas las frecuencias. ¿Cómo lo hace? Está… cantando, en el fondo… es muy extraño—dijo Ressa.
˃˃ Lo escuchó, se hace más fuerte, creo que viene hacia aquí. Retrocedamos, vi un agujero hace rato por el que podemos ir al otro lado. Darla, ¿estás bien? — preguntó Keir.
˃˃ ¡No puede ser, Keir sujétala! — le interrumpió Ressa.
Keir se volvió, para encontrar a Darla escupiendo sangre por todo el casco de su traje. Tuvieron que sujetarla entre los dos, sus ojos empezaron a nublarse y su cuerpo empezó a retorcerse de forma violenta. Keir tuvo que tirar de ella. El canto pronto se hizo más fuerte, atravesando su AXIS y sacudiendo el REM de su sistema. Pronto las funciones en su cuerpo escaparían de su control. Ressa también lo sintió, así que usaron toda su energía para escapar.
Cuando atravesaron al agujero, tres fantasmas atacaron a Ressa por la espalda. Estaban idos, a un costado, su vector se encontraba doblado en una posición completamente incorrecta. Sus fantasmas no habían podido ayudarlo. Tenía el casco completamente roto, dejando entrever como la cabeza le había explotado por completo.
Keir tuvo que usar su nuevo brazo, Darla había gastado casi todo el dinero que habían obtenido en acoplar nuevas funciones para su bioarma. Las ondas de choque destrozaron brazos y piernas en un golpe directo. Ressa acabó con el ultimo cortándolo a la mitad con su arma favorita, antes de que le preguntara cómo estaba, tomó a Darla y empezó a escanear su traje con su AXIS.
˃˃ Está perdiendo mucha sangre, sus signos vitales son cada vez más débiles. Solo puedo estabilizarla un poco, no puedo hacer más— advirtió Ressa.
˃˃ No podemos salir del laberinto, esas cosas olerán la sangre, y se lanzarán contra nosotros. Te quedarás con ella, voy a buscar al Juez. Es la única forma— dijo Keir.
˃˃ Haz visto lo que hace, se colará en tu REM— dijo Ressa.
˃˃ No hay otra forma, nadie nos va a ayudar. Hay que encontrar al juez — apretó su mano, como lo hizo la primera vez— solo cuídala por mí.
¿Cuántos ya lo habrían logrado? Pensó, Keir. La melodía ahora era acompañada por el sonido inconfundible de la batalla. ¿Podía hacerlo solo? Tenía que, no había tiempo que perder. Debía haber una forma, algo que se le estaba escapando. Su manipulador de ondas en su brazo derecho no haría mucho si esa cosa podía fácilmente tomar control de él.
Bancroft, había dicho. ¿Dónde había escuchado ese nombre? El planeta había quedado bajo el dominio de los Kjærsgaard, amos y señores de la segunda casa fundadora. Eran conocidos por sus esclavos de hueso, su habilidad neuromante sometía a las cáscaras de cualquier cuerpo a levantarse solo para servir a su voluntad. Sus soldados eran conocidos y temidos por todo el sistema estelar; sus Guardianes, todavía más. Con el tiempo, los Kjærsgaard se habían convertido en los únicos en las tres grandes casas, en prescindir de fantasmas para proteger a su familia.
Keir ya no escuchaba el canto, a pesar de ello, empezó a encontrar cadáveres por todos lados. Tembló, cuando encontró el de Alexa y Aladin flotando con varias partes del cuerpo arrancadas. Se obligó a avanzar y no se detuvo. Es nuestra maldición, le había dicho Darla hace tiempo. Eadaldan te da un regalo y luego te lo quita. Al final siempre vuelves a él. Entonces ¿Por qué lo hacemos? ¿Qué fin tiene este maldito juego? Sabia la repuesta.
La llamada de auxilio le tomó por sorpresa, un fantasma había activado la frecuencia 3. Ofrecía un contrato, siempre que ese alguien ayudara su vector. El lazo era fuerte, dedujo Keir. Admirable. Tenía que ayudar al suyo primero, no iba a perderla, no lo permitiría. Pronto empezó a gritar con más fuerza. No, no vayas, se repetía. Poco después, se maldijo una y otra vez por la estupidez que iba a hacer.
˃˃ No puedes hacer nada por él, nadie vendrá. Ayúdame a buscar al Juez. Es el único que nos puede sacar de aquí— dijo Keir.
˃˃ Todavía respira, le cuesta, pero…
˃˃ El mío está igual o peor, ayúdame. Si no encontramos al Juez… —el canto le interrumpió— nos tenemos que ayudar, o no lo logrará ninguno.
En su AXIS marcaba a más de un centenar de jugadores que ya habían hecho el salto. Con el ASDA de Darla lo habrían logrado, lamentablemente ahora no les podía ayudar. El casco, pensó. Amplifica cualquier tipo de ruido en frecuencias. Si se lo hubiera quitado, y solo dejado el respirador… ya era tarde para pensar en eso. Pero había encontrado al menos un camino para salvarla.
Keir desconectó su AXIS, y empezó a correr. El fantasma reaccionó haciéndole un montón de gestos ante semejante locura. Tenía razón, era casi un suicidio, pero cuando le pidió que hiciera lo mismo, accedió. Ya había perdido demasiado tiempo. No abandonaría a Darla en ese lugar. Tenía que deshacer de esa cosa, y lo iba a hacer cueste lo que cueste.
Cuando los cuerpos empezaron a apelotonarse más y más, supo que estaba cerca. Entonces vio a decenas de fantasmas disparando en todas direcciones, peleaban entre ellos mismos, sin marcar ningún objetivo. Habían perdido el control, y mientras tanto, lo que sea que estuviere ahí, en alguna parte, se estaba burlando de ellos. Se horrorizó cuando contempló a la criatura en todo su horizonte.
Tenía la forma de una serpiente marina, pero no lo era. Su piel, vidriosa como el océano, escondía largas protuberancias que hacían de tentáculos que llegaban a una boca, por la cual silbaba ese horrible sonido. Al fondo, los fantasmas caídos, eran devorados mediante sus apéndices que succionaban el REM. Su deformidad era grotesca, pero peor aún, el aspecto de varios cadáveres humanos. A su alrededor llovían tantos pedazos de carnes, como copos de nieve.
El fantasma a su lado le hizo un gesto para que no se moviera, los que habían estado disparando habían dejado de hacerlo para observarlos. Sin su AXIS, perdían poco a poco cada vez más energía. No iban a poder enfrentarles, no con esa cosa acechándoles. Entonces se le ocurrió una idea, disparó con fuerza y repetidas veces a una de las paredes de coral hasta hacerle un boquete enorme. Se aseguró que el espacio era el correcto, y empezó a encender todas las luces que tenía. No tardaron en acudir al llamado.
Dos serpientes marinas, con el tamaño suficiente, alcanzaron a colarse ante sus ojos. Sus dientes, como garras, se lanzaron directo al ataque, pero se detuvieron al escuchar el canto. Con su AXIS deshabilitado, era un murmullo, pero todavía alcanzaba a escucharse. Casi pudo sentir la rabia en esos ojos amarillentos. Olvidaron todo lo que no fuera ese sonido, y se lanzaron desesperadas a su encuentro. Era su oportunidad, estaba a punto de perder todas sus facultades, tenían que matar a esa cosa.
La lucha encarnizada entre esas bestias permitió a los fantasmas escapar de su control, reunieron todo el ataque a la masa de sangre que se debatía con furia, hasta que se quedaron sin energía. Fue una victoria. Pero cuando aparecieron más de esas cosas, dio a lugar una completa masacre. Trituraron a su camarada como si fuera un cangrejo de roca, derrotado y débil, Keir cayó roto con las dos piernas arrancadas sin que pudiera hacer nada. Ya no tenía control sobre sus bioarmas, sus funciones se apagaban una tras otra, devorarían su REM.
Una vez, hace mucho tiempo, un mocoso enfermo y hambriento, que se arrastraba sobre los callejones de NEO-TOKYO, encontró piedad en un frio corazón. Su compasión, fue luz en una oscuridad que lo había acompañado desde su nacimiento. No dudo en aferrarse a su pecho, y aunque quiso muchas veces en los siguientes años devolverle el favor, nunca accedió. Dentro de él, con el tiempo, creció un profundo desprecio a su condición. Nunca pudo bailar con ella, nunca pudo jugar con ella, nunca pudo correr ni caminar junto a ella, nunca pudo pelear por ella, cuando la mataron frente a sus ojos, en ningún momento la pudo ayudar. Se la llevaron, todo lo que amaba se lo llevaron.
— Debe haber un lugar mejor en el mundo que este. Sí, en alguna parte, esperándonos.
Ella sostuvo su mano, mientras las lágrimas no le dejaban de caer.
— Si hubiera un lugar mejor, ¿lo buscarías? Si la paz estuviera al alcance de tu mano, ¿la tomarías?
Él dudó.
— Sostente firme, y solo sigue volando. Aunque el cielo se acabe.
Keir golpeó con fuerza uno de sus núcleos, comenzaban a fallar uno tras otro. No iba a caer, hoy no, todavía no. Un tentáculo rodeo su cuello, mientras otro empezó a escarbar en su desgarrado cuerpo. No podía permitírselo. En un último esfuerzo, hizo explotar su brazo derecho. El impacto le arrojó todavía más profundo, a un rincón más lejano en ese laberinto. Encendió la única luz que le quedaba, no podía creer lo que estaba viendo. De pronto, la red AXIS tomó el control, anunciando que había avanzado de nivel.
— NOMBRE DE TU VECTOR… — preguntó, aquella cavernosa voz.
— ESCANEANDO VALORES… SALTO PROGRAMADO.
Tadryana, era una mujer Tadryana. Ya, claro, ahora recordaba. No había sido un mito entonces. Rossete Bancroft, una de las princesas de la ciudad de Tadryel había huido de su propia boda. Los Cancilleres enloquecieron de rabia. Ante la ofensa, la nobleza Tadryana ofreció todos sus recursos para encontrarla. Pero la ofensa hacia el mayor de los monarcas Kjærsgaard, no quedaría impune. La orden se dictó, y los esclavos de hueso dragaron a la familia completa del sistema.
Rossete Bancroft, esclava de la neuromancia, era una perfecta muestra del poder de los Kjærsgaard. En su calavera estaba tallada la marca de la segunda casa. Y para que el mundo reconociera su trofeo, le habían colocado una larga capa de los colores de su amada Tadryel. También tenía joyas y anillos, que habían sido encajados directamente al hueso. Bastardos. Monstruos. Y lo peor era sus ojos, la habían obligado a ver, y la seguían obligando en un castigo eterno.
Keir no podía moverse. Lo intentó, pero en su condición le era imposible. Los globos oculares de la princesa no dejaban de moverse, le suplicaban, le rogaban detener ese sufrimiento. Inevitablemente el salto llegó, pero esa imagen acompañaría a Keir por mucho tiempo.
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