Capítulo II
Izel
Todo había salido sencillamente mal. Los Reds habían perdido el juego, y Kristoff y Jake se llevarían la mitad de su paga. Había perdido su racha, era de esperar, que terco había sido, pero ya no había nada que pudiera hacer ahora.
— ¿Vienes o qué?
Podría apostar en el juego del sábado, no iba a ser mucha pasta, pero recuperaría un poco de confianza. Luego estaría listo para el miércoles, morderían el polvo esos dos.
— Ayúdame con la puerta, está atascada.
¿Y si perdía otra vez? Era el nuevo después de todo, una palmadita en la espalda, un par de tazas de café y le dirían algo así como: oye, era una broma, somos amigos, ¿verdad? Si claro, Jennifer sería la primera en partirse el culo, además del comisario.
— Uf, casi apesta peor que la casa de Jake.
Los Búfalos eran rudos, y habían cambiado de entrenador. Su juego comenzaba a ser sólido, pero habían acumulado un montón de bajas según tenía entendido.
— Comisario, ¿usted cree que el miércoles ganen los Reds? — preguntó.
— ¿Todavía sigues con eso? —gruñó, enfadado—Te dije que no apostaras con esas hienas, ni siquiera Jennifer se mete con ellos, y eso que ella siempre les da una paliza.
Tenía razón, solo sería el miércoles y… quizás el otro viernes. Otra vez no estaba escuchando. Avanzaron unos metros y el gas les golpeó de lleno.
— Dios, vámonos. Tengo una máscara en la patrulla, echaras un vistazo, le haré una rápida llamada al viejo Bór por mientras, después nos largamos.
Habían recibido la llamada de un granjero en la zona, se encontraba por los alrededores y dijo que había visto a un chico de unos diez o doce años en ese lugar, luego había dicho que tuvo que tratarse de un adulto. Afirmaba haberlo visto salir por la puerta, completamente desnudo, de ese almacén.
Desde luego que no habían encontrado a nadie con su descripción, y menos aún, a alguien que corroborara lo dicho. Lo cierto era que ese lugar era propiedad privada. Probablemente era ahí donde guardaban toda la basura de la fábrica, por eso estaba tan alejado; y claro, él era el tipo que se iba a meter de cabeza ahí a llenarse de virus y toda clase gérmenes.
— ¿Cómo te queda?
— Está bien— respondió.
— Date prisa, hijo. Estaré esperando en la camioneta, me estoy congelando.
Muy cansado, si claro, por supuesto. Estaba completamente seguro que al salir lo encontraría apostando también, o viendo algún juego grabado en su móvil. Un largo suspiro. En fin, era mejor darse prisa.
El espacio que cubría el almacén era pequeño, repleto casi en su totalidad de un montón de barriles y plástico, pero había unas escaleras que descendían a una vieja puerta de metal que parecía ser donde guardaban la mierda. Cuando la atravesó, solo encontró más barriles y otra puerta más pequeña. Pensó en regresar en ese punto, pero no habían pasado ni cinco minutos, así que decidió entrar a perder un poco más de tiempo.
Las paredes eran de piedra, caminó por un pasillo largo que se extendía cada vez más cavernoso, y se sintió en una de esas películas de terror que Jennifer le había obligado a ver un par de veces. Un grupo de chicas descendía a una de esas tantas cuevas misteriosas que tiene Norteamérica, y por supuesto, se encontraban con su peor pesadilla. Había sentido claustrofobia al verla, y empezaba a tenerla ahora mismo, su motivación era que la anécdota sumara puntos para una posible cita.
Solo esperaba que esta vez no fuera otra maratón de películas de “survival horror” en su casa hasta las seis de la mañana.
Björk empezó a reír, el pasillo terminaba nuevamente en unas escaleras que parecían descender al infierno. Ahora si podía sentir sus ojos verdes mirándole atenta, mientras le narraba palabra a palabra como había escuchado la voz de antiguos mineros fantasmas de Helgustadir. La historia la tendría pegada a él durante meses, no iba a desperdiciar la oportunidad.
La escalera en caracol estaba más corroída de lo que imaginaba, comenzó a asustarse cuando no pudo ver con su linterna que tan bajo descendía, pero no retrocedió. Empezó a sacar fotos con el móvil, un video o dos, tenía que bajar o no le creerían en absoluto. Entonces siguió avanzando, y comenzó a ponerse nervioso, su única luz empezó a fallar hasta por fin pisó el último escalón. El viejo Bór estaba jodido, estaba realmente muy jodido.
El espacio se dividía en un montón de celdas, alcanzó a contar nueve a cada costado. Al fondo parecía haber otra puerta, pero ya no pensaba dar un paso más de ahí.
Un rojo intenso salpicaba cada centímetro de esa fosa del mal. Símbolos, había un montón de ellos dibujados por todas partes, y gruesas cadenas que salían del suelo y se entrecruzaban en las paredes.
De pronto una mano toco su hombro derecho, y sintió que se moría de un infarto. Afortunadamente no llegó, en cambio si la sonrisa más perfecta de un par de tipos tan élegamente vestidos que no tardaron en enseñarle su identificación.
Federales, y bastante viejos, uno parecía tener doscientos años más que el otro, y se preguntó cómo habían llegado sin que se diera cuenta. Antes de que tomara su radio, el comisario se le adelantó.
— Nuevas órdenes, Björk. Dejemos a esos señores hacer su trabajo, trae aquí tu trasero, ya no es nuestro problema.
Ni siquiera lo pensó un poco, salió complacido. Ya tenía su historia, después de todo.
…
La sangre todavía serpenteaba por el suelo, pedacitos de piel y pelo se mezclaban en un rio de muerte que llegaban hasta la gran puerta que tenía tallado el signo de Tó. Cuando la abrieron, una pila de cuerpos descansaba sin ojos y con el tórax abierto.
— ¿A cuántas dahaka perdimos? —preguntó Izel, sin dejar el admirar el signo de Tó, perfectamente tallado en las paredes de piedra.
— Dieciséis—contestó, EL SÉPTIMO.
Demasiados, pensó Izel. Y ni siquiera habían tenido oportunidad.
— Devoradores—susurró, casi esperando que no le oyese.
— Demasiada carne —le interrumpió, volviendo la mirada a Izel—pero estuvieron aquí.
El signo de Tó tenía un orden en ese lugar, podía sentir el ÁBARA moverse con crueldad en el aire esparciendo su maleficio y por supuesto, el conjuro del primero de los signos. Era un rastro al fin, después de una larga búsqueda.
EL QUINTO asesinó al SEXTO, y trato de llamar con ese cuerpo marchito a LA PRIMERA. No funcionó, y esa noche centenares murieron. LA NOVENA nos traicionó también, y se llevó a los no nacidos de esa noche, y por mucho tiempo no se supo nada más.
La Anciana ha estado buscando a ambos desde entonces. Solo los no nacidos se han revelado, pero cada vez que lo han hecho han perdido. Nuestra maldición es también la suya. Y de pronto ahora, sin que nadie pudiera anticiparlo, un error como este. Una serie de sucesos ha hecho moverse a los signos de forma desesperada, la colisión es inminente.
— ¿Por qué la TERCERA sigue aquí, SÉPTIMO? —preguntó Izel, confundido.
— Klaus te está esperando a unos seis kilómetros, encontraron algo… interesante, y serás el encargado de llevárselo—anunció.
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