A medida que transitamos por la inmensa autopista de los acontecimientos cotidianos que nos suceden, muchas (o pocas) veces habremos de detenemos en la “estación de los sueños” donde además de cargar un poco del combustible vital necesario para seguir adelante —llamémosle amor, salud, sol, brisa o vida misma— es condición absoluta dedicarnos al menos un instante para la reflexión, posarnos cómodamente en el pedestal de la memoria y pegarle una ojeada a los titulares del periódico de nuestra propia existencia.
Recuerdo que fue en ese lugar casi ideal donde conocí a mi amigo más fiel, donde comprendí la risa y donde lloré por primera vez. Fue también ahí donde cometí mis primeros errores... y donde me arrepentí, también donde dejé parte de mi equipaje para subir a una compañera (llamada felicidad) que se bajaría más adelante.
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