Acababa de ver a un chico listo recibir una paliza mortal justo en la puerta de su casa. En todos los guetos donde no se respetaba a su gente, la suerte acudía y se retiraba como las olas, y en ocasiones, lo único que uno podía hacer era aguantar.
Recordó su niñez, y como unas manos aferradas a sus tobillos tiraron de él hacia atrás convirtiéndolo en algo completamente distinto. Algo de lo que venía escapando durante tanto tiempo pero que se negaba a dejarle marchar.
Pero además de eso huía de otra cosa, de algo mucho más cruel. Del sentido del fracaso que pesaba denso en el barrio, del tipo de fracaso que se escabullía en los callejones con cuchillos desenvainados y que pisaba sobre cuerpos tirados en la basura.
Los foráneos jamás comprenderán como una persona es capaz de devorarse desde dentro. En realidad, nunca lo harán.
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