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ÁBARA/Cap I

Capítulo I
Hana

˃˃ El viento pronostica vientos del oeste de 65 a 86 km por hora. Los vientos serán fuertes en el sur y no serán tan extremos como en el norte y este…

Menos de tres kilómetros y la camioneta había vuelto a hacer ese mismo sonido. Apretó los dientes. El cacharro tenía el poder de causarle una jaqueca. Solo se detendría si empezaba a ver humo escapando del capó, y de inmediato Hana pensó en las dos horas que todavía le faltaban para llegar a casa. Apretó los dientes con más fuerza y aceleró.

— ¡Pedazo de chatarra!

Forzaría la máquina hasta la muerte. Resoplo más enfada aún, la calefacción no había tardado en estropearse y no iba a esperar a que su cuerpo se congelara en medio de una carretera tan extensa y solitaria.

— ¡Carajo! ¿Dónde está?

No estaba ahí, desde luego. Pero estaba sumamente convencida de que si rascaba en el fondo de su mochila lo encontraría. Por supuesto que eso no pasó.

El libro que había ido a buscar seguía en la estantería donde lo había encontrado, probablemente junto a un par de folios que aún no descubría también haber olvidado. Mike había tenido la culpa, se había encargado de atormentarla todo el tiempo que había estado en la biblioteca, no había podido escapar de él, y habían terminado haciendo el amor en su camioneta.

Adoraba sus pecas, ¿o era su pelo? Un largo suspiro. Otra vez sentía que no paraba de perder el tiempo. Restaba apenas una semana y media para sustentar el maldito proyecto de tesis, y se sentía como un condenado a muerte a punto de pisar el cadalso. La suerte no acompañaba a los estudiantes que solo quieren follar con su pareja como dementes.

˃˃ En el sur caerá un poco de granizo y lluvia. La temperatura esperada será entre cero y cinco grados. Las heladas en el norte serán…

La calefacción en el auto de papá era cada vez peor. ¿Cuántas veces le había dicho que aceptara el Toyota de la tía Kelly en forma de pago? Pero claro, se había negado. Y encima mamá le había apoyado, y se preguntó si algún día dejarían de preocuparse por los demás para centrarse en sus propios problemas.

Acfred estaba enfermo: diabetes. Le habían negado la verdad todo el verano hasta que descubrió las pastillas en el buró. Estaba viejo, en poco tiempo le darían la jubilación en la fábrica y lo tendría todo el día en casa jugando con Ben. La idea le encantó, pero luego pensó en las tardes que no estaría con él, y se deprimió mucho.

La capital era para personas con estudios como ella, le había dicho. Y la beca era una gran oportunidad, terminaría el doctorado, serian tres años o cuatro (a lo mucho). Trabajaría en cualquier estudio que requiriera una contadora, y ganaría un poco de experiencia hasta su regreso triunfal a la fábrica.

El viejo Bór la esperaba con ansias, le había prometido el puesto cuando cumplió los trece, y cuando le llamó hace dos noches, le había dicho que la próxima vez que vería a su ahijada seria para desearle suerte en el aeropuerto.

Eran muchas cosas. Todo el mundo parecía depender de las decisiones que iba a tomar en ese momento. Incluido Mike.

Se mordió el labio, Mike era “ese algo” en lo que no quería pensar. Evitaba mirarle a los ojos cuando sacaba el tema, empezaba a hablar de la nueva excursión que planeaba con Roland al bosque, de los animales que adoraba atender en la veterinaria de sus abuelos, y de otra cosa que no sea el tiempo en el que no podrían verse. No le gustaba verlo llorar, y cuando le había contado sus planes, había sonreído como nunca a nadie había visto hacer, para luego ver como sus ojos se humedecían poco a poco.

Les esperaría, por supuesto que lo haría. Le preocupaba más ella, porque tenía miedo. Y las palabras mueren, se secan, o se deshacen hasta desaparecer.

˃˃ El alcalde ha afirmado también que será una de los inviernos más fríos que ha tenido la región en muchos años. En unos días se anunciarán el cierre de…

— ¡Bien! Sí, ¿cuánto será? ¿Dos semanas, tres, un mes?

Ahora le urgía llegar a casa para esperar esa llamada: “me temo que la fecha para la sustentación será pospuesta para…” ¿siempre? Al final del día… tampoco es que tuviera mucha prisa. Por supuesto que estiraría los cachetes de Ben después que le dieran la noticia.

Molestaría a mamá exigiéndole su tarta favorita todos los días, y después de una semana de estar completamente hartos de ella, rogaría a Acfred haciendo un puchero (como siempre solía hacerlo, cuando quería salirse con la suya), hasta que por fin le diera permiso para salir de excursión con los chicos.

¿A dónde irían? Mucho más lejos que la otra vez, claro. Si por Roland fuera llegarían hasta el mar, hasta ver los gigantescos icebergs moverse como casas rodantes hasta perderse en la inmensidad. Tenía la esperanza de que Becca se declarara por fin. Mike le había dicho que Roland era demasiado estúpido para darse cuenta, y ya se había cansado de intentarlo. Lo peor era que estaba convencido de que ella le odiaba, y que la única razón por la que siempre resultaba uniéndose al grupo era por su mejor amiga.

˃˃ En… los…deportes... se… anuncia…la…retira…da…de…

La radio murió, pero no sin antes ser golpeada unas cuantas veces. Cuando volvió la vista se dio cuenta de que se dirigía directo a un auto que antes no había visto. El impacto la hizo golpear con fuerza el volante hasta romperse la nariz. Empezó a sangrar, y toda su vida no pasó por un segundo en su mente, sino la imagen del niño pequeño que había logrado ver en el asiento trasero.

Desesperada marcó a emergencias con la nariz empapada, y al borde las lágrimas. Tenía que hacer algo, tardarían lo suyo con el mal tiempo, y se horrorizó ante la idea de que su llegada fuera demasiado tarde. Trato de calmarse lo mejor que pudo, el corazón parecía a punto de escapar de su pecho. Sabía primeros auxilios, había ganado un diploma en la escuela, y se preguntó enfadada porque no parecía recordar ahora mismo absolutamente nada.

Bajo del coche esperando que todo fuera un mal sueño, el parachoques había resistido como un campeón y sorprendentemente, el viejo cacharro estaba intacto; en cambio, el pequeño auto rojo que venía delante había derrapado fuera de la carretera varios metros.

Dio un par de pasos y se dio cuenta que le temblaban las piernas, no estaba soñando, no era su imaginación, el frio allá afuera se sentía demasiado real, nevaba demasiado y su estómago empezó a revolverse. Sintió que lo mejor era volver, pero el tipo que parecía ser el conductor salió del auto maldiciendo.

Mediana edad, robusto, de aproximadamente metro ochenta, y con solo una pequeña herida en una de sus cejas. Eso la alivió. Tenía una remera de Mickey que la verdad, no iba para nada con la barba y la gorra del equipo de béisbol de la ciudad. Pero lo que realmente llamó su atención era aquello que sujetaba con ambas manos.

Ni si quiera se inmutó al verla. Exclamó un par de cosas que no entendió en ese momento, y con lo que parecía ser un hacha gigantesca, procedió a destajar a la persona que se encontraba herida en el asiento trasero. Corto, una, dos, tres veces, sentía el hueso romperse, la sangre escurrir en el asfalto y el olor, como el de cientos de ratas pudriéndose en ese momento.

Era un niño, de verdad lo había visto, habían sido unos cuantos segundos, ¿lo imaginó? Observaba como unas piernas anormalmente largas eran arrojadas a la carretera desde el vehículo, luego otra, y otra, se cansó de contar el número de brazos y piernas deformes que arrojó, y no paraba, no parecía pensar en esos momentos en detenerse, y resollaba cada vez con más fuerza, cortando aquello que no parecía morir.

¿Cuánto tiempo estuvo ahí? Parada, sin hacer nada. Se sintió una eternidad.

Cuando terminó, su esfínter se había aliviado sin darse cuenta. No entendió nada, y no quería entender, solo quería salir de ahí. Intentó moverse pero el grito gutural que llegó desde los árboles, al otro lado de la carretera, hizo estragos en lo poco que le quedaba de cordura. Gritó de horror, y el ruido de las sirenas acercándose le recordó que había llamado hace unos minutos.

Tenía que avisarles, corrió a su encuentro, era su oportunidad. Vio a la ambulancia asomarse en la curva, y corrió agitando los brazos, guardando la esperanza de que una patrulla de policía estuviera también en camino y muy cerca. No se equivocó, venia unos metros atrás, pero no alcanzó a darse cuenta hasta que la vio derrapar y estrellarse en unos árboles, convirtiéndose en una bola de fuego casi al instante.

Entonces Ellos llegaron sin que nadie se diera cuenta. El primero, un hombre negro extremadamente alto y raquítico hasta los huesos saltó en medio de la carretera y chocó con la ambulancia casi partiéndola a la mitad. Una mujer apareció caminando con los cabellos que le llegaban hasta el suelo en un lento andar, arrastraba sus deformes brazos por el asfalto que se extendían como gigantescas serpientes.

El tercero, tenía casi la edad de Ben, al menos en apariencia, estaba tan desnudo como los otros dos. Gritaba, o eso parecía, aunque no abría la boca en lo absoluto, su estómago hinchado se movía mientras el sonido más aterrador que había escuchado en su vida se escapaba de su interior. Cuando se giró hacia ella en un ángulo imposible, alzó su desollado dedo y le señaló.

El oficial que se arrastraba por debajo del coche patrulla empezó a rogar por ayuda. El tipo de la remera de Mickey la llamó. Hana solo entendió que no debía moverse.

Corrieron hacia él en un parpadeo. Si intento pelear, su batalla no duro mucho. Su cráneo acabo completamente atrapado en las fauces de esa mujer; brazos y piernas atenazaban al hombre por la espalda, mientras que, con el cuello y quijada completamente deformadas, habían engullido su cabeza hasta casi los hombros. Era como ver a una serpiente devorando el huevo de una gallina.


Le llevo un segundo descubrirse hambrienta, en medio de la nada, con árboles rodeándole por todas partes y con la nieve cayendo sobre sus fríos dedos. Le dolían mucho, le ardían, le quemaban por dentro. Y se levantó como pudo con el cuerpo manchado de ese rojo que cubría también la nieve en el suelo. Se limpió un poco, lo suficiente, cubrió el resto. Ni una sola pista de donde estaba, que hacia ahí, y que había pasado al fin.

Caminó, corrió, tropezó y se levantó para volver a correr, hasta que salió del bosque. Al final seguía en la interestatal, o eso pensó al principio, luego de caminar por menos de treinta minutos se dio cuenta que estaba bastante cerca de casa.

Cuando abrió la puerta su cabeza parecía estar a punto de explotar, había visto la camioneta perfectamente aparcada en la entrada. No había nadie, empezó a gritar desconsolada cuando reconoció la letra de Acfred en el refrigerador.

“¿Por qué no contestas tu maldito teléfono? Lee tus mensajes…”

Corrió espantada al coche, cuando abrió la puerta delantera todas sus cosas estaban dentro, incluido su teléfono móvil. Primer mensaje: “Ana, la tía Kelly se ha puesto mal otra vez, me quedaré en el hospital”. Segundo mensaje: “Tu madre y Ben, pasaran la noche cuidando a los gemelos. Por favor, no te quedes despierta hasta muy tarde. Tu cena está en…”

El plan de la tarde solo era fotocopiar algunos artículos referentes a la maldita tesis, y una cosa había llevado a la otra, le dolía pensar en ese momento, rápidamente tomo el control remoto de la TV y la encendió. No encontró nada, no había nada, ni en la televisión, ni en internet. Se sentó durante horas frente al ordenador sin encontrar alguna respuesta.

Quiso llamar a la policía pero no se atrevió. ¿Qué les iba a decir? La habitación empezó a girar en su cabeza, se desvaneció. Hana tuvo un sueño, el mismo sueño que le había atormentado hace mucho tiempo. Tenía nueve años, quizás menos. Todos corren, huyen, gritan, los están cazando uno por uno. Su pequeño vestido está manchado de sangre y hay decenas de hombres flotando por todos lados. Una anciana horrible le persigue, está cerca, muy cerca, siente su hediondo aliento golpeando su cuello, corre muy rápido, pero es imposible escapar.

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